Por Bellisse Bernal Ruiz
23 de octubre, 2014. Las pastillas se me resbalaron de las manos y no sé quién me ayudaría a recogerlas. Era el 5to día en el que apenas me podía parar y me encontraba sola en mi apartamento en Taipéi, Taiwán.
Así comenzó mi día ese jueves. El dolor provocado por una voluminosa hernia discal en mi espalda baja me tenía quebrada, y me hacían dudar de si terminaría mis estudios bíblicos y entrenamiento misionero, o de si tendría que pedir la ambulancia aérea para regresarme a mi país de origen (República Dominicana). Hacía alrededor de 1 año que me había mudado a Asia para predicar el Evangelio de Cristo, entrenar y trabajar en misiones evangelísticas y de discipulado… o por lo menos, eso pensaba yo. Más que eso, era Dios haciendo misiones a mi corazón.
Antes de irme, mucha gente me preguntaba que cómo una artista y diseñadora de escenografía como yo tenía el impulso de cambiar mi vida por algo tan radical. Yo les contestaba que no era así. Que todavía seguía la estética a toda costa; mi fin era la búsqueda de la belleza de mi Salvador.
¡Y belleza fue lo que ví! Acompañé almas delante del trono de Su Gracia y verlas caminar perdonadas, libres, amadas fue un privilegio inmerecido. Las dificultades idiomáticas y culturales no detuvieron el gran amor que les sería revelado a taiwaneses, vietnamitas y filipinos escogidos por Dios y de boca de alguien como yo (ya entiendo por qué le dicen la "locura de la predicación"). Un inglés crudo, muecas y gestos manuales; dibujitos y pinturas de nada hubieran servido si Su Espíritu no hubiese hecho el trabajo para reanimar corazones. También pude ver la mano de Dios sanando cuerpos debilitados por distintas enfermedades, y en humillación reconocer que había puesto al Dios ilimitado en una cajita. Tengo un Dios Soberano que hace lo que quiere; pero al mismo tiempo y al 100%, El se regocija en mostrar Su Bondad de formas que escapan mi mente.
Aún así la gloria de Cristo resplandeció más a mi corazón cuando los dolores en mi espalda y pierna izquierda comenzaron a punzar luego de un par de meses de mi llegada. Su Carácter comenzaría a hacerse más visible al final de un día lluvioso, cuando salgo a caminar a orillas de un famoso río en donde evangelizábamos. Estando completamente sola y en oscuridad frente al agua, comienzo a llorar sin parar cuando entiendo que su Espíritu me avisa "Ahora quiero que te prediques a ti misma".
Cumplir Su Voluntad y Su Llamado no me iban a librar del sufrimiento. Al contrario. En el pico del dolor, cuando sentía que un niño blandeaba un palo contra mi columna cual piñata, yo tenía, tenía que reconocer que Dios estaba en control y que Él había planeado eso para mi bien incluso en medio de una agenda de ministerio y estudios de 78 horas por semana.
Muchas veces luchaba con ese conocimiento, pero gloria a Dios por un Ayudador que me vence el pulso, y no me queda de otra que llorar y ser consolada por el que tiene Palabras de vida eterna. Incluso, el que yo abrazara este conocimiento no me libraba de la dolencia, pero sí me daba fuerzas para perseverar y sacaba la mirada de mí.
El dolor físico me libera de mí
Muchos pecados han salido a flote. Luego de mi conversión hace 9 años, no ha habido otro período en el cual mi orgullo, egoísmo, impiedad, lujuria, envidia y mentira salen crudos a la superficie. Mi pecado es una profundísima raíz que engaña incluso a mi persona.
Antes me era refrescante encontrar que poseo alguna que otra virtud de Abraham, Moisés, David, Josías, Pablo… y hasta exhortarme a vivir como ellos. Pero en este período dejé de ver mi similitud con el protagonista de la historia porque Su Espíritu me abrió los ojos para verme como el antagonista, el malo, el idólatra, el perverso indiferente. Mi pecado es pesado, duro y angustiante que me lleva hasta el fondo. Pero Su gracia... ¡Oh Su gracia! Son brazos fuertes y largos que me toman. Él me dice "No temas, tú eres mía, y te amo". Mi pecado e indiferencia me llevan lejos, pero la gracia y la misericordia hacen que esta hija pródiga halle fuerzas para arrepentirse y correr hacia el regazo de su Padre.
