¿En algún momento te has preguntado qué significa la gloria de Dios? Siendo muy sincera contigo, antes de conocer al Señor nunca me interesé realmente por Dios. Desconocía lo que era Su gloria. Mucho menos se me hubiera ocurrido que mi forma de vivir como mujer pudiera apuntar hacia ésta o minimizarla. No fue hasta que el Señor se reveló a mí, me salvó y comencé a estudiar las Escrituras que pude entender que somos criaturas de Dios, creados a Su imagen y semejanza; creados para Su gloria. ¡Cuánto me hubiese gustado haberle conocido siendo una joven!
De pequeña crecí en una familia muy religiosa. Durante mi niñez asistía fielmente a las misas cada domingo, mientras veía a mi madre rezar largas oraciones a San Judas Tadeo, el santo de su devoción. Recuerdo el olor a incienso y a velones que impregnaba el lugar. Reflexionando ahora, creo que, en lo personal, en esto consistía para la «gloria de Dios»: catedrales, bancos de iglesia, misas, rezos, santos y velas. La frase «gloria a Dios» era simplemente parte de la jerga popular cuando algo salía bien… «¡gloria a Dios!»
Cuánto contraste se encuentra entre esto y el profundo significado que tiene ese concepto. Me pregunto si al igual que yo en ese momento, no sabes lo que significa «la gloria de Dios», y mucho menos lo que implica exaltar esa gloria con tu vida. Para conocer esa «gloria» necesitamos ser salvadas al poner nuestra confianza plena en la obra de Cristo, venir a Él en arrepentimiento y fe y dejar que Él nos muestre Su gloria a través de Su Palabra.
Cuando no conocemos a Cristo vivimos para nuestra propia gloria
Nuestros ojos fueron enceguecidos a la gloria de Dios con la caída, y en el caso específico de la mujer, Satanás la engañó para que pensara que ella podía ser como Dios, que ella podía vivir su vida independientemente de Él. La mujer puso en duda la Palabra de Dios y prefirió hacer caso a la tentación de Satanás, quién muy efectivamente le hizo creer que Dios no quería lo mejor para ella. Ella eligió perseguir su felicidad movida por su propio entendimiento, desestimando el consejo de Dios.
Aún hoy vivimos las consecuencias de esta elección. En el caso de la mujer, este anhelo equivocado de «querer ser como Dios», de ser dueña de su vida y de redefinirla encontró un gran asidero en la filosofía del feminismo. Mientras buscan satisfacer sus propios deseos y anhelos, las mujeres de todas las edades han comprado todas sus mentiras, en lugar de vivir para la gloria de Su creador.
Es hora de recapturar el diseño divino y abrazarlo
«… me deleito en hacer tu voluntad, Dios mío; tu ley está dentro de mi corazón» (Salmos 40:7-8)
Es triste ver como las jóvenes y mujeres que han confesado a Cristo como su Señor y Salvador desconocen Su diseño. Muchas quizás no lo desconocen, pero el deseo de vivir para su propio reino y para sus propios deseos las desvía de ese camino. Ciertamente, el camino es estrecho; es costoso, es sacrificial. Requiere anteponer a Dios antes que a nuestros propios deseos. La única forma de ser movidas a transitar ese camino es haber visto la gloria de Dios en el rostro Jesucristo. Se requiere un cambio de corazón y de anhelos. Se requiere un nuevo nacimiento.
¡Señor, ayúdanos a rendir nuestras ideas, nuestros anhelos, nuestros derechos al gobierno de Cristo como Señor!
Ese es el anhelo que late en nuestros corazones en este ministerio de Aviva Nuestros Corazones. ¡No dejes para mañana lo que puedes hacer hoy! Te animo a ser parte de ese ejército de mujeres de todas las edades que Dios está levantando alrededor del mundo, dispuestas a vivir de manera contracultural, que buscan exaltar la gloria de Dios y ser luminares en este mundo y en esta generación que nos ha tocado vivir, siempre apuntando a nuestro glorioso Salvador, Jesucristo.
¿Te animas? Te invito a leer más aquí acerca de lo que consiste la gloria de Dios, cómo nos ha llamado Dios a vivir como Sus hijas y cuál es el poder en el que podemos descansar para vivir de esa manera.
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