Desde que vinimos a la vida nuestras madres comenzaron a advertirnos insistentemente sobre el valor de cuidarnos de las impurezas de nuestro entorno y a enseñarnos sobre la necesidad de estar limpias. No toques eso, está sucio; lávate las manos; cepilla tus dientes; báñate bien, ponte ropa limpia… eran algunas de sus instrucciones. Nuestras mamás lo hacían porque velaban por nuestra higiene y salud física. De forma similar, en el plano espiritual, necesitamos dejar que nuestro Padre amoroso y recto nos guíe en el proceso de santificación de nuestros corazones.
¿A qué nos referimos con el término pureza?
Estamos hablando de santidad. Se trata de una vida consagrada por entero al Dios vivo, por medio del sacrificio redentor y purificador del Señor Jesucristo. La pureza tiene que ver con huir de las pasiones juveniles (2 Ti. 2:22) y dedicar nuestras energías a servir en favor del establecimiento del reino de Dios aquí en la tierra.
«Sean ustedes santos, porque Yo, el Señor, soy santo, y los he apartado de los pueblos para que sean Míos». Levítico 20:26
¿En qué pensamos cuando se nos habla de pureza?
Con demasiada frecuencia, cuando a las chicas se les exhorta a la pureza surgen las autoconversaciones en sus pensamientos o los comentarios entre pasillos:
- ¡Ay nooooo, ahí viene otra vez la maestra de jóvenes con su charla moldeada a la antigua!
- ¿Será que Dios solo dice que no a todo?
- Es imposible vivir de manera santa porque ¡ni siquiera puedo dejar de pecar!
A continuación, te recordaré (y me recordaré a mí misma) algunas verdades sobre la pureza, no únicamente en el área sexual, sino también en todas las demás áreas de nuestra vida.
- El estándar es Cristo, no la persona más piadosa que crees que existe (He. 12:2). De manera que, si tu pastor o líder cristiano favorito ensucia el nombre del Señor, no tienes por qué hundirte también con él. Y por si acaso lo olvidaste, ¡Jesucristo nunca te decepcionará!
- Es más que ser una niña buena (Gál. 6:7). Tu apariencia de santidad no te hace ganar puntos con Dios. Pierdes el tiempo si tratas de convencerte a ti y a los demás de que eres santa cuando en realidad no lo eres.
- Es todo acerca de ti: abarca tu mundo interior y exterior. Tiene que ver con la manera en cómo te diviertes, cómo te arreglas, cómo usas el dinero, tus reflexiones, reacciones, motivaciones, aspiraciones, relaciones, afectos… (Dt. 6:5-6)
- Te volverás a equivocar. Aunque en Cristo hemos sido redimidas de la pena del pecado y, mediante el proceso de santificación, estamos siendo liberadas del poder del mismo; no será sino hasta cuando entremos en gloria que disfrutaremos de absoluta libertad de la presencia del pecado. Eso quiere decir que, de este lado del sol, pecaremos otra vez. La idea es que cada vez lo hagamos menos, pero sucederá (Ro. 7:22-25; Fil. 3:20-21).
- El arrepentimiento humilde y la gracia de Dios son la mejor rutina de higiene para el alma (Is. 1:18).
- La pureza no es imposible de alcanzar; en Jesús, en el poder de Su Espíritu, es lograble (2 Ti. 1:7).
- Trae satisfacción verdadera y duradera al alma regenerada. Da como resultado tu bien. (Dt. 10:12-13).
- Te evita heridas, sinsabores, enfermedades, vergüenzas y múltiples dolores que vienen como resultado de la inmoralidad.
- Tiene recompensas personales y comunitarias. Te beneficia a ti, a las personas que forman parte de tu círculo de influencia, a la sociedad.
Amadas mías, la pureza es la voluntad de Dios para nuestro día a día; es vital, buena, reconfortante y deseable. Hagámosla nuestra más valiosa prenda para la vida.
Terminaré estas líneas compartiéndoles algunas estrofas de una canción que está bastante alineada con el clamor que debe haber en nuestros corazones con relación a ser puras para Dios.
Nada más, de Marcos Vidal
...Sólo quiero conocerte,
ser más tuyo, vivir a tu vera siempre.
No te pido nada más,
que ser fiel hasta el final,
hazme íntegro y sincero, hazme puro y verdadero;
no te pido nada más.
Aquí estoy, he venido,
porque sólo con verte ya ocurre un milagro en mí.
Mírame, radiografíame,
rómpeme si hace falta y después hazme renacer.
Que otros disfruten oro y placer,
tú moldéame, haz de mí lo que prefieras.
No te pido nada más,
que el honor de tu verdad.
Que jamás traiga vituperio a tu nombre o al evangelio,
no te pido nada más.
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