«Disciplínate a ti mismo para la piedad» (1 Tim. 4:7b).
Creo que jamás en mi vida he escuchado a alguien mencionar este versículo como su favorito. Seguramente hay alguien por ahí que nació en un campo militar y ama la disciplina, pero a las personas normales como tú y yo, este versículo no nos atrae naturalmente.
La semana pasada te pregunté quién quieres ser, y cómo piensas que podrías llegar a ese punto. Vimos con el autor Donald Whitney que todas las hijas de Dios corremos hacia la meta de ser transformadas en la imagen de Cristo. Entender en qué nos vamos a convertir nos da un rumbo claro y nos motiva a perseguir la santidad. Un día, del otro lado de la eternidad, ¡seremos mujeres perfectamente piadosas!
Pero, ¿qué hacemos con esa palabra tan difícil que es la «disciplina»? ¿Por qué este versículo la relaciona tan de cerca con la piedad? Si eres como yo, lo primero que llega a tu mente al pensar en la «disciplina» no es positivo. No evoca imágenes placenteras ni emocionantes. ¡Es difícil ver disciplina como el camino por el cual voy a encontrar gozo y perseverancia en la vida cristiana!
¿Será posible que mi concepto de la disciplina no sea totalmente bíblico?
Cuando escuchas la palabra «disciplina», ¿piensas en tu papá con la chancla en la mano, persiguiéndote por la casa? ¿O en la maestra enviando al niño malo a sentarse solo en el rincón? ¿O simplemente en hacer algo super difícil sin mucha motivación?
Creo que parte de la confusión surge del hecho de que hay diferentes significados y usos de «disciplina». Aquí en 1 Timoteo 4:7, se nos dice que debemos disciplinarnos a nosotras mismas. Pero en Hebreos 12 vemos que Dios nos disciplina porque somos sus hijas. Entonces, ¿la disciplina la hace Dios, o la hago yo?
Sí.
Dios te disciplina para la piedad.
Tú te debes disciplinar para la piedad.
Hebreos 12 usa una palabra para «disciplina» que se usaba para todo lo que abarcaba la crianza de los hijos: instrucción, corrección, entrenamiento... 1 Timoteo 4 utiliza una palabra que literalmente significa «ejercítate». Dios te va a hacer piadosa, y Él quiere que tú participes en ese proceso al disciplinarte a ti misma. Él te lo pide porque te ama y quiere lo mejor para ti. Quizá te sea difícil entender cómo todo ese esfuerzo y abnegación pudiera ser mejor para ti, porque no se siente así. Permíteme compartirte varias razones por las que debes ver la disciplina (tanto la que Dios ejerce como la que tú debes ejercer) como algo hermoso y positivo.
Seguir en tu propio camino trae miseria.
Creemos que el poder hacer lo que queremos nos hará felices. Pero simplemente no es así. «Hay camino que al hombre le parece derecho, pero al final, es camino de muerte» (Prov. 14:12). La disciplina, el ejercicio espiritual de actividades que Dios ha establecido, evita que sigas el camino de tu corazón engañoso. Esto es algo sumamente bueno. La disciplina te protege de caer en el doloroso pecado, y finalmente, en destrucción.
El cambio de enfoque produce cambio de emociones.
¿Te sientes frustrada, triste, enojada, sin gozo? ¿Perseguir tus propios sueños a tu propia manera no te está resultando como pensabas? Hacer lo que te da la gana nunca produce gozo duradero. Hacer las cosas a la manera de Dios, y buscar la piedad que Él desea para ti, produce gozo. Para esto, es necesario negarte a ti misma y practicar la disciplina. Dios sabe que eventualmente esto va a producir mucho más gozo y contentamiento, aunque el efecto es postergado por un tiempo.
Ser disciplinada es señal de ser una verdadera hija.
«¿Qué hijo hay a quien su Padre no disciplina?» (Heb. 12:7) Si Dios no te disciplina es porque no eres su hija. Las dificultades y limitaciones que Él te manda, y el esfuerzo que te pide para tu disciplina personal, son señales de que realmente te considera su hija. Mientras más te disciplinas tú, menos Él tendrá que aplicar su disciplina correctiva. Igual que una niña sentada sobre el regazo de su padre en total descanso y gozo, podrás sentarte en medio de Su perdón y gracia, y responder por amor a Su disciplina.
Las disciplinas espirituales son medios de gracia.
No es un concepto fácil de cuadrar en nuestras mentes, pero de alguna forma el esfuerzo propio de la disciplina personal abre canales de bendición para que experimentemos la gracia de Dios de maneras sorprendentes. La gracia es inmerecida, ¿no? ¡Sí! Entonces las disciplinas no me hacen merecer más gracia. La gracia es un don, así que no la puedo ganar. ¿Cómo es posible, entonces, que el disciplinarme a mí misma va a traer más gracia a mi vida? Porque vivir en la práctica de las disciplinas espirituales bíblicas es vivir en el camino que Dios ha trazado para bendición. Estás en una cruce, y tienes que escoger por cuál lado vas a ir. El letrero sobre el camino de las disciplinas espirituales dice, «Gracia». ¡Así Dios ha escogido tratarnos!
«Disciplina» no es una mala palabra. Es la estrategia de Dios para que aprendamos a caminar en el camino que lleva hacia la piedad, hacia ser como Él. ¿Puedes ver la disciplina que Dios aplica a tu vida, y la que Él te pide en tu vida personal, como algo positivo y hermoso? Si es así, las actividades que estaremos viendo en las próximas semanas serán atractivas y emocionantes caminos hacia una comunión más íntima con tu Padre amoroso. Pide a Dios en oración esta semana que te dé ese corazón que busque la piedad para Su gloria. ¡Recuerda quién eres y en qué te vas a convertir!
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