La prédica del Evangelio a mi persona me recuerda mi Identidad: no comienza en ser misionera, ni estudiosa de la Biblia, ni evangelista. No depende de lo que hago ni mi llamado. No hay nada más alto y hermoso que lo que Dios ha hecho conmigo: Yo he sido hecha HIJA.
Y esta verdad sumada a la hernia discal han aplastado mi orgullo de forma vergonzosa y ridícula. Pedir ayuda para cosas simples, solicitar oración a otros, llorar frente a hermanas cuando mi fe tambalea y necesito que desesperadamente me recuerden de Su amor. Tengo la libertad de ser vulnerable y hablar del dolor, de mi pobreza espiritual y debilidad emocional con sinceridad frente a otros. He sido liberada de guardar la apariencia de tenerlo todo en orden cuando simplemente no lo está; antes mi ego me hacía maquillarme espiritualmente para guardar mi reputación. Ahora no me interesa porque solo hay dos opciones: O seré fortalecida por el gozo de Su salvación, o me gloriaré en mis debilidades para que Su poder fluya en mí. Y que otros puedan ver este proceso aumenta su fe también y les da oportunidad para servirme y llenarme. ¡Ay de mí si no tuviera mis guerreros intercesores!
El dolor físico me libera de mi dependencia de lo terrenal
En las largas horas esperando por el sueño el Señor ha arrancado la más enterradas idolatrías que mi corazón tiene. Mi Señor es dulce y Él me hace esperar en silencio para descubrir mi corazón, iluminarlo, y demostrar que aquel objeto que me controla es incapaz de satisfacer mi demanda, todo lo contrario, me drena. ¿Y si Dios me va a desvelar para desmantelar, no me dará fuerzas para el siguiente día...? Así ha sido.
En febrero del 2015 me extrajeron la hernia, y aunque al presente los dolores no son tan fuertes, siguen siendo constantes. La recuperación ha sido muy lenta. Hoy, al décimo mes de la cirugía, salí del médico con una resonancia magnética en una mano, la 15ta prescripción médica en la otra y el doctor diciéndome "¿Qué tal si el mes próximo tratamos con una inyección de hidrocortisona cerca del nervio…?" Y sinceramente, mi mayor problemática camino al parqueo fue que no le pude predicar el Evangelio a una señora quejosa al lado mío. Mis ojos están fijos de dónde provendrá la gracia no solo para mí, sino la del vecino.
A causa de mi necesidad de reposo mi cuenta bancaria es casi nula, mi vida social también; mis sospechas de con quién y cuándo me he de casar se me han olvidado. Ya me acostumbré a mis ojos hinchados, y a veces ni me interesa cubrirlos con maquillaje, mi afán por el vestir bien ha decrecido. Ya no me importa que la secretaria del consultorio voltee los ojos y piense "Ahí viene la loquita a predicar de nuevo…¿Con qué saldrá hoy?". Mi necesidad de aprobación se evapora… y solo sé que dependo de Cristo hasta para bañarme, recoger algo del suelo o dormir. No es que ya no me desespere, es que tengo a Quién acudir con esa desesperación.
El dolor físico fija mis ojos en la eternidad
Actualmente me encuentro en República Dominicana, y a pesar de que mis deseos por volver al campo misionero no han decrecido, mi alma anhela la manifestación de redención con ansias. Mis sueños tienen un nombre: Sión.
Cuando mi deseo de pertenencia ataca mis emociones en cuanto en dónde he de vivir, el Salmo 16 es la pastilla para reconocer que mis raíces no están al aire. Mi porción y mi tierra son Él. Desde que nací mi merecida herencia era el infierno y dolor constante inagotable, y qué importa si esa molestia física comienza un poco antes de morir…? Eso era lo justo para esta mujer. Por pura gracia, ahora me preparan morada. Heredaré un lugar en ausencia de dolor, pero más que eso, con presencia ilimitada de mi Cristo.
Ese jueves de octubre, y muchos otros días de dolor físico y emocional y batalla espiritual no pesan más que cuando la gracia en persona me recoge y me dice: Resurrección y gloria, no dolor ni soledad, son tu porción.
Si leíste esto, ora por mí por favor. Necesito desesperadamente que Su Palabra me siga satisfaciendo y dando entendimiento para entender Su amor más profundamente y así vivir la lotería que me he ganado aquí en la tierra. Que con gozo abrace este tiempo presente con todo lo que traiga Su voluntad en mi día a día. Y que me sea dado más anhelo por ver Su Reino venir. Gracias por leer hasta aquí.
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