3 maneras equivocadas de medir tu ministerio

En primer lugar, la Biblia nos llama a todas a ser parte de un ministerio. Como seguidoras de Cristo, compartir el evangelio (Marcos 16:15), hacer discípulos (Mateo 28:19), y cuidar de los necesitados (Mateo 25:35-40) son tareas que nos corresponden a todas.

Y probablemente en previsión de nuestra tendencia a comparar, Dios deja claro en Su Palabra que las formas de ministrar pueden parecer diferentes, pero todo importa. Al igual que las partes del cuerpo son todas necesarias, cada uno de nosotros debe hacer su parte para que el cuerpo de Cristo funcione con la máxima eficiencia (1 Cor. 12).

Tener un ministerio puede verse de diferentes maneras:

  • Enseñando en la escuela dominical del preescolar.
  • Siendo mentora de una madre joven y soltera.
  • Dirigiendo el servicio de adoración.
  • Escribiendo libros.
  • Criando niños para que conozcan y sigan a Cristo.
  • Escribiendo en un blog.
  • Tejiendo gorros para el frío.
  • Orando mucho.

Podría seguir, pero realmente no hay espacio dentro de mi cerebro o en esta publicación del blog para mencionar todas las formas que puede tener el ministerio.

Así que, si eres una creyente que busca vivir como Dios te llama a vivir, es probable que tengas un ministerio.

La regla equivocada

He aprendido por las malas que cuando se trata del ministerio, con demasiada frecuencia utilizamos la regla equivocada para medir nuestro éxito. Tal vez hayas caído en la misma trampa. Aquí te comparto tres formas equivocadas de medir el impacto de tu ministerio.

  1. Las personas te quieren.

Vender un millón de libros, ganar montones de seguidores en Twitter, llenar los asientos de un auditorio… Estos no son buenos indicadores de un ministerio exitoso. Tendemos a pensar que si la gente se presenta con sonrisas en sus rostros, Dios está bendiciendo, pero este no es el patrón que vemos en la Biblia. ¿Qué te parece esta verdad tan interesante?

«Bienaventurados son ustedes cuando los hombres los aborrecen, cuando los apartan de sí, los colman de insultos y desechan su nombre como malo, por causa del Hijo del Hombre. Alégrense en ese día y salten de gozo, porque su recompensa es grande en el cielo, pues sus padres trataban de la misma manera a los profetas» (Lucas 6:22-23).

La Biblia no dice que eres bendecido cuando todo el mundo te da palmadas en la espalda. No dice que es impresionante cuando has sido impulsado al éxito en el reino de Cristo. No. La Biblia dice que debemos saltar de alegría cuando la gente nos odia. Deberíamos alegrarnos cuando nos dejan de lado a causa de nuestra fe. Estamos en compañía de los grandes de la fe que nos preceden cuando nuestro ministerio aleja a algunas personas en lugar de atraerlas.

Hay que encontrar un equilibrio. Si el evangelio es su mensaje principal, el crecimiento es algo bueno. Si estás impactando a la gente para el Reino, seguramente querrán darte una palmada en la espalda. Pero si pones tu atención en la opinión pública para determinar el éxito de tu trabajo en el Reino, te sentirás como en una persecución de un ganso salvaje.

  1. Hay fruto inmediato

Una vez fui mentora de una joven llamada Amanda. Todos los miércoles, durante más de un año, la recogía de la escuela, la llevaba a comer pizza y trataba de que se interesara por Jesús. ¡Ella era un libro cerrado! Sellaba su corazón como una caja fuerte. Nunca se abrió conmigo, nunca mostró entusiasmo por lo que le estaba mostrando en la Palabra, nunca dio ninguna indicación de interés en las cosas de Dios.

Si me hubieran preguntado durante ese año o en los años siguientes si mi ministerio con Amanda era fructífero, habría dicho: «¡De ninguna manera!». Pero había un crecimiento en el corazón de Amanda que aún no podía ver.

