¿Feminista? ¿Quién? ¡¿Yo?! Esa es la pregunta del millón de dólares. Hace 22 años te hubiera dicho, ¡claro que no!, ¿cómo se te ocurre? Pero siendo honesta contigo, si analizo mi corazón tengo que reconocer que había mucho feminismo en él, y siguiendo la línea de honestidad, tengo que decir que cuando miro al pasado y recuerdo cómo me comportaba, siento vergüenza y tristeza de muchas de mis acciones.
Las acciones tienen consecuencias
Creo que todas hemos escuchado esa frase, pero me iré un poco antes de las acciones, porque las ideas también tienen consecuencias. Muchas de las cosas que hacemos o decimos iniciaron con una idea, un pensamiento que normalmente es sutil. Quizás son cosas que viste en tu casa o consejos que te dieron cuando crecías, pero en realidad distan de lo que Dios nos enseña en Su palabra. Entonces ahí es donde empezó todo, al menos para mí.
No olvidemos que el feminismo nació en el Jardín del Edén y no en París, venimos con eso de fábrica, y aunque en algunas personas es más evidente que en otras, esta es una lucha que vamos a tener siempre. En mi caso, conocí al Señor relativamente joven, pero muchas de las ideas que ya traía se quedaron ahí por muchos años donde, a pesar de conocer lo que Dios dice, me vi a mí misma intentando darles una justificación a mis actos queriendo acomodar lo que ya Dios había declarado. Eso es lo que el feminismo busca, que no nos sometamos a nadie porque nosotras somos nuestra propia autoridad.
El corazón del problema
El asunto de querer hacer las cosas a mi manera o de querer que el mundo fuera a mi manera, evidentemente me llevó a vivir de esa forma. Si bien es cierto que no salía con pancartas o gritaba que era feminista, mis acciones sí lo decían. ¡Lo peor es que me sentía orgullosa de eso!
Te voy a compartir algunas de las cosas de las cuales hoy por hoy me arrepiento y que traen tristeza a mi corazón, pero a la vez descanso en la gracia inmerecida de mi Señor, que muy a pesar de mí, ha podido mostrarme mi error y transformar algunas de esas áreas; hay otras que, bueno, estamos en proceso :).
W. Tozer dice: «Ha surgido una nueva generación de cristianos que cree que es posible “aceptar” a Cristo sin abandonar al mundo». ¿De dónde provienen tus consejos? ¿Existe feminismo en tu manera de conducirte? ¿Cómo te comportas con alguien del sexo opuesto? ¿Hay que escalar el Everest para poder conversar contigo?»
Si tu relación con Cristo no es firme, eso se verá reflejado en cada aspecto de tu vida. Entonces, si lo que dominaba mi vida eran las ideas del feminismo, eso era lo que iba a reflejar al mundo. Yo era lo suficientemente capaz de hacer las cosas y no necesitaba que ningún hombre me ayudara. El feminismo no necesariamente es ponerte un pañuelo verde y salir a marchas, es una actitud en el corazón. Lo que a mí me molestaba era el hecho de tener que someterme y depender de otra persona cuando yo era lo suficientemente inteligente, capaz, y la lista puede seguir. Lo que no veía era lo pecadora que era y la necesidad del evangelio que tenía en mi vida.
La feminidad no es necesariamente rosada
No es que debamos parecer una Barbie, ni tampoco irnos al otro extremo. Una vez más, las ideas tienen consecuencias. Creer que ser femenina y delicada es algo no deseable o valorado (porque entonces «solo te verán como un objeto»), te lleva a conducirte de formas en las que, quizá sin querer, atropellas a los demás. Simplemente no eres capaz de dar las gracias cuando alguien te quiere agradar y te dice: «¡Qué bien te ves!» o «¡Te queda linda esa ropa!». Esto me llevó al punto de que no me gustaran los vestidos porque eso es un estereotipo, y yo no iba a ponerme algo que me encasillara.
«Que su belleza no venga de los adornos externos, como peinados exagerados, joyas de oro o ropa fina. Su belleza debe venir del corazón, del interior de su ser, porque la belleza que no se echa a perder es la de un espíritu suave y tranquilo, valioso ante los ojos de Dios». -1 Pedro 3:3-4
¡Qué bueno que Dios nunca nos deja en nuestra ignorancia y que Su Palabra siempre trae verdad a nuestras vidas! Este es uno de los versículos que más me confrontó en mi caminar. No tengo que decirte la crisis existencial que me causó en particular el v. 4, específicamente estas dos palabras que definen el espíritu: suave y tranquilo.¡Yo era más bien todo lo opuesto a eso! Era directa y dogmática, es decir, no se podía discutir conmigo porque siempre creía tener la razón y no sabía quedarme callada. Pero estas actitudes van en contra de lo que Pedro nos indica y me llevaron a ser orgullosa, a no aceptar consejo y, por ende, mis relaciones con los demás se vieron afectadas en gran manera.
Cuando recuerdo cosas que dije, quisiera viajar en el tiempo y no decirlas, pero, aunque no puedo, hoy me queda una enseñanza que puedo compartir con ustedes.
El evangelio lo cura todo
Cuando finalmente Dios abre mis ojos a mi locura y a todas mis ideas feministas, luego de pedir perdón y reconocerlo, una de las cosas que tuve que hacer fue pedir perdón a las personas que de manera muy directa les hice daño. Con algunas de ellas sí pude restaurar la relación, con otras no, pero pude hacer lo correcto delante de Dios.
Hoy no puedo decir que soy el epítome de la feminidad, ¡para nada! Hay cosas con las que todavía lucho, hay ideas que siguen ahí y que debo traer a la luz del evangelio; hay acciones que todavía siguen ahí y que tengo que ser muy intencional para matar mi yo y doblegarlo a través de la Palabra de Dios. Uno de los recursos que me ayudó muchísimo fue el libro de Mary Kassian, «Chicas Sabias en un mundo salvaje», te invito a leer aquí algo que escribí sobre el libro.
Por más atractivo que te parezca el feminismo, por más «justo» que se vean sus causas, lo que hay detrás es nefasto, es ir contra lo que Dios ha dicho y para lo que Él nos diseñó. Muchas quizás van a defender el derecho al voto, la propiedad privada, o cualquier otro tema; pero eso no es lo que promueve el feminismo actual. Lo que veo es otra cosa, lo que siempre ha querido el feminismo: ser tu propia autoridad, alejarte del diseño divino y buscar tu «propia felicidad y realización». Yo ya caminé ese recorrido y vengo de regreso para decirte que no creas la mentira del enemigo, no necesitas liberación, lo que necesitas es salvación, ¡lo que necesitamos es el evangelio!
Y tú ¿estás luchando con el feminismo?
Te recomiendo seguir la serie podcast de Joven Verdadera de Feminidad bíblica 101 para jóvenes
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