¡Cuán difícil es ser fiel a Dios en medio de la tentación y las circunstancias adversas! Nuestro corazón continuamente se desvía hacia el desánimo, el enojo, el odio, la amargura, la desobediencia y la lista sigue. Pero el llamado de Dios es claro para nosotras, la fidelidad es uno de Sus maravillosos atributos que Él quiere que sea desplegado en nuestro carácter. Así que hoy quiero invitarte a recordar la historia de José, un joven sostenido por la fortaleza de Dios para ser fiel en medio de la tentación y el sufrimiento.
A lo largo del relato de la vida de José en Génesis podemos ver que fue fiel a Dios en cada etapa de su vida desde que era muy joven y a pesar de las circunstancias. José tuvo una vida bastante difícil, desde joven fue odiado por sus hermanos, fue vendido como esclavo, fue llevado a la cárcel injustamente y olvidado por quien había prometido ayudarle a salir de la cárcel. No me imagino cómo es pasar por todas esas experiencias y mantenerse en pie. ¿Cómo pudo sobrevivir a todas estas circunstancias? Él sabía que Dios era soberano y no lo había abandonado, él solo debía ser fiel.
Fiel en medio de su familia
«…Cuando José tenía diecisiete años, apacentaba el rebaño con sus hermanos…Israel dijo a José: “¿No están tus hermanos apacentando el rebaño en Siquem? Ven, y te voy a enviar a ellos”. “Iré”, le dijo José (Gen. 37:2 y 13).
Al leer estos pasajes puedo imaginar que José era un joven obediente, trabajaba y hacía las labores que su padre le pedía hacer. No sabemos si se sentía cómodo apacentando ovejas o recorriendo largas distancias cada vez que su padre le pedía traer un reporte de cómo estaban sus hermanos y las ovejas. ¡Sí, ir allá solo para ver cómo les iba (aun sabiendo que él no era la persona favorita de sus hermanos) y regresar a casa! José sabía que lo correcto delante de Dios era obedecer a su padre.
Fiel en su trabajo
«Así José halló gracia ante sus ojos y llegó a ser su siervo personal; y él lo hizo mayordomo sobre su casa y entregó en su mano todo lo que poseía…y con él allí no se preocupaba de nada, excepto del pan que comía» (Gen. 39:4 y 6).
Cuando leí la última parte del versículo me quedé pensando, ¡qué diligencia y fidelidad de José para con su amo! ¡No se preocupaba más que de comer! ¿Qué tuvo que haber sucedido para que a un joven como José le fuera dada la responsabilidad de cuidar las posesiones de uno de los hombres más poderosos de Egipto? Exacto. ¡Ser fiel!
No dudo que hubo días que José se sentía abrumado por tanto trabajo y responsabilidades, otros días tal vez haya sentido que hacía prácticamente lo mismo mes tras mes, tal vez extrañaba a su familia y estaba propenso a trabajar con desánimo. Sin embargo, había una evidencia de su fidelidad a Dios porque dice la Biblia que su amo veía que el Señor estaba con José. ¿Cómo sabía Potifar del Dios de José si era un hombre pagano? Sin lugar a dudas José no lo había ocultado, sino que había demostrado que tenía fe en Él a pesar de ser un esclavo, vendido por sus propios hermanos.
Fiel ante la tentación
«Sucedió después de estas cosas que la mujer de su amo miró a José con deseo y le dijo: “Acuéstate conmigo”. Pero él rehusó y dijo a la mujer de su amo: “Estando yo aquí, mi amo no se preocupa de nada en la casa, y ha puesto en mi mano todo lo que posee. No hay nadie más grande que yo en esta casa, y nada me ha rehusado excepto a usted, pues es su mujer. ¿Cómo entonces podría yo hacer esta gran maldad y pecar contra Dios?”» (Gen. 39:7-9).
¡Qué difícil situación! José estaba entre la espada y la pared. Por un lado, estaba una mujer con tal insistencia tentadora para pecar; por otro, su compromiso con Dios de serle fiel. José pudo haber sido manipulado o amenazado por ella, o bien pudo haber cedido ante la tentación, pero una cosa era muy clara para él, debía poner el temor a Dios y la honra a Su santidad por encima de cualquier circunstancia. Parece que él había resuelto no ceder ante la tentación y pecar contra Dios.
