Es un reto vivir rodeados de personas que no son creyentes, más aún cuando ellos son tus padres, pues a veces puede resultar difícil obedecer, respetar y amar a alguien que tiene pocas cosas en común con nosotras, sobre todo cuando se trata de querer conciliar las diferencias que corresponden a nuestra fe en Cristo Jesús.
Sin embargo, el Señor en Su Palabra nos ha dado provisión para animarnos y exhortarnos a través de la vida de Jesús, quien vivió una vida perfecta porque no pecó, pero enfrentó cada una de las situaciones en las que podemos nos encontramos.
Aunque los padres de Jesús sí depositaron su fe en Dios, los hermanos de Jesús, con quienes creció y convivió de forma cercana, no creían en Él (Jn. 7:5). De hecho, llegaron a decir que Jesús estaba fuera de sí (Mc. 3:21). Jesús realmente enfrentó críticas a Su persona por parte de familiares, muchos le faltaron al respeto criticando y tratándolo no solo de manera áspera, sino mucho peor, y a pesar de eso, Jesús los amó y los honró tal cual lo vemos en los evangelios.
Y sabemos que debió ser así, porque en Él no hubo pecado, pero también por el testimonio que da uno de sus hermanos, Santiago, quien dice que nuestra fe debe ser sin acepción de personas (Stg. 2:9). Eso seguramente lo aprendió por el mismo comportamiento que vio en Su glorioso Señor Jesucristo, Su amor y Su actuar tuvo un gran impacto en Santiago, quien llegó a ser siervo de Cristo, después de posiblemente haber sido parte de aquellos que lo criticaron.
Por lo que mencionamos de Sus hermanos, es posible que en ocasiones Jesús no recibiera respeto, confianza, amor y paciencia de todos ellos, sin embargo, Él siempre respondió con el bien, ¡dando Su vida! ¡Dio su vida hasta por aquellos que no creían en ese momento en Él, pero que, tiempo después vieron que realmente era Su Redentor!
Recuerda el pasaje de Lucas 2:41-51, en el que vemos que, aunque Jesús era un pequeño de 12 años y estaba en los asuntos de Su Padre, Él, siendo Dios, al regresar Maria y José a buscarlo, se sometió a su autoridad como padres. Que Jesús se sometiera a Sus padres imperfectos nos muestra que la obediencia a nuestros padres refleja el amor y la honra hacia ellos.
Como hijas de Dios, estamos llamadas a honrar y obedecer a nuestros padres en todo, porque esto le agrada al Señor (Efesios 6:1-3) sean creyentes o no, estén siempre de acuerdo con nosotras o no. Como cristianas, nuestro primer gran deseo debería ser agradar al Señor en todo, y obedecer a nuestros padres no es solo hacerlo porque es lo que es correcto para con ellos, sino porque es una muestra de honra y amor a Dios.
El Señor en Su Palabra nos ordena honrar a nuestros padres «para que tus días sean prolongados en la tierra que el Señor tu Dios te da» (Ex. 20:12). Algunas versiones dicen: «para que te vaya bien» y dice que ese «es el primer mandamiento con promesa». ¿No te gustaría tener esa promesa de que te irá bien de parte de Dios?
Además de agradar al Señor, el obedecer y respetar a nuestros padres puede ser una herramienta del Señor para mostrar a sus vidas la veracidad de Su Palabra porque verán cómo impacta en nuestro corazón y cómo esto hace crecer nuestro amor hacia ellos. Jesús nunca mostró Su desamor o rechazo, más bien, siempre se mostró firme en saber a quién quería honrar, pero mostró un corazón compasivo por aquellos que deshonran a Su Padre al maltratarle a Él. El amar a nuestros padres es una manera en la que podemos mostrar el amor de Cristo; cuando a pesar de desacuerdos y diferencias, reaccionamos con un espíritu afable, con compasión por su condición de lejanía del Señor, y con un corazón manso y humilde como el corazón de Cristo.
Recuerda que Cristo ha dado Su vida en amor, primero a Su Padre, y después a nosotras. Ese es el ejemplo más hermoso de amor que podemos tener, y es este ejemplo que Cristo nos da, y con el cual no nos da escape a pensar que hay un motivo por el que podemos justificar la falta de amor. Cristo ejemplificó con Su vida que el amor no se da tan solo cuando alguien nos hace bien y cuando concuerda en todo con nosotras, sino aún cuando alguien sea nuestro enemigo, como en otro tiempo lo fuimos tú y yo de Cristo.
