La verdadera razón por la que no compartes a Cristo

El mensaje es claro, el deber inminente, la gracia provista, el poder del Salvador nos acompaña todos los días hasta el fin del mundo. Y la realidad de las cosas es que no hay gozo más grande que ver enemigos de Dios, convertirse en Sus hijos, personas rebeldes convertidas en fieles amantes del Salvador. Y, amadas, nosotras tenemos el enorme privilegio de ser embajadoras de Dios y rogar a los hombres por medio de Cristo: «¡Reconcíliense con Dios!» (2 Co. 5:20).

Este privilegio se encuentra detallado en 2 Corintios 5 versículos 18 al 21, conocido como el ministerio de la reconciliación. Este ministerio, anunciar el evangelio, se refiere a proclamar el poder de Dios para salvación, esta es la razón por la cual Pablo escribió en la epístola a los Romanos: «Porque no me avergüenzo del evangelio, pues es el poder de Dios para la salvación de todo el que cree, del judío primeramente y también del griego (1:16)». 

Este es el evangelio en vasos de barro, es decir nosotras, siervas quebradas, en las manos del Alfarero que todo redime y restaura. Hemos probado la dulzura de Su amor, las bondades del Salvador, y por lo tanto se nos ha confiado este tesoro: ¡anunciar las buenas nuevas de salvación a este mundo caído! 

Porque cualquiera que ha probado las misericordias del Señor no puede hacer otra cosa que no sea compartir estas bondades. Oh amada, tú y yo hemos sido encomendadas con el deber y privilegio de llevar el evangelio hasta los confines de la tierra. «...Jesús, les dijo: “Toda autoridad me ha sido dada en el cielo y en la tierra. Vayan, pues, y hagan discípulos de todas las naciones, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo,enseñándoles a guardar todo lo que les he mandado; y ¡recuerden! Yo estoy con ustedes todos los días, hasta el fin del mundo”» (Mt. 28:18-20).

Pero quien ha experimentado en carne propia las realidades del evangelio de manera que su vida ha sido transformada por la gracia del Salvador, Cristo Jesús, y no comparte el evangelio, es porque no tiene un corazón para los perdidos.

Un ejemplo de alguien que amaba a los perdidos era el apóstol Pablo. Una vez más, en Romanos podemos ver su corazón por ellos, él mismo prefería estar separado de Cristo y tenía gran tristeza y continuo dolor en su corazón por aquellos que no le conocían (9:2-3). 

Pablo tenía un corazón para los perdidos porque él entendía el corazón de Dios, Su deseo de salvación de la humanidad caída, por eso es que él deseaba lo mismo. Porque el corazón de Dios está plasmado en cada página de la Escritura desde la creación hasta la caída, desde la promesa de un Salvador hasta la restauración de todas las cosas al final de los tiempos, desde Génesis hasta Apocalipsis. El corazón de Dios es evidente, demostrado en la paciencia que tuvo desde la rebeldía de Adán y Eva hasta los hombres crucificando al Autor de la Vida. 

El corazón de Dios para con los perdidos está marcado en las manos de Su Hijo, Jesucristo, clavado en el madero para salvación a todo aquel que cree. «Porque Dios no envió a Su Hijo al mundo para juzgar al mundo, sino para que el mundo sea salvo por Él» (Juan 3:17). Y de igual manera está plasmado en la vida de cada una de nosotras, puesto que esas manos fueron clavadas por nuestra causa y para nuestra redención. 

Y tú, ¿amas a los perdidos? ¿Qué tanto compartes el evangelio? 

5 causas de un corazón que no se preocupa para los perdidos

Como lo mencioné anteriormente, no tener un corazón para los perdidos viene en realidad de no conocer ni entender ni amar el corazón de Dios. Por eso quiero compartir contigo cinco causas que nos ayudan a saber si no tenemos un corazón para los perdidos. 

  1. No conocer al Salvador.

Puede que pienses que conoces al Autor de tu Salvación, es decir, puede que pienses que conoces a Cristo y caminas con Él, pero en realidad no le has conocido como tu Señor y Salvador personal (2 Co. 5:11-21). Por lo tanto, no sientes ninguna responsabilidad ni tienes la convicción de que compartir el evangelio es el deber de todo creyente. 

  1. Ignorar la razón de la salvación.

Es posible que, al no conocer al Salvador a través de Su Palabra, desconozcas o menosprecies el hecho de que fuiste salvada para la gloria de Dios (Efesios 1:6) y eres sal y luz de este mundo (Mateo 5:13-16). 

  1. Estar en pecado de rebelión, apatía o indiferencia. 

Este punto es crítico porque el enemigo puede engañarte haciéndote pensar que tu personalidad, o tus habilidades sociales son la medida en la que estás llamada a cumplir con este alto mandamiento del Señor. Sin embargo, en la Escritura vemos claramente que a todo creyente se le ha otorgado la gran comisión. 

  1. Temer al hombre.

Tal vez pienses que temes a Dios más que al hombre, pero más a menudo te preguntas qué piensa de ti la persona a la que le estás compartiendo, que lo que Dios piensa de ti. Tal vez te preocupe más el quedar bien con quien estás evangelizando, que presentar el evangelio con precisión. No podemos agradar a Dios y a los hombres (Gálatas 1:10). 

  1. Estar demasiado cómoda.

Seamos honestas, compartir el evangelio requiere tiempo, valentía y compromiso. Demanda conocer bien la Palabra de Verdad, estudiarla y compartirla sin importar cuán incómodo y hasta ofensivo el mensaje pueda parecerles a los que nos escuchen. Finalmente, el evangelio es locura para los que se pierden, pero para nosotros los salvos es poder de Dios (1 Co. 1:18). 

Amada, yo sé que esto es difícil de escuchar. Yo misma he sido confrontada con las palabras que he escrito y al contemplar el corazón de Dios por los perdidos, ha traído convicción a mi vida acerca de la necesidad de compartir a nuestro Cristo crucificado para la salvación de ellos. Lo opuesto a no tener un corazón por los perdidos es tener un corazón compasivo y que ama a aquellos por los que Cristo murió.

Entonces, ¿cómo lo hacemos? 

Primeramente, dediquemos nuestras vidas a conocer al Autor de nuestra salvación, deleitémonos en Cristo, estudiemos la profundidad de Su amor, compasión y corazón para con los perdidos a través de Su Palabra. 

Ahora bien, de manera práctica te recomiendo que te unas al ministerio de evangelismo de tu iglesia. También puedes hacer un grupo con tus amigas más cercanas, busquen reunirse una vez al mes y estudien cómo compartir el evangelio. Pídele a dos amigas cercanas tuyas que oren por ti y te pidan cuentas acerca de cómo estás compartiendo tu fe. Ora por un corazón de compasión por los perdidos, entrénate y sal. Y no olvides orar por oportunidades para compartir el evangelio. ¡Te sorprenderá cómo el Señor responde estas oraciones y te maravillará ver cómo el Redentor te usa como un instrumento para llevar Su mensaje de salvación! 

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Sobre el autor

Vania Anderson

Vania es originaria de Tlaxcala, México, pero actualmente reside en California. Se graduó en Estudios Teológicos en la Universidad The Masters.

Su más grande pasión es compartir el evangelio y ayudar a los creyentes a equiparse para compartir su fe, … leer más …

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