Fiel en medio de la injusticia y el sufrimiento
«Entonces el amo de José lo tomó y lo echó en la cárcel, en el lugar donde se encerraba a los presos del rey. Allí permaneció en la cárcel. Pero el Señor estaba con José, le extendió Su misericordia y le concedió gracia ante los ojos del jefe de la cárcel. El jefe de la cárcel confió en mano de José a todos los presos que estaban en la cárcel, y de todo lo que allí se hacía él era responsable. El jefe de la cárcel no supervisaba nada que estuviera bajo la responsabilidad de José, porque el Señor estaba con él, y todo lo que él emprendía, el Señor lo hacía prosperar»(Gen. 39:20-23).
Luego de que la esposa de Potifar acusara falsamente a José, fue echado en la cárcel. ¡Qué injusticia! ¿Cuál hubiera sido nuestra reacción a esto si hubiéramos estado en su lugar? ¿Enojo o amargura en contra de Dios por haber permitido esta situación? ¿Desánimo? ¿Depresión? Yo creo que más de una de esas reacciones hubiera sido la mía. En cambio, José, fortalecido por la gracia de Dios pudo dar testimonio de su diligencia y fidelidad al Señor, tanto así que el jefe de la cárcel le confió responsabilidades. ¡El Señor le dio prosperidad en todo lo que hacía!
Esta situación me recuerda a nuestro ejemplo por excelencia: Cristo. Nuestro Salvador fue tratado injustamente y llevado a la cruz por ti y por mí, para poder ser redimidas. Sin embargo, Él fue fiel a Su Padre celestial porque «se humilló Él mismo, haciéndose obediente hasta la muerte, y muerte de cruz» (Filipenses 2:8).
Fiel al llamado de Dios
«Ahora pues, no se entristezcan ni les pese el haberme vendido aquí. Pues para preservar vidas me envió Dios delante de ustedes… no fueron ustedes los que me enviaron aquí, sino Dios. Él me ha puesto por padre de Faraón y señor de toda su casa y gobernador sobre toda la tierra de Egipto» (Génesis 45:5 y 8).
José tenía «suficientes razones» y todo el poder para castigar a sus hermanos. Finalmente, sus sueños de joven se habían cumplido, él era el señor de la tierra de Egipto y podía hacer lo que bien le placiera. Pero el gran poder que tenía no cambió su fe, convicción y posición delante de Dios. En la mente de José no había un pensamiento ambicioso ni vengativo, él sería fiel al llamado de Dios para su vida y preservación de su pueblo. Dios le había enseñado que, en lugar de destruir a sus hermanos, él había sido llevado ahí para la preservación de su familia, y tuvo un corazón tierno y perdonador.
Finalmente, José pudo alabar a Dios luego de voltear atrás y ver todo el recorrido doloroso que tuvo que caminar. En su corazón había agradecimiento por la obra de Dios en su corazón y esto fue evidente al nombrar a sus hijos: «Al primogénito José le puso el nombre de Manasés, porque dijo: “Dios me ha hecho olvidar todo mi trabajo y toda la casa de mi padre”. Y al segundo le puso el nombre de Efraín, porque dijo: “Dios me ha hecho fecundo en la tierra de mi aflicción”» (Génesis 41:51-52).
José no podía negar que había sido un camino duro y de aflicción por el cual tuvo que atravesar, pero su fe estuvo puesta en Dios y pudo experimentar Su presencia al traer paz a su corazón en medio de cada circunstancia y hacerlo prosperar en lo que hacía. Nada de lo que él hizo fue por sus propias fuerzas, sino gracias a su Dios que siempre lo sostuvo.
Querida amiga, no sé cuál es tu situación ahora. Es muy posible que estés pasando por circunstancias difíciles y por luchas con el pecado. Aún así, quiero recordarte que el Dios de José es tu Dios también, Él está contigo para sostenerte. En la etapa de vida en la que te encuentres, en medio de las personas con la que Dios te ha permitido relacionarte y en las situaciones en las que estás, el Señor está contigo. Solamente sé fiel a Él, a Su Palabra, al perfecto propósito de Su llamado para ti al transformar tu corazón y trabajar para Su reino.
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