La Palabra de Dios dice que Cristo dio su vida por nosotras aun siendo sus enemigas, así de incondicional es el amor de Dios por nosotras. Aun cuando no lo amábamos, cuando éramos sus enemigas, Él dio Su vida por nosotras y estamos llamadas a amar de la misma manera que Él nos ama.
No olvido que hay circunstancias, además de la diferencia de fe en el Señor, que hacen que nuestro corazón considere imposible amar a nuestros padres. Pero espero que recordar ese gran amor derramado por Cristo en la cruz traiga a tu mente cuan incondicional e inmerecido es el amor de Cristo para con nosotras y cómo estando en Él, y por medio de Su Espíritu que mora ahora en nosotras al ser Sus hijas, tenemos la capacidad de amar como Él nos ama, aun a los que a nuestros ojos, no lo merezcan, o nos lo hagan difícil.
Cristo es la fuente de amor, así que si realmente somos seguidoras de Cristo, podemos amar de la misma manera, es decir, hemos sido perfeccionadas en el amor y nuestra forma de amar es redimida también al creer que el Señor nos ha hecho una nueva criatura. Puedo amar a mis padres no creyentes de la misma manera que Él me amó cuando yo aún no caminaba de acuerdo con Él.
Otra manera en la que puedo recordar que no es imposible amar a mis padres, inclusive cuando no pensamos lo mismo o cuando sea objeto de burla por mi fe, es que la relación que más debo cuidar es mi relación con Dios y esto me dará valor y fortaleza que se verá reflejada en la paciencia y mansedumbre que pueda mostrar en relación con las personas a mi alrededor, entre ellos, mis padres.
Si esto no te anima lo suficiente, escucha, Dios no dice que amemos a nuestros padres si se lo merecen, si nos han hecho bien, si son los padres que deseamos que sean o solo si son creyentes. Más bien, en Su Palabra nos alienta una y otra vez a amar al prójimo sin lugar a alguna condición especial para hacerlo. Al contrario, Jesús nos ha advertido en el evangelio de Mateo que las situaciones difíciles sucederían, pues Él había venido para poner en disensión al hombre contra su padre, a la hija contra su madre, y a la nuera contra su suegra;y los enemigos del hombre serían los de su casa (Mt. 10:34-36).
Mostrar amor, paciencia y, sobretodo, humildad, así como preferir morir a uno mismo antes que ganar argumentos que demuestren que tenemos la razón, hará más fácil que mantengamos una relación armoniosa o cercana con nuestros padres, dándonos oportunidad de mostrar a Cristo y de algún día, si Dios así lo quiere, poder compartir las verdades del evangelio que transformarán su corazón. ¿Te imaginas qué hermoso sería que un día Dios usara tu obediencia a Él y a tus padres como un instrumento para que se rindan a la Verdad? Que honor ver al Señor hacer Su obra en nuestros padres. ¡En verdad mi corazón espera pacientemente en ello!
Como hijas de Dios, nuestra autoridad en todo es el Señor y Él nos manda a obedecer y honrar a nuestros padres. Así que, no hay otra opción más que obedecerle en lo que nos ha mandado por amor a Él y dejar que Él haga crecer nuestro amor de manera que nos sorprendamos de la forma en la que por Su gracia somos capaces de amar a nuestros padres, por imperfectos que ellos sean.
Respetar a tus padres y obedecerlos es una forma práctica de mostrarles amor. Mantén cuentas cortas con tus padres, es decir, si en algún momento actúas de manera poco amorosa, sé humilde ante ellos, pídeles perdón, hónralos; eso mostrará cómo el Señor es tu prioridad e irá haciendo de ti una hija de Dios con fuertes convicciones.
Ora fervientemente por tus padres para que conozcan al Señor. ¡Esa también es una muestra de amor! Mi deseo es que el Señor use tu vida para mostrarles cuán grande es el amor de Dios por ellos. Vive de manera que modeles para ellos en todo tiempo a Cristo, que fue obediente y ama a Su Padre de tal modo que le obedeció y amó en todo tiempo.
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