Escrito por Amanda Peacock
No hay duda de que Susan Sarandon es una actriz talentosa y hermosa y una que parece haber envejecido bien.
Y tampoco hay duda de que Sarandon conoce bien su atractivo. Recientemente apareció en la ceremonia de entrega de premios SAG para presentar el tributo «In Memoriam» con un traje que en cual tenía un escote muy pronunciado. Y la personalidad televisiva británica Piers Morgan tenía algo que decir al respecto.
A las pocas horas de sus comentarios en Tuiter sobre la falta de modestia de Sarandon, ella habría publicado en Tuiter una foto de archivo de sí misma en ropa interior. Esto abrió las compuertas para que muchas otras mujeres siguieran su ejemplo, demostrando su solidaridad con Sarandon y desafiando a Morgan al tuitear fotos de sus propios cuerpos.
Los comentarios de Morgan sobre el atuendo «inapropiado» de la actriz han sido tildados como un «tipo de crítica peligroso buscando crear vergüenza corporal», aunque no hizo comentarios despectivos con respecto a su cuerpo.
De fuera hacia dentro
No tengo idea de qué motivó a Sarandon o a las otras mujeres a revelarse de esta manera. Sé que perderíamos el punto si creemos que esto solo se trata de la exposición a la carne. Nuestras palabras y conducta revelan nuestros corazones (Mateo 12). Son, por así decirlo, una revelación pública del corazón. El exterior expone el interior.
Morgan sugirió que las acciones de Sarandon eran para publicidad (y creo que lo mismo podría decirse de las otras que hicieron lo mismo). Si es verdad -y estamos ahogados en un contexto auto-publicitario- esta es una prueba de que podemos ser, como dijo CS Lewis, «criaturas desganadas, engañando con bebida, sexo y ambición cuando se nos ofrece alegría infinita, como un niño ignorante que quiere seguir haciendo tartas de barro en un barrio pobre porque no puede imaginar lo que significa la oferta de unas vacaciones en el mar. Estamos demasiado complacidos».
Sin embargo, las mujeres no deberían conformarse con menos. Como portadoras de la imagen de Dios, nuestro papel es darlo a conocer. Somos jarras de barro hechas para mostrar a Cristo, no a nosotros mismos (2 Corintios 4: 7).
Esta última verdad señala a las mujeres hacia una realidad vital. No se trata de nosotras. El mundo se enfoca en el exterior y nos exhorta a hacer lo mismo. Pero Dios se enfoca en el interior, el corazón (1 Samuel 16: 7).
Una defensora alabó a Sarandon por «reclamar su derecho de ostentar su cuerpo femenino». El cuerpo femenino no tiene nada de vergonzoso pues es el diseño de Dios. En nuestro valor intrínseco, en nuestra apariencia, en nuestra esperanza, la feminidad bíblica habla una realidad mejor.
De adentro hacia afuera
Dios ofrece a las mujeres la esperanza de una belleza alternativa que es más profunda que la piel. Comienza en el interior, la «el yo interno» (1 Pedro 3:4). Él se enfoca en mujeres que muestran hermosos corazones, sin descubrir nuestros cuerpos. Él valora la «belleza imperecedera de un espíritu apacible y callado» (1 P. 3:4). Tal espíritu podría no obtener mil retuits, ¡pero es eterno!
Este tipo de mujer tiene una actitud interior respetuosa. Es decir, es digna y cortés, no avasallante ni coqueta; ella es fuerte por dentro y suave por fuera. La palabra «respetuoso» (1 Pedro 3:2) significa «conducta apropiada para un templo». En otras palabras, la mujer bíblica se comporta reverentemente.
Tenemos una hija adolescente (tiene diecinueve años ahora), y desde que tengo memoria hemos tenido conversaciones sobre un tipo de modestia en el exterior que refleja el interior. Así que le dije «enmarca tu cara, no tu cuerpo» y «expresa la sabiduría de la virtud en lugar de la necedad de la extravagancia». Este ha sido nuestro enfoque. Sin embargo, la verdadera belleza femenina es visible. Los cristianos no escapan de esto o sienten vergüenza por eso. Dios hizo el cuerpo para su propia gloria, todo. Él ama el cuerpo.
El espíritu suave y tranquilo es un «adorno» (v. 4-5). Puede ser observado. Y este es el tipo de publicidad que «a los ojos de Dios es muy valiosa». Publicidad como esta tiene un efecto misionero. Cuando las mujeres se «adornan» a sí mismas de esta manera, es atractiva para los demás. Mira como el esposo de 1 Pedro 3:1, que podría ser «conquistado» para Cristo por el comportamiento reverente de su esposa y su espíritu apacible y gentil.
Las mujeres cristianas tienen un llamado digno y pueden presentar la verdadera feminidad, que es una apología irresistible que podemos presentar como una alternativa a las mujeres que de otra manera intercambiarían tal adorno por quince minutos de fama.
Esperanza
A medida que envejecemos y la persona externa se desvanece, la persona interna se vuelve más visible. Entonces, una pregunta clave para nosotros es esta: ¿Qué tipo de persona interior cultivamos?
Tenemos la oportunidad de mostrar el tesoro de Cristo al mundo porque esperamos en Dios, no la apariencia exterior y la alabanza del hombre. Y las mujeres que esperan en Dios no sienten la necesidad de competir o compararse con otras mujeres. De hecho, Pedro nos dice que las mujeres santas esperan en Dios (1 Pedro 3).
A menudo cultivamos a la persona externa para enmascarar lo interno. Cuidar nuestra apariencia es algo bueno, pero cultivar lo de afuera a expensas del interior no durará y no es sabio. Como dice el proverbio, «Engañosa es la gracia y vana la belleza, pero la mujer que teme al Señor, ésa será alabada» (Proverbios 31:30). Por lo tanto, nuestra esperanza no está en cuántos «me gusta» o retuits podemos obtener; no está en nuestros logros sino en una persona, Jesucristo. La nueva vida en Él produce una nueva esperanza y una nueva mujer que expresa su belleza imperecedera de adentro hacia afuera.
El gran gozo de la feminidad bíblica es que las mujeres fueron hechas para algo mucho más grande que la mirada lujuriosa. Fuimos creadas para la gloria de nuestro Padre, que mira a Sus hijas con puro amor, aceptación y adoración.
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