¿Has sentido que existe una gran distancia entre la mujer que eres y la que quisieras ser? Yo sí. La mujer que quiero ser vive en mi mente, en algún espacio entre mi interminable lista de cosas por hacer y los nombres de las marionetas de Plaza Sésamo. Ella es paciente por naturaleza. Radicalmente sin temor. Cree que Dios es fiel, aun cuando sienta que la ha olvidado. Siempre elige lo mejor, para alimentar su alma en lugar de la carne, para someterse en lugar de desafiar, regocijarse en lugar de quejarse. Nunca pega a sus hijos ni importuna a su esposo.
De hecho, la única persona a quien alguna vez ella irrita es a mí. Me elude y me acosa al mismo tiempo. Es la mujer en quien pienso cinco segundos después de haber dicho lo que no debí haber dicho. La mujer en quien pienso cuando mis hijos están en la cama y desearía no haber sido tan impaciente con ellos. Pienso en ella cuando me encuentro a alguien tan radiante que no parece dudar jamás de Dios. Y también pienso en ella en los días nublados, cuando me siento culpable de no haber superado el desánimo.
Pensaba que podía acortar la distancia entre ella y yo dando un salto gigante. ¿Quizás una conferencia de Beth Moore? ¿Un fin de semana de retiro de oración? Pero nunca logré dar el salto. Por momentos creía que lo había hecho, pero entonces inevitablemente me decepcionaba a mí misma. La lucha con el mismo viejo pecado. Caía de la misma vieja manera.
Pequeños momentos
Finalmente en este verano, pude entenderlo. El viaje de mí hacia ella, es uno de pequeños pasos. No se compone de conferencias grandiosas, ni que experiencias que alteren la vida. Paul David Tripp me enseñó eso cuando escribió,
«El carácter y la calidad de nuestra vida son forjados en pequeños momentos. Nos alejamos del significado de esos pequeños momentos porque lo son. [Pero] estos son los momentos que constituyen nuestra vida» (¿Qué esperabas?, pág. 58).
En contexto, él escribía sobre los pequeños pensamientos, palabras, y elecciones que forman un matrimonio y crean el escenario para el futuro. Pero esta perspectiva de pequeños momentos es una manera bíblica de ver la vida. En Lucas 16:10 Jesús dice, «El que es fiel en lo poco, es fiel en lo mucho».
Con eso en mente, he llegado a hacer una oración simple durante el día. Ya sea que esté creyendo una mentira, luchando con ídolos, o a punto de hacer erupción, en el calor del momento, yo oro «¡Dios, ayúdame a ganar esta batalla de este pequeño momento!» Es todo en lo que me enfoco. No pienso en ganar cada batalla, o hacer un plan de santificación personal, o usar una capa y pintarme un letrero de supermamá en la frente. Solo me enfoco en la pequeña batalla frente a mí, y con el poder de Dios y la ayuda de Cristo, peleo para ganar. Luego, diez minutos después, cuando el bebé tira un plato de espaguetis en la alfombra de mi suegra, oro «¡Dios, ayúdame a ganar esta batalla de este pequeño momento!» Y así continúo. Justo como el hombre justo de Proverbios 24:16, puedo caer 7 veces, pero por la gracia de Dios me levanto, una y otra vez.
Uno a la vez
Se construye una casa un ladrillo a la vez, se escribe un libro una palabra a la vez, y se vive una vida un momento a la vez. Tú y yo no tenemos que convertirnos en la mujer de Proverbios 31, mañana. Solo debemos lanzarnos a la gracia y poder de Cristo para vivir fielmente hoy. Para hacer la elección sabia. Para hablar con amabilidad. Para rechazar el pensamiento terrible. Para arrepentirnos y levantarnos de nuevo. Y un día miraremos atrás y nos daremos cuenta que a través de toda una vida, de un millón de pequeños momentos, Dios nos hizo crecer (1 Co. 3:6, Flp. 1:6)
La madre Teresa, Adolfo Hitler, Martín Lutero, Jessica Simpson, todos tuvieron algo en común. Se convirtieron en quienes son, un pequeño momento a la vez. Y así ocurrirá con nosotras.
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