Rechazada por el mundo, aceptada por Cristo

Sentirse rechazado es una de las acciones de la interacción social que más marca a un ser humano. Sin importar edad, nacionalidad, estatus, educación o etnia, el sentimiento que evoca el rechazo es adverso para cualquier ente social. Tener la etiqueta de rechazada marca nuestras vidas de manera negativa e interviene en nuestro desarrollo social, emocional y espiritual.

Pero las buenas nuevas del evangelio dan esperanza y sentido, ya sea que hayas lidiado con el rechazo o que te encuentres actualmente ahí. Es mi deseo en este artículo que nos animemos mutuamente con la gloriosa esperanza que Cristo nos ofrece, no solo con palabras, sino a través de Su ejemplo, al extendernos unos brazos que conservan las marcas de las heridas de los clavos en la cruz, suprema muestra de rechazo.

La definición básica de rechazo normalmente se refiere al enfrentamiento u oposición a una idea, acción o situación. Partiendo de esta definición, no podemos esperar vivir para Dios a través del poder de Cristo y por Su Santo Espíritu, y no recibir el rechazo de un mundo que abiertamente está en desacuerdo con los principios bíblicos. Más que un deseo, es una necesidad del mundo excluirnos y denigrarnos por las decisiones y pasos que damos en pos de vivir una vida que glorifique a Dios.

Hay algunas preguntas que quiero que nos hagamos en este momento:

  • ¿Cuál es mi posición frente a temas como el aborto, homosexualidad, yugo desigual? 
  • ¿Qué sostiene mis creencias? Si mi posición se opone a lo que cree la mayoría, ¿cómo me hace sentir esto? 
  • ¿Me importa más lo que opina Dios de mí, o, por el contrario, quiero mantenerme neutral sin fijar posiciones? 

La Biblia nos da múltiples enseñanzas firmes y categóricas sobre el rechazo mutuo que existe entre Sus hijos y Sus criaturas. Lucas 11:23 y Santiago 4:4 son versículos que nos ilustran al respecto. Sin embargo, lo más importante para lidiar con el rechazo es descubrir lo que más te importa. 

Como ejemplo vamos a utilizar una ilustración. Si un niño para el cual la opinión más importante es la de su madre, recibe un comentario negativo en el parque de recreación por parte de otro niño, sin duda le responderá: «¡Eso es mentira! ¡Mi madre no piensa eso respecto a mí!». 

Así es como debe ser en nuestras vidas. Lo que debe importarnos es lo que dice Dios en Su Palabra y no lo que crean los hombres. Sin embargo, antes de importarnos lo que nos dicen, debe importarnos quién lo dice. En 1 Pedro 2:4-7, el apóstol continuamente dice sobre Cristo que es Él precioso, de alta estima y valor. Si nosotras, como dice el autor de Hebreos, consideramos a Aquel (contemplamos Su grandeza, sabemos quién es Él), vamos a preferir mil veces ser aceptadas por Cristo, aunque rechazadas por el mundo.

Luego de saber quién es nuestro Redentor y lo que nuestra redención costó, ahora podemos creer que nuestra identidad descansa en Él y en Su obra a nuestro favor. En Efesios 1 podemos conocer nuestra identificación personal en Cristo:

  • Escogidas (v. 4)
  • Santas y sin mancha (v. 4)
  • Adoptadas (v. 5)
  • Perdonadas (v. 7)
  • Herederas (v. 11)
  • Selladas (v. 13)
  • Poseedoras de la gracia (v. 14)

¿Acaso no es esto maravilloso? ¡Aleluya! ¡Te alabo Señor! Cristo nos atavía de todas estas bendiciones al aceptarnos como parte de Él. Pero algo mucho más maravilloso e increíble es que nada ni nadie puede llegar a afectar nuestras vidas sin antes haber pasado la Cruz.

Mi amada, el mundo nos rechazará, querrá pisotearnos, lastimarnos, recordarnos de lo que nos estamos «perdiendo», pero en Cristo hemos ganado todo, pues ha sido tenerlo a Él mismo.

¡Dios te bendiga!

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Sobre el autor

Yanoret Genao

Hija redimida, sierva por amor. Esposa y madre de tres tesoros hermosos. Con una pasión por enseñar y guiar a las adolescentes y jóvenes a atender el llamado de Dios para el cual fueron creadas.

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