Una noche ordinaria. El llanto de un bebé rompe el silencio. Ángeles anuncian a un grupo pequeño de pastores las buenas noticias. El Dios del universo nace como bebé en un pesebre en Belén. María y José buscaron donde hospedarse esa noche y lo único disponible para ellos era un humilde establo. Y ahí, junto a animales y algunos sencillos pastores, nació el Salvador del mundo.
“Existía la luz verdadera que, al venir al mundo, alumbra a todo hombre. En el mundo estaba, y el mundo fue hecho por medio de Él, y el mundo no le conoció.” (Juan 1:9-10)
El evento más increíble de la historia parecía pasar desapercibido. Los judíos estaban en espera de ese gran Mesías que había de venir, de un Rey como David, quien vendría en poder y los libraría del yugo de los romanos. No se imaginaban que ese Rey vendría en humildad, como siervo. Así empezó la vida terrenal de nuestro Señor Jesús, nuestro Salvador. Y así como no tuvo espacio en el mesón para su nacimiento, también vivió el Hijo del Hombre sin lugar donde recostar su cabeza (Mateo 8:20).
“¿Quién ha creído a nuestro mensaje? ¿A quién se ha revelado el brazo del Señor? Creció delante de El como renuevo tierno, como raíz de tierra seca; no tiene aspecto hermoso ni majestad para que le miremos, ni apariencia para que le deseemos. Fue despreciado y desechado de los hombres, varón de dolores y experimentado en aflicción; y como uno de quien los hombres esconden el rostro, fue despreciado, y no le estimamos.” (Isaías 53:1-3)
Hoy en día, la Navidad está caracterizada por el exceso. Compras. Regalos. Ofertas. Arreglos ostentosos. Realmente la belleza de esta época, las decoraciones y las festividades nos pueden apuntar hacia la hermosura de Cristo y al gozo de su nacimiento, pero no olvidemos que nuestros “nacimientos inmaculados” y decoraciones bonitas se encuentran muy lejos de la realidad de aquel día. A un establo sucio y despreciado llegó nuestro Salvador.
Nos enfocamos tanto en lo que queremos comprar, regalar y en las fiestas que pasamos por alto al Salvador que nació humildemente en un pesebre desapercibido por el mundo.
En esta Navidad, en medio de todo el bullicio, recordemos que Cristo abrazó una vida humilde de fragilidad humana, dolor, servicio y muerte para que tú y yo podamos gozar de Su gloria. Este es el propósito de la Navidad, gozarnos en la venida de nuestro Salvador Jesucristo y en lo que Él vino a lograr por y para nosotros.
“Cristo Jesús, el cual, aunque existía en forma de Dios, no consideró el ser igual a Dios como algo a qué aferrarse, sino que se despojó a sí mismo tomando forma de siervo, haciéndose semejante a los hombres.Y hallándose en forma de hombre, se humilló a sí mismo, haciéndose obediente hasta la muerte, y muerte de cruz.” (Filipenses 2:6-8)
Así que ya sea que tengas mucho o poco, o si hayas recibido ese regalo especial que esperabas o no, recuerda que “El que no eximió ni a su propio Hijo, sino que lo entregó por todos nosotros, ¿cómo no nos concederá también con Él todas las cosas?” (Romanos 8:32)
En esta época recordemos que no necesitamos “más”. La gloria y la belleza, lo que brilla en la Navidad, es Cristo. Cristo es lo único esencial, el regalo, quien le da significado y lo único que necesitamos esta Navidad y para siempre. Si lo tienes a Él, lo tienes todo.
Para reflexionar:
¿Te encuentras facilmente distraída por cosas de menor importancia en esta época? ¿Quizás en lo que quieres comprar o hacer, en vez de lo que Él hizo?
¿Cómo puedes fijar tu corazón y mente en el verdadero significado de la Navidad?
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