Lectura bíblica: Lucas 2:1-7
Los nacimientos de los bebés son hermosos. Cuando un bebé está por llegar, los padres se preparan para ese momento. Ya saben en qué clínica nacerá y quiénes los acompañarán. Incluso preparan un adorno para la puerta de la habitación en el hospital, para indicar que unos padres con su bebé están en esa habitación. Una cama cómoda le espera a la mamá, y todas las atenciones y visitas para ese bebé que nacerá.
Este es el caso de muchos padres y muchos bebés, pero no fue el caso de María, de José y del Salvador del mundo, su hijo Jesús:
«Y aconteció en aquellos días que salió un edicto de César Augusto, para que se hiciera un censo de todo el mundo habitado. Este fue el primer censo que se levantó cuando Cirenio era gobernador de Siria. Y todos se dirigían a inscribirse en el censo, cada uno a su ciudad. Y también José subió de Galilea, de la ciudad de Nazaret, a Judea, a la ciudad de David que se llama Belén, por ser él de la casa y de la familia de David, para inscribirse junto con María, desposada con él, la cual estaba encinta.
Y sucedió que mientras estaban ellos allí, se cumplieron los días de su alumbramiento. Y dio a luz a su hijo primogénito; le envolvió en pañales y le acostó en un pesebre, porque no había lugar para ellos en el mesón», Lucas 2:1-7.
Un edicto, un gran plan
La historia del nacimiento de Jesús comienza con un edicto para un censo, dispuesto por el emperador César Augusto. Cada persona de todo el mundo habitado, debía dirigirse a su ciudad de origen a inscribirse en el censo, censo que muy probablemente tenía el propósito de colectar impuestos.
Con este edicto, César, sin saberlo, había desencadenado una serie de eventos que transformaría toda la humanidad. Entre las multitudes que se dirigían a sus ciudades, se encontraba una pequeña familia compuesta por un carpintero y una adolescente embarazada que daría a luz en Belén a Aquel que gobernaría el mundo por encima de toda autoridad humana.
«Lo que al principio parecía ser un gran espectáculo del poder de César en realidad demostró la supremacía de la soberanía de Dios. Aun el decreto de César fue parte del divino plan de Dios. Dios gobierna todas las cosas para su gloria, esto es cierto no solo para los grandes eventos de la historia de la salvación, sino también para los eventos ordinarios de la vida diaria».[1]
Así comienza la historia del nacimiento del Salvador, con un edicto de «poder» terrenal que serviría a los propósitos del supremo poder celestial.
El Rey en un pesebre
Luego de un largo e incómodo viaje (imagínate lo que sería para una mujer embarazada el trasladarse de una ciudad a otra, en una época donde no existían los medios de transporte que tenemos hoy) esta pequeña familia llegó a Belén, lugar donde nacería el Salvador.
El pasaje de Lucas 2 nos dice que mientras ellos estaban allí, llegó el día del alumbramiento. ¡Qué gran día! ¿Seguramente tenían un lugar cómodo con parteras que les esperaban para traer al mundo a este glorioso bebé? Pues como bien conocemos la historia, esta no fue la realidad: «Y dio a luz a su hijo primogénito; le envolvió en pañales y le acostó en un pesebre, porque no había lugar para ellos en el mesón» (Luc. 2:6-7).
El Rey de reyes, Señor de señores, el Alfa y la Omega, el primogénito de toda la creación, Aquel que sustenta todo por la Palabra de Su poder, el Creador del universo, el Señor del cielo y de la tierra, el resplandor de la gloria de Dios, el Dios hecho hombre, Aquel digno de que toda criatura y todo el universo se postre en adoración delante de Él a su llegada, no recibió la bienvenida que merecía.
El Creador de todo lo que existe no pudo ni siquiera nacer en una habitación. El Rey Jesús nació y fue acostado en un pesebre. Probablemente lo imagines como los adornos de nacimientos que se usan debajo del árbol de navidad: un lugar lleno de paja con uno que otro animal presente. Pero estoy segura de que no era tan bonito ni de tan buen aroma como los adornos actuales. El pesebre es el depósito donde se le deja comida a los animales y allí fue acostado el majestuoso Salvador. Envuelto en pañales, el que sustenta todo con Su poder estaba siendo sostenido por un depósito de alimentos para animales.
Que cada corazón le prepare habitación
¿Por qué Jesús nació de esta manera? Porque aun en su nacimiento Dios obró con propósito. Su nacimiento nos recuerda lo depravado de nuestro pecado, cuando Dios Hijo, al nacer, no fue reconocido, ni tampoco bienvenido. Su nacimiento nos recuerda la necesidad de la encarnación para la salvación, porque para pagar por nuestros pecados, Dios tenía que hacerse hombre. Su nacimiento nos recuerda la gran humildad de nuestro Salvador, que siendo inimaginablemente superior a nosotros, dejó Su gloria para venir a nuestra vergüenza, haciéndose hombre, durmiendo en un pesebre para luego crecer y morir en una cruz por nuestros pecados.
Esa noche, gloriosa noche, no había lugar para el Salvador en el mesón. ¿Tiene Él hoy habitación en tu corazón?
Reflexiona
- ¿Confías en la soberanía de Dios en medio de circunstancias que parecen adversas? ¿Puedes pensar en alguna en específico?
- El Rey y dueño de todo lo que existe, Aquel que es superior a nosotros, mostró su gran humildad en Su nacimiento y en Su humanidad. ¿Eres tú intencional en cultivar un corazón humilde? ¿En imitar a Cristo en Su humildad?
- Jesús no encontró habitación en el mesón. ¿Ha encontrado Él habitación en tu corazón como el Rey y Salvador de tu vida? Si es así, ¿es esa morada digna de Él?
Ora
- Te invito a exaltar al Señor por Su obra de redención, por dejar Su gloria para venir a nuestra vergüenza.
- Pídele que te ayude a caminar en humildad, y que te dé una vida digna de Aquel que hace morada en ti.
[1] Graham Ryken, Philip. "Reformed, Expository Commentary. Luke. P&R Publishing, 2009. P. 67-68.
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