Con frecuencia personas me dicen: “me siento lejos de Dios, ¿qué debo hacer?”. Esto me hace recordar que en mis tiempos de adolescencia, sin una razón aparente, aún siendo constante en mis disciplinas espirituales, sin sentirme atraída al mundo o sin “alejarme” de Dios y de la iglesia, pude sentirme lejos de Dios. En ocasiones iba con ansias a Dios a pedir perdón por pecados desconocidos que no hubiera confesado. Por otra parte, siempre estaba en escrutinio constante de mi corazón, lo cual es bueno, pero no cuando esto proviene de una inseguridad en donde estamos con Dios, porque en Cristo tenemos seguridad de salvación (Romanos 8:16–18).
¿Cuál eres tú?
Este escrito es para dos tipos de personas: Primero, para aquellas que saben están lejos de Dios porque han abrazado un patrón de pecado, han decidido vivir su vida a su manera y por tanto están en rebelión abierta contra Dios. En algunos casos, esta rebelión no será completamente obvia de manera externa, pero sí en el corazón. ¿Esa eres tú? Podrías estar viviendo una doble vida, y si es así por favor continúa leyendo. El segundo grupo de personas son aquellas que están seguras de su fé en Cristo, pero por alguna razón piensan que no sienten a Dios como antes. También contigo quiero compartir algunas cosas.
Dos extremos
Nuestros pecados, hábitos y actitudes erradas siempre serán peores ante Dios, de lo que parecen. En ocasiones nos movemos o encontramos en uno de dos extremos. Uno es el sobre-análisis de un pecado específico o un hábito pecaminoso. Examinamos exhaustivamente nuestro pecado, con un sentimiento de culpa. El problema es que la culpa no equivale a arrepentimiento. Si nos sentimos culpables, es porque como pecadores verdaderamente lo somos. Sin embargo, Cristo nos llama de la culpa al arrepentimiento y al tipo de arrepentimiento que nos lleva a un cambio de dirección,como a la mujer encontrada en adulterio. El segundo extremo, es minimizar nuestros pecados y hábitos. Lamentablemente, en ocasiones (aunque no siempre) esto viene de una falsa humildad.
Esperanza para ti
La realidad es que nuestro pecado siempre será más horrendo, sucio, detestable para Dios de lo que jamás podremos imaginarnos. Con esa realidad en mente, Cristo fue a la cruz. Si piensas que tu pecado es horrible, quiero decirte que tienes razón y que es aún más horrible de lo que puedas imaginarte. ¿Cómo puedes encontrar consuelo en esto? En saber que Dios ya lo sabía antes que tú. Cristo fue la provisión para pagar lo horrible de nuestro pecado.
Entonces, puedes tener la seguridad y certeza inmutable, que cuando te arrepientes de corazón, Dios te perdona. Él mira a Cristo y su justicia fue satisfecha con su sacrificio. Y esto es un punto y final a la historia. Dios borra tus pecados, siempre y cuando exista arrepentimiento. Esta última parte es vital. No hay perdón de pecados sin arrepentimiento. Y el arrepentimiento no implica, simple remordimiento. El arrepentimiento implica un cambio de dirección, un abandono y rechazo de esa situación o hábito pecaminoso en la que te encuentras.
En el libro “El Dios Pródigo” de Timothy Keller, el autor insiste “Misericordia y perdón deben ser otorgadas de forma gratuita e inmerecidas para el ofensor. Si el ofensor hace algo para merecerlo, entonces no es misericordia, pero el perdón siempre viene con un costo para aquel que otorga dicho perdón.”
Si eres creyente, Dios siempre está interesado en tu corazón. El no acepta ofrendas a medias. El demanda todo tu corazón. El quiere conquistar todos tus afectos. Él demanda rendir tu vida al punto de dejarlo todo por amor de su nombre.
“Me siento lejos de Dios…
Siempre que nuestros corazones se sientan, o de hecho, estén lejos de Dios, la respuesta es gracia. Gracia costosa, no barata. Mientras más grande sea la brecha que tengas con Dios, más clara debe brillar la gracia tu camino de retorno al Padre. Nunca has dejado de ser una hija pródiga, pues toda pecadora arrepentida lo es, ya sea que le hayas conocido a los 5, 10, 15, 20 o 50 años. Es la realidad de ser amada por Dios, y perdonada si humildemente te arrepientes. Es la garantía de tu acceso libre al trono del Rey que descendió, corrió a sus hijas y les perdonó. Dios es tu Padre, si has creído en Jesucristo por su gracia a través de la fe. Si en realidad has fallado, por favor no lo postergues más. Corre lejos de tu pecado. Abandónalo por completo. Deja esas algarrobas atrás, y corre a los brazos eternos que te esperan. Deja que Él sane tus heridas.
Puedes estar preocupada por las consecuencias de tus acciones. Sería una mala hermana si no te afirmo que siempre habrán consecuencias a nuestras malas decisiones. Pero aún allí, la gracia del Padre no sólo está para salvarte de ti misma, sino para levantarte, acompañarte y darte las fuerzas necesarias en la recuperación. Tal vez, como Zaqueo, tengas que restituir, o reconocer algo vergonzoso ante alguien o ante una multitud. Cristo pasó la mayor de las vergüenzas para que tu puedas caminar a través de la tuya con los ojos puestos en Él y no en la multitud. Correr a su abrazo, vale la pena. Correr a su consuelo vale la pena. Y al mirar atrás, ese pasado solo será un recuerdo no del dolor y la vergüenza sino de la compañía, la gracia y el consuelo inconfundible del Padre.
...¿qué debo hacer?”
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Sé honesta respecto a tu pecado y arrepiéntete. Detállale a Dios tu pecado y reconoce cómo estás delante de Él. No minimices tu falta. Humíllate. El Señor es excelso, pero toma en cuenta a los humildes y mira de lejos a los orgullosos. (Salmos 138:6 NVI)
- Confiesa. Si has pecado y has herido a otros, involucrándoles o manchado el nombre de Cristo, la confesión traerá libertad a tu alma. La Biblia nos ordena a confesarnos nuestros pecados los unos a los otros. Busca una creyente madura confiable.
- Recibe el perdón de Dios: “Vengan, pongamos las cosas en claro —dice el Señor—. ¿Son sus pecados como escarlata? ¡Quedarán blancos como la nieve! ¿Son rojos como la púrpura? ¡Quedarán como la lana!” (Isaías 1:18-19)
Abraza un nuevo comienzo. Recuerda que las misericordias de Dios son nuevas cada día. ¡Cada día! Dios quiso decir justamente eso, cada día su misericordia es nueva, por tanto es un nuevo día para abrazar su perdón y caminar en la nueva vida que El te ha concedido. dice: “¡El fiel amor del Señor nunca se acaba! Sus misericordias jamás terminan. Grande es su fidelidad; sus misericordias son nuevas cada mañana.” (Lamentaciones 3:22-23 NTV)
1 Keller, T., El Dios Pródigo: Recuperando el Corazón de la Fe Cristiana, Vida Publishers, 2011.
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