Pasaron casi diez años y recibí una carta de Amanda. Me contaba la diferencia que ese año marcó en su vida. Con alegría ella describió la Palabra de Dios como el libro vivo y activo en el que yo tanto quería que ella se interesara. Me dijo que ahora es esposa y madre, que busca honrar a Jesús en su hogar. Los frutos espirituales ya eran evidentes en su vida, pero no se dieron rápidamente. Ese crecimiento tomó años.

En Mateo 13:4-9, Jesus nos dijo que esto sucedería:

«Y al sembrar, parte de la semilla cayó junto al camino, y vinieron las aves y se la comieron. Otra parte cayó en pedregales donde no tenía mucha tierra; y enseguida brotó porque no tenía profundidad de tierra; pero cuando salió el sol, se quemó; y porque no tenía raíz, se secó. Otra parte cayó entre espinos; y los espinos crecieron y la ahogaron. Y otra parte cayó en tierra buena y dio fruto, algunas semillas a ciento por uno, otras a sesenta y otras a treinta. El que tiene oídos, que oiga».

¿Sabías que los rábanos crecen rápidamente? En sólo veinticinco días puedes plantar una semilla de rábano y luego arrancarla y comerla en la cena. Las peras, en cambio, crecen lentamente. Una pera puede tardar hasta doce años en convertirse en un fruto maduro y jugoso, listo para comer.

No se tú, pero yo prefiero una pera a un rábano cualquier día de la semana. A veces, el mejor fruto tarda en desarrollarse. Eso es tan cierto en el ministerio como en la horticultura.

Si el impacto no se siente inmediatamente, no significa que lo que estás haciendo por el Reino no sea fructífero.

  1. La navegación es tranquila.

Confesión: he escrito esta publicación en el blog para mí. Tengo el mal hábito de alzar las manos y asumir que estoy haciendo mal mi ministerio cada vez que el camino se pone difícil. Pero la Biblia dice que las pruebas son simplemente parte del curso. De hecho, podemos responder a las pruebas con alegría, porque nos ayudan a ministrar, a pesar de todo.

«Tengan por sumo gozo, hermanos míos, cuando se hallen en diversas pruebas, sabiendo que la prueba de su fe produce paciencia, y que la paciencia tenga su perfecto resultado, para que sean perfectos y completos, sin que nada les falte» (Santiago 1:2-4).

En el caso del apóstol Pablo, si él hubiera usado la facilidad como indicador del éxito, habría tirado la toalla. Del mismo modo, no deberíamos determinar nuestra eficacia en base a si el camino es fácil o no. (¿Oíste eso, Erin?)

¿Quién se encarga del crecimiento?

Entonces, ¿cómo puedes saber si estás ministrando efectivamente? Puede parecer una locura... pero no estoy segura de que se pueda.

En 1 Corintios 3:6-7, Pablo dijo lo siguiente sobre el ministerio: «Yo planté, Apolos regó, pero Dios ha dado el crecimiento. Así que ni el que planta ni el que riega es algo, sino Dios, que da el crecimiento».

En definitiva, el fruto de tus esfuerzos no depende de ti. No puedes predecir cómo Dios hará crecer tu ministerio ni puedes controlarlo. Puedes ser fiel, buscar oportunidades para compartir y servir donde quiera que vayas, y al final del día, puedes dejar tus herramientas de jardinería y confiar en Dios para que se dé el fruto.

Hablando de jardines y frutos, he aquí una promesa para todos los que ministran: habrá una cosecha, amiga. Espero recogerla junto a ti.

«No nos cansemos de hacer el bien, pues a su tiempo, si no nos cansamos, segaremos» (Gálatas 6:9)

¿Qué promesas te hacen seguir adelante mientras haces el ministerio para el reino? Comparte tus ideas en los comentarios.

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Sobre el autor

Erin Davis

Erin Davis es una autora, bloguera y oradora a la que le encanta ver a mujeres de todas las edades correr hacia el pozo profundo de la Palabra de Dios. Es autora de muchos libros y estudios bíblicos, incluidos Beautiful … leer más …

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