En un post anterior compartimos las razones por las que el pecado es tan atractivo, basándonos en la conversación de Eva y la serpiente. ¿Ya lo leíste?
Y hoy seguiremos acercándonos al Edén para observar un patrón que se repite en nosotras a la hora de confesar un pecado.
Luego de que Eva extendió la mano para tomar la fruta las cosas no salieron como ella esperaba ni como la serpiente le había prometido. Ellos cayeron en la trampa y se encontraban huyendo de su Creador, escondiéndose de aquel que sólo les había dado de Su bondad.
Y oyeron al Señor Dios que se paseaba en el huerto al fresco del día;
y el hombre y su mujer se escondieron de la presencia del Señor
Dios entre los árboles del huerto. Gen. 3:8
Esa huida continúa en el corazón de cada ser humano que trata de encubrir su pecado, que quiere mantener en la oscuridad su falta. Ese es tu caso y el mío cuando le fallamos a Dios.
Esa relación impura con ese chico, esa mentira que dañó a alguien a quien amas, esa ocasión en la que hiciste fraude en un examen o cuando fuiste a otro lugar cuando tu madre pensabas que estabas en la casa de tu mejor amiga. Son esas luchas que queremos silenciar, y aún después de pedirle perdón a Dios y estar realmente arrepentidas, muchas veces no sentimos la libertad de confesar nuestros pecados a otros.
Es tan difícil confesar el pecado porque:
Revela quienes somos en realidad
Es tenebroso permitir que los demás vean la realidad de nuestra maldad porque no queremos que los demás sepan lo que realmente somos… pecadoras. En el fondo queremos quedar bien, que todos piensen que somos moralmente perfectas.
No estamos dispuestas a confesar el pecado porque tememos más a las personas que a Dios, la vergüenza ante otros pecadores es mayor que el dolor de haberle fallado a un Dios tres veces santo. Y actuamos con orgullo cuando mantenemos las apariencias y queremos lucir mejores de lo que realmente somos.
Tenemos un pobre entendimiento del Evangelio
Comprender el poder del Evangelio es lo que nos libera para vivir vidas transparentes y auténticas y quita de nosotros todo el miedo, porque en Cristo estamos satisfechas, completas y perdonadas. Cristo vivió la vida perfecta que tú no podrías vivir para morir en el lugar que tú merecía y te otorga el beneficio de restablecer tu comunión con Dios. ¡Ya no hay vergüenza, ya no hay condenación!
Si confesamos nuestros pecados, El es fiel y justo para perdonarnos los pecados
y para limpiarnos de toda maldad. Si decimos que no hemos pecado,
le hacemos a El mentiroso y su palabra no está en nosotros.
1 Juan 1:9-10
De manera que ahora mi identidad no reposa en mis pecados pasados, sino en esa cruz que lavó mi maldad y me ha hecho una nueva criatura. Necesitas recordarte el Evangelio cada vez que pecas, Cristo perdonó tus pecados pasados, presentes y futuros, en Él eres eternamente aceptada. ¡No te escondas más!
El que encubre sus pecados no prosperará,
mas el que los confiesa y abandona
hallará misericordia”. (Proverbios 28:13)
Sal a la luz y abraza la libertad que tienes en Cristo, tu vida será sanada y romperás todo patrón de pecado que te domina.
Por tanto, confesaos vuestros pecados unos a otros,
y orad unos por otros para que seáis sanados.
La oración eficaz del justo puede lograr mucho.
Stgo. 5:16
Si estás ahí, debatiendo en tu interior, quiero compartirte estas preguntas de Paul David Tripp que te ayudarán a conformar tu mente a la verdad:
¿Por qué voy a esforzarme tanto en esconderme si he sido total, completa y eternamente perdonada?
¿Por qué me voy a esforzar en pretender que soy algo menos que una pecadora, cuando el mensaje del Evangelio es que Cristo ama y acepta a los pecadores?
¿Por qué voy a permitirme a mi misma avergonzarme cuando Jesús mismo cargó con mi vergüenza?
¿Por qué fingir con una fachada de auto-justicia si Cristo me ha cargado Su justicia a mi cuenta?
¿Por qué temer a la ira de Dios si sobre Jesús tomó sobre sus hombros toda mi condena?
¿Por qué me importa lo que piensen de mí si soy honesta acerca de mis pecados si Aquel que sostiene mi destino en sus manos me acepta como si nunca hubiése pecado?
¿Por qué negar lo que soy y lo que necesito si he sido totalmente provista en Cristo?
¿Por qué actuar como algo que no soy cuando la gracia me ha encontrado justo donde estaba?
¿Por qué actuar cómo si nadie fuera a entender si me ha sido dado un fiel y empático Sumo Sacerdote que se compadece de mis debilidades?
¿Por qué actuar como si no existiera esperanza para gente como yo si mi Salvador venció el pecado y la muerte por mí?
¿Por qué cantar las verdades del Evangelio el domingo y luego negarlo de manera práctica con los que me rodean al negar mi pecado y excusar mi maldad?
Al final de cuentas Cristo no te salvó para que vivieras atrapada por los pecados que Él ya perdonó. Cuando confiesas tus faltas estás magnificando Su gracia y haciendo brillar el poder del Evangelio.
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