¿Cuántas reacciones necesitas conseguir en una foto en Instagram para que te sientas bien?
¿En quién piensas en la mañana cuando escoges esa combinación exacta de ropa que te hace lucir mejor?
¿Cuánto tiempo se pueden tardar tus amigos en contestar tus chats antes de que te empieces a sentir ofendida o preocupada?
¿Te atrae más la idea de participar en el equipo de adoración con un micrófono en la mano, que enseñar una clase de 10 niños pequeños donde nadie te ve?
¿De qué tema tratan todas estas situaciones? De la atención. Se trata de que otra persona esté pensando en mí, viéndome a mí, y aprobando de mí. Es un deseo que todos tenemos, y hasta cierto punto es natural.
Pero piensa un momento en qué tipo de atención realmente valoras más en el fondo de tu corazón. ¿Cuál es la manera primordial en que otra persona puede mostrarte la atención que te hace sentir valorada, aceptada, y amada? Para la gran mayoría, la manera más valiosa de que otra persona le ponga atención es… escuchando atentamente
Ya me estás siguiendo, ¿verdad? De todas tus amigas, la que más buscas cuando necesitas desahogarte, ella te escucha. No hay nada como una persona que está dispuesta a guardar el celular, mirarte a los ojos, y decir, «cuéntame».
Querida hermana joven que tanto deseas que alguien te ponga atención y te escuche atentamente, te quiero decir algo. Tu Creador y Salvador inclina su oído a escuchar tus susurros. Si eres hija de Dios, siempre tienes a esa persona disponible para escuchar. Si has depositado tu fe y confianza en Cristo, Dios te trata como su hija, y es el Padre perfecto siempre dispuesto a escuchar.
Hemos estado estudiando en estas últimas semanas sobre el hecho de que Dios quiere moldear en nosotras ciertos hábitos para ir haciéndonos más como Cristo hasta ese día que aparezcamos delante de él. La semana pasada vimos cómo no es negociable en la vida cristiana que oigamos constantemente la voz de Dios en su Palabra. Es esencial.
Pero si lo que Dios quiere con nosotras es una relación personal vibrante, entonces Él no sólo quiere que nosotras le escuchemos a él. Él quiere escuchar de nosotras.
Dios quiere que le hablemos en oración.
Pero, ¿por qué lo haríamos? La oración se siente extraña porque Dios es espíritu y no lo veo. ¿Cuál es el propósito de la oración? John Piper, en su libro Cuando no deseo a Dios, dice, «El gran propósito de la oración es pedir que Dios sea nuestro gozo» (p. 142 versión de inglés). Tenemos que orar, necesitamos orar, porque ¡necesitamos a Dios! Necesitamos encontrar gozo en Él. Necesitamos más de Él. La oración es nuestro privilegio de tener el oído de Dios, por la obra que Cristo hizo en la cruz.
¿Qué significa esto para mi vida diaria? David Mathis, en el libro Hábitos de Gracia, menciona varios tipos de oración que cada una debemos practicar. El hábito central debe ser el orar en secreto. David da varias sugerencias prácticas que quiero compartir contigo para mejorar tu tiempo de oración privada:
Sugerencias para la oración privada
- Crea tu aposento. ¿Tu qué? Sí yo sé que se oye arcaico. Simplemente significa un lugar privado designado. No es que vas a orar ahí un solo día, sino que habitualmente vas a orar ahí. Creo que ya habrás vivido suficientes años para haberte dado cuenta que nadie hace nada habitual que no se haya propuesto a hacer con algo de determinación. Separar o crear un espacio especial para tu oración privada ayudará a priorizarla.
- Comienza con la Biblia. En lo personal, pocas cosas han ayudado mi vida de oración como este concepto. Dios empezó la conversación, ¿verdad? Él te habló primero en su Palabra, así que la oración es tu respuesta a lo que Él te dice. Por esta razón, normalmente es mejor empezar tu tiempo devocional diario con el Señor en su Palabra, por lo menos con algunos versículos de un Salmo, o alguna oración bíblica, para así responder a Dios en alabanza, arrepentimiento y fe en base a lo que ves ahí. (Si quisieras crecer en esta práctica, te recomiendo el libro Orando la Biblia.)
- Adora, Reconoce, Pide, Agradece (ARPA). David usa algunos términos sinónimos, pero quise compartirte estos elementos en este acróstico para que los recuerdes más fácilmente. Entiende que esto es solamente un modelo para ayudarte a dar forma a tu tiempo privado de oración. Estás en una conversación con Dios y eres libre de orar lo que hay en tu corazón. Pero como hábito de gracia, es bueno disciplinarnos a adorar a Dios, aunque traigamos un corazón cargado de peticiones. Es bueno disciplinarnos a reconocer nuestras faltas y deficiencias para no creer que Dios nos oye por mérito propio. Es bueno disciplinarnos para siempre terminar agradeciendo (algo así como te enseñó tu mamá a siempre decirle «gracias» a Abuelita aunque sabes que ella te prepararía la comida a pesar de tu respuesta).
- Revela tus deseos—y transfórmalos. Sé totalmente honesta con Dios. Dile exactamente lo que deseas y sueñas, lo que te molesta y frustra, lo que te preocupa y atemoriza. Total, Él ya lo sabe todo, y le encanta que tú se lo compartas. No hay nadie como Él para oírte. Solo recuerda que la oración tiene poder para transformar tus deseos que no reflejan los valores de Dios. La oración te ayuda a aumentar tu deseo de agradar a Dios, y esto implica cambios de deseos. ¡Esta es una de las más grandes obras que hace la oración en nuestros corazones!
- Mantén tu oración renovada. Cualquier disciplina, hábito o actividad regular se vuelve demasiado rutinario y automático si no nos cuidamos. Cada cuantos meses, cambia tu rutina, tu lugar de oración, renueva tu lista en una libreta nueva, empieza a escribir tus oraciones, añade el ayuno, o tiempos extendidos de oración… Solo haz algo para renovar y revivir tu tiempo de oración para mantenerlo fresco. «Pocas cosas merecen tu atención y dedicación como el privilegio y el poder de la oración privada» (p. 111, Hábitos de Gracia).
La oración privada no es la única que debes practicar, pero es la fundamental. Una rica vida personal de oración fortalecerá tu vida de oración en comunidad. Procura orar con amigas, tu familia, y tu iglesia local.
«La oración no se trata en última instancia de obtener cosas de Dios, sino de obtener a Dios mismo» (p. 101). ¿Deseas obtenerlo? ¡Ora!
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