Hace algunos años atrás mi hijo menor que es fanático del futbol decía que él jugaba mucho mejor que Messi. Tal declaración nos parecía muy graciosa. ¿Puedes imaginar que un pequeño de 5 años le gane a Messi? Suena completamente absurdo, sin embargo, él lo decía con tanta seguridad que realmente creía semejante mentira.
Aunque esto suena descabellado, la realidad es que constantemente nos creemos mentiras de este tipo. Somos personas creadas, seres limitados y finitos, pero no siempre nos vemos así. Nuestra mente divaga con pensamientos que nos llevan a tener un sentido de superioridad y dominio. Nos olvidamos fácilmente quién está a cargo de nuestras vidas, olvidamos que somos criaturas y tenemos un Creador soberano que gobierna sobre todas las cosas. Olvidamos que Él es quien tiene autoridad sobre nosotras porque es nuestro Autor.
Estos pensamientos nos hacen creer que podemos negociar con Dios. Tal vez nunca lo has pensado de esta forma, pero echemos un vistazo al primer intento de este deseo.
En Génesis 1 observamos que Dios es el creador de todo, Dios hizo al hombre y mujer a Su imagen y los bendijo. Adán y Eva tenían todo lo que podían necesitar. Se les había asignado la tarea de fructificar y multiplicarse de tal manera que la tierra se llenara de personas que portaran la imagen de Dios.
Sin embargo, cuando la serpiente apareció en escena, se dirigió de manera astuta a la mujer y le dijo: «¿Con qué Dios les ha dicho: “No comerán de ningún árbol del huerto”?» (Gen. 3:1). Con esa pregunta inició un diálogo que despertó en Eva nuevos deseos. Por primera vez sintió que algo le faltaba, dejó de ver todas las bondades a su alrededor y le pareció que lo que tenía no era suficiente.
Finalmente, cuando la serpiente le dijo: «Ciertamente no morirán. Pues Dios sabe que el día que de él coman, se les abrirán los ojos y ustedes serán como Dios, conociendo el bien y el mal» (Gen. 3:4), su voz pareció tan convincente y Eva tomó aquel fruto en sus manos.
Aquel día ella hizo el intercambio más patético de la historia. En su interior, lo que Eva deseaba no era solo ser a la imagen de Dios. ¡Ella quería ser Dios! Deseaba la gloria de Dios a cambio de su desobediencia, deseaba la posición del trono. Eva pensó que a su manera resultaría mejor, pero nunca imaginó las terribles consecuencias que eso traería a la humanidad.
Esto ha impactado en nuestras vidas hasta hoy en día. A menudo nos encontramos intentando negociar con Dios y hacemos una serie de intercambios que pensamos son la solución.
Dios nos creó a Su imagen para que reflejemos Su gloria, ese sigue siendo el plan de Dios desde el inicio. Ser a la imagen de Dios no quiere decir que somos iguales a Él. Hay atributos de Dios que solo le pertenecen a Él. Solo Él es soberano, infinito, eterno, omnipotente, omnisciente, omnipresente, autosuficiente. Estos son atributos incomunicables, no nos pertenecen. Nosotras somos seres limitadas, frágiles, imperfectas y dependientes.
Sin embargo, hay atributos que Él quiere que nosotras reflejemos: el amor, la misericordia, la bondad, paciencia, santidad, mansedumbre, gracia, compasión. Son atributos que tienen que ver con Su carácter y que Él comparte con nosotras para que los comuniquemos a otros y mostremos Su gloria.
Pero estos no son el tipo de atributos que más deseamos. Cada día queremos hacer pequeños intercambios con Dios. Deseamos que Dios sea bueno, pero nosotras tener el control. Queremos que Él sea amoroso y nosotras seamos omniscientes; queremos misericordia a cambio de Su poder. ¿Te das cuenta? Queremos atribuirnos lo que no nos pertenece. En lugar de vivir para Su gloria, queremos nuestra propia gloria.
Déjame compartir contigo algunos ejemplos que te permitirán ver aquellas cosas que intentamos negociar con Dios.
