Por: Leanna Shepard
“Oh Señor, ayúdame a encontrar estacionamiento. ¡En la sombra por favor!”
“Dios, he estudiado tanto para este examen. ¿Me ayudarías a que me vaya bien?”
“Realmente me vendría bien un nuevo par de tenis para correr. Querido Dios, ¿puedes proveer un par para mí?”
¿Algunas veces te sientes tonta al hacer cortas, simples oraciones como estas al Dios del universo? ¿Le importa a realmente Dios donde nos estacionamos, cómo nos va en el examen y qué tenis usamos para correr?
Antes de que podamos contestar eso, tenemos que detenernos en la primera parte de la pregunta: “¿Le importa a Dios realmente?” Esta frase es clave para entender por qué oramos. Si dudamos que a Dios le importen cosas pequeñas, muy pronto estaremos dudando de Su cuidado por nosotras. Y si cuestionamos el amor de Dios, entonces toda nuestra base para creer en Él se rompe, haciéndose defectuosa e inestable. No podemos amar a Dios verdaderamente si no confiamos completamente en Él.
Mejor que tu mejor amiga
¿Qué si después de juntarte con tu mejor amiga, compartiendo secretos, ella inmediatamente comenzara a chismear de ti a tus espaldas? ¿O qué si ella te prometiera ayudarte con un proyecto o estar contigo en una situación difícil, pero nunca lo hiciera? ¡Eso no sería mucho una amistad!
Dios no es ese tipo de amigo. Él nunca falla en cumplir una promesa, y Él ha prometido estar siempre allí para nosotras. Jesús les recordó a Sus discípulos en Lucas 12:6–7 que si Dios conoce cuando un gorrión cae de un árbol, Él conoce cuando estamos en una situación difícil. Descansa tranquila. ¡Dios considera a Sus hijas mucho más dignas de Su tierno cuidado que cualquier pájaro!
Podemos confiar en Dios y orar a Él porque sabemos que a Él le importa (1 Pedro 5:7). Sabemos que Él quiere escuchar lo que tenemos que decir y desea cosas buenas para Sus hijas. Jesús confirma de nuevo Su mensaje en el Sermón del Monte:
“Pedid, y se os dará; buscad, y hallaréis; llamad, y se os abrirá. Porque todo el que pide, recibe; y el que busca, halla; y al que llama, se le abrirá. ¿O qué hombre hay entre vosotros que si su hijo le pide pan, le dará una piedra, o si le pide un pescado, le dará una serpiente? Pues si vosotros, siendo malos, sabéis dar buenas dádivas a vuestros hijos, ¿cuánto más vuestro Padre que está en los cielos dará cosas buenas a los que le piden?” (Matt. 7:7–11).
¿Qué es, exactamente, la oración?
¿Así que este es un pase gratis para cualquiera cosa que tu corazón desee? ¡No! Dios no es como un genio mágico. Si el deseo de tu corazón es una motivación egoísta, entonces no, no es de eso de lo que Mateo 7 se trata. No debemos entrar a nuestro closet a orar con la expectativa de salir con lo que sea que queramos. Demasiadas veces pensamos que esto es sobre mí, resolver mis problemas, obtener mis deseos, escucharme mi quejar.
Pero inversamente, la oración no es sobre rebajarme tímidamente ante un juez duro, intentando convencerlo de por qué él debe escuchar tu caso y juzgar en tu favor. ¿Entonces qué es la oración si no es pedir temerosamente o demandar presuntuosamente?
La oración se trata de una relación.
Cuando Jesús vino a la tierra y murió en la cruz Él no solo cargo nuestro pecado y conquistó la muerte, ¡Él también nos dio acceso al Padre! Jesús no es solo nuestro Salvador y Redentor, Él es nuestro Sumo Sacerdote. Por la sangre de Cristo, podemos ahora entrar confiadamente al trono de la gracia en cualquier momento y desde cualquier lugar.
El escritor de Hebreos lo dijo hermosamente:
Teniendo, pues, un gran sumo sacerdote que trascendió los cielos, Jesús, el Hijo de Dios, retengamos nuestra fe. Porque no tenemos un sumo sacerdote que no pueda compadecerse de nuestras flaquezas, sino uno que ha sido tentado en todo como nosotros, pero sin pecado. Por tanto, acerquémonos con confianza al trono de la gracia para que recibamos misericordia, y hallemos gracia para la ayuda oportuna (Heb. 4:14–16).
Si eres como yo, probablemente corriste por ese pasaje. Regresa. Permite que esta verdad se hunda profundamente. El Rey de todos los reyes te ha dado su pase VIP a Su palacio real y no es nada como tomar un tour de un castillo deshabitado. Dios te ha invitado a Su hogar. ¡Él quiere que te sientes a Su mesa y te des un banquete de Su misericordia y gracia y vivías allí con Él para siempre!
¡Eso es maravilloso! Piensa en eso cuando te encuentres a ti misma cuestionando el amor de Dios por tus circunstancias o una oración no contestada. Recuerda lo que el Padre ya ha hecho para proveer Su amor para ti.
La oración no es recibir lo que queremos; es llegar a conocer a Dios. Es una conversación continua entre Padre e hija. Tú le hablas al orar y Él te habla a través de Su Palabra. Es por eso que está bien hablar con Él sobre cosas como estacionamiento y tenis para correr, porque a Él le importa. Está bien contarle cómo fue tu día o cuáles son tus preguntas y preocupaciones, porque a Él le importa. Realmente le importa.
¿Cuáles son algunas cosas pequeñas (o grandes) de las que le has estado hablando a Dios hoy?
¡Hoy tienes una gran oportunidad de unir tu oración a la de miles de mujeres en todo el mundo! Conéctate a la emisión simultánea de ¡Clama! e intercedamos juntas por un avivamiento en nuestro mundo, en nuestras iglesias, en nuestras comunidades y en nuestras vidas.
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