Hace unos días aconsejaba a una de las jóvenes que mentoreaba que era tiempo de abrirse a desarrollar relaciones con otras mujeres que le ayudaran en su caminar con Dios. Ella me respondió de una forma muy contundente: “Que yo haya abierto mi vida a ti fue un milagro, tú sabes que yo soy muy cerrada”.
Su reacción me dejó pensando como muchas veces nos aferramos a “nuestra forma de ser” y nos conformamos con decir cosas como:
“Las cosas no pueden cambiar ¡yo soy así!”
“Yo le digo la verdad en la cara a quien sea.”
“Yo no le aguanto nada a nadie”
“No tengo pelos en la lengua.”
“A mí no me convencen muy fácil, soy muy rebelde.”
“Si te molesta, lo siento, esa es mi personalidad.”
Cuando reaccionamos de esa manera simplemente estamos enorgulleciéndonos de un patrón pecaminoso y dañino que no glorifica a Dios en lo absoluto.
Necesitamos recordarnos que cuando vinimos a Cristo fuimos liberadas del poder y del dominio del pecado que mora en nosotras así que cuando nos aferramos a “nuestra forma de ser” es una evidencia de que no rindiendo todas las áreas de nuestras vidas al Señor.
Dios te creó con una personalidad única y distintiva (él no desea cambiar la esencia de quien eres) pero es su voluntad que seas transformada a la imagen de Su Hijo. Él quiere santificar esas áreas de ti que han sido manchadas por el pecado.
Así que, todos nosotros, a quienes nos ha sido quitado el velo, podemos ver y reflejar la gloria del Señor. El Señor, quien es el Espíritu, nos hace más y más parecidos a él a medida que somos transformados a su gloriosa imagen. 2 Corintios 3:18
¡Esa transformación requiere que ejercitemos nuestra piedad, aquí te comparto tres consejos que te ayudarán en tu camino hacia la libertad.
IDENTIFICA
Identifica cuáles son las tendencias pecaminosas de tu forma de ser. Ora como el salmista: “Examíname, oh Señor, y pruébame; escudriña mi mente y mi corazón”. (Salmos 26:2) Pídele en oración a Dios que te muestre cual es el pecado que está detrás de los excesos de tu “forma de ser”.
Por ejemplo, la joven me decía “Yo soy cerrada”, en realidad puedes estar diciendo “No quiero que nadie entre en mi vida”, “no quiero ser vulnerable”, “no quiero que nadie vea lo que realmente soy”, “no quiero hacer el esfuerzo de relacionarme con otros porque me exige salir de mi oscuridad”, “estoy enfocada solo en mí misma”.
Quizás alguien que diga “No le aguanto nada a nadie” quizás en el fondo está inflamada de orgullo y sentido de superioridad. O tal vez es que simplemente hablas mucho y lo que se esconde es un deseo de ser el centro de las conversaciones o llamar la atención exagerando o distorsionando las cosas.
Si quieres llevar esto a un nivel más profundo te reto a que le pidas a una amiga madura en la fe, a una mujer de tu congregación que te diga cuáles tendencias pecaminosas observan en ti. ¡Si quieres llevar esto al nivel más alto te invito a que le preguntes a tu madre! Para hacer esto necesitas recibir lo que te digan con humildad y no tratar de defenderte o explicar absolutamente nada.
ARREPIÉNTETE
Después de que hayas identificado cuales son tus tendencias pecaminosas, entonces arrepiéntete de todo corazón.
Si confesamos nuestros pecados, Él es fiel y justo para perdonarnos los pecados y para limpiarnos de toda maldad. 1 Juan 1:9
Para llevar esto a otro nivel, te reto a que le pidas perdón a las personas que has afectado por enorgullecerte de tu “forma de ser”. Quizás a alguien que recibió de ti una respuesta inapropiada o a alguien a quien no le extendiste gracia y perdón.
ENTRÉNATE
La manera correcta de batallar con las tendencias pecaminosas de tu corazón es renovando tu entendimiento con la Palabra de Dios. Leer, estudiar, cantar, memorizar y meditar la Palabra de Dios hará que la verdad permee en tus acciones y que tus sentidos sean entrenados para crecer en piedad.
¿En algún momento te has enorgullecido de algún pecado en tu manera de compórtate? ¡Comparte con nosotras en la sección de comentarios!
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