1. Deseamos saberlo todo en lugar de confiar en que solo Dios es omnisciente.
Cuando surge alguna situación complicada en nuestras relaciones, en la escuela o el trabajo, una de las cosas que deseamos saber de inmediato es por qué pasó, quién tuvo la culpa, quién es responsable e intentamos saberlo todo.
No está mal buscar soluciones, pero debemos recordar que nosotras no podemos conocer todo, no conocemos las intenciones, no conocemos el futuro. Hay muchas cosas que desconocemos, pero nuestro Dios sí las conoce a la perfección y las controla.
Por más que nos esforcemos por comprender y resolver el mundo a nuestro alrededor, es imposible, debemos reconocer que nuestro entendimiento es limitado. Podemos invertir gran parte de nuestra energía y tiempo intentando descubrir el hilo negro de las cosas sin llegar a nada.
En cambio, podemos confiar en que el Señor soberano tiene todo el conocimiento y Él es quien está a cargo. El Dios omnisciente conoce lo que fue, lo que es y lo que ha de venir. No intentes descubrir lo que solo Él conoce, mejor ríndete a Su voluntad que siempre es buena, agradable y perfecta (Ro. 12:2).
«¡Oh, profundidad de las riquezas y de la sabiduría y del conocimiento de Dios! ¡Cuán insondables son Sus juicios e inescrutables Sus caminos!
Pues, ¿quién ha conocido la mente del Señor? ¿O quién llegó a ser su consejero? ¿O quién le ha dado a Él primero para que se le tenga que recompensar? Porque de Él, por ÉL y para Él son todas las cosas. A Él sea la gloria para siempre. Amén.».
-Romanos 11:33-36
2. Buscamos tener nuestra propia gloria en lugar de dar gloria al único que la merece.
¿Te preocupas demasiado por lo que otros piensen de ti, buscas constantemente la aprobación o aceptación de los demás, eres muy sensible a las ofensas o siempre estás a la defensiva? Creo que la mayoría responderíamos que sí.
Todavía hay voces que nos susurran al oído y nos dicen:
¿Con que estás trabajando mucho y nadie valora lo que haces?
¿Con que las personas a tu lado se están aprovechando de ti?
¿Con que otros sobresalen en sus proyectos y tú solo fracasas?
¿Con que tus amigas son las más populares y tú has sido ignorada una vez más?
¿Recuerdas quién hizo una pregunta como esta? Cuando Satanás lanzó una pregunta parecida, estaba advirtiéndole a la mujer que nadie más se preocuparía o vería por el bien de ella misma si ella no lo hacía en sus propias fuerzas. Cuando Eva levantó su mano, estaba decidida a no solo tomar el fruto, ¡sino a tomar el cetro! Desde ese momento cada una de nosotras deseamos llevar el cetro, buscamos nuestro propio reino y no el reino de Dios. Deseamos que las personas nos aprecien, nos valoren, nos reconozcan, ¡buscamos la gloria! En lugar de adorar a nuestro Rey, queremos sentarnos en el trono. Dios es quien merece toda adoración porque solo Él es digno.
«Grande es El Señor, y digno de ser alabado en gran manera; y su grandeza es inescrutable»
-Salmo 145:3
Rinde tu voluntad al Señor y deja que tu corazón responda en alabanza porque Él es el Rey. Deja de buscar las luces de los reflectores y permite que esas luces sean redirigidas al lugar correcto para que Su gloria brille con mayor intensidad y que otros puedan postrarse ante el único Rey de reyes y Señor de señores.
Mi amada lectora, hemos sido creadas para reflejar la imagen de Dios y exhibir aquellos atributos de Su carácter que Él desea que comuniquemos a otros. Él nos ha dado el poder del Espíritu para que cada día podamos cultivar el amor, paciencia, bondad, gracia y misericordia. Él nos capacita para crecer y ser cada vez más parecidas a Cristo. No intentes perseguir aquellos atributos que solo le pertenecen a Él y da gracias porque solo Él es soberano, omnisciente, eterno, omnipotente … y eso es suficiente para descansar en el gran Rey que gobierna.
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