Escritora invitada: Valeria Ayanegui Colín
Querida joven lectora:
Quisiera compartir contigo un poco de lo que he aprendido en mi caminar con Cristo a lo largo de mi vida y aprovechar para abrir mi corazón.
Durante mi infancia, crecí bajo el cuidado amoroso de mis padres junto a mis dos hermanos. Todo era alegría y risas hasta que, en Su soberanía, el Señor decidió poner una prueba muy grande en nuestra familia. Después de un período de incertidumbre, oración y el creciente malestar en el cuerpo de mi padre, los doctores finalmente descubrieron su enfermedad y la diagnosticaron, era cáncer. Esa fue una de las noticias más difíciles que hemos tenido que enfrentar como familia.
Mi papá fue hospitalizado de inmediato, y mi mamá asumió la responsabilidad de cuidarlo. Mientras tanto, mis hermanos y yo quedamos al cuidado de varios familiares que se turnaban para estar con nosotros. En ese momento, todo a mi alrededor se volvió muy confuso y triste. Empecé a guardar mis sentimientos para mí misma, tratando de no expresar nada, porque no quería preocupar a los demás con mi dolor, sabiendo que ellos ya estaban lidiando con sus propias luchas.
Me sentía ahogada por la tristeza, pero creía que si la expresaba, solo aumentaría la preocupación de mi familia. Sentía que no podía apoyarme en nadie, y mi mundo se tornó en un completo caos. Finalmente, después de un largo año de lucha contra el cáncer, el Señor Todopoderoso en Su misericordia se llevó a mi papá a Su presencia, donde al fin pudo encontrar la paz después de una dura batalla. En ese entonces, yo solo tenía ocho años, y no me sentía preparada para dejar ir a mi papá.
Amada joven, yo te quiero animar hoy: asegúrate de caminar con Dios cada día, porque si enfrentas momentos y pruebas difíciles alejada de Él, es muy probable que caigas en pecado o empieces a creer en las mentiras que el enemigo pone en tu mente, como me ocurrió a mí. No importa la edad que tengas; lo que importa es que busques a Dios y recuerdes cada día que Él es tu Padre, que te ama y te cuida. No hay nadie que se le pueda comparar, porque Él es fiel y nunca te abandona.
Como en aquel entonces no me estaba aferrando a Dios en medio de mi sufrimiento por la pérdida de mi padre, comencé a creer en mentiras que me sofocaron y destrozaron durante mucho tiempo. Pensamientos como:
- «Eres una carga para los demás. No te atrevas a mostrar tus sentimientos para no preocupar más a tu mamá, que ya está lidiando con demasiadas cosas».
- «No eres importante, así que no seas una molestia indeseada».
- «No vales lo suficiente como para que alguien se preocupe por ti».
Y la mentira que más me lastimaba:
- «Por tu falta de fe en que Dios salvaría a tu padre (porque en algunos momentos imaginaste cómo sería si él ya no estuviera), es que él finalmente murió. Eres la razón por la que todos sufren».
Como puedes darte cuenta, estas mentiras están muy alejadas de las verdades que se encuentran en la Palabra de Dios:
- Dios otorga ayuda y fuerzas suficientes para cada ocasión y necesidad (1 Pd. 5:10).
- Somos hijas de Dios y coherederas con Cristo ¡ahí es donde se encuentra nuestro valor! (Jn. 1:12; Ro. 8:16-17; Gal. 3:26-27).
- Ningún sufrimiento se compara con la gloria del Señor (Ro. 8:18).
Estoy inmensamente agradecida con Dios porque decidió salvarme de ese pozo sin fondo y librarme con Su verdad. Fue entonces cuando me di cuenta de que el Señor siempre estuvo cuidándonos, incluso en medio del dolor. Ahora sé que tengo un Padre, el Rey de los cielos. A través de mi dolor, Él me permitió conocerle y, no solo eso, sino que me adoptó como Su hija, encontrando mi valor en Él y en Su obra. Ahora entiendo que la aflicción tiene un propósito en las manos de Dios y puedo tener un corazón agradecido para con Él.
Quisiera recomendarte el libro «Mentiras que las jóvenes creen» porque creo que te podría ayudar si estás pasando por un momento en el que te sientes confundida o atrapada por pensamientos negativos que parecen verdades, pero que en realidad solo son mentiras disfrazadas. A lo largo del libro, se nos invita a reflexionar sobre las muchas mentiras que, en la juventud, solemos aceptar como verdades absolutas. Estas falsas creencias no solo influyen en cómo nos vemos a nosotras mismas, sino también en nuestras relaciones con los demás y, más importante, en nuestra relación con Dios, generándonos sufrimiento y convirtiéndonos en esclavas de mentiras que aplastan nuestro espíritu. Quiero compartir una cita contigo que más me impactó cuando leí el libro dice: «La verdadera libertad se encuentra en una relación vital y creciente con el Señor Jesús. Él se ha revelado a sí mismo (la Palabra viva de Dios) en las Escrituras (la Palabra escrita de Dios). Mantenerse en contacto permanente con la Palabra de Dios -viva y escrita- te traerá libertad».
Este mensaje me ayudó a comprender que el contacto constante con la Palabra de Dios, es lo que realmente nos libera. Nos permite dejar atrás las mentiras que nos atan y vivir con una plenitud y libertad que solo Él puede darnos.
Querida lectora, te animo a que reflexiones sobre los pensamientos que has estado permitiendo en tu vida. ¿Estás creyendo mentiras que te alejan de la verdad de Dios? Te invito a que te acerques a Él en oración, pidiéndole que te revele Su verdad y te libere de cualquier carga que estés llevando sola. Recuerda que no estás sola en tu dolor, y que Dios te ama profundamente. Confía en Su palabra y busca diariamente Su presencia para encontrar la paz que solo Él puede ofrecer. Pregúntate: ¿Cómo puedo entregar mis cargas a Dios el día de hoy? ¿Qué verdades bíblicas necesito recordar y aplicar en mi vida?
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