Deleites mortales: aprendiendo a evitar los placeres peligrosos

Escritora invitada: Karla Fernández

Me encanta el azúcar, soy fan del sabor dulce. No te imaginas cuánto disfruto y cuánto me deleito en comer chocolate. Podría enlistarte todos los postres y golosinas que me provocan placer, pero no lo haré porque con seguridad se me antojarían tanto que, antes de terminar de escribir, estaría yendo a la tienda a comprar una dotación de ellos. 

Dios nos creó con la capacidad de sentir placer; todos los seres humanos lo experimentamos. Según la RAE, una definición de placer dice lo siguiente: «Goce o disfrute físico o espiritual producido por la realización o la percepción de algo que gusta o se considera bueno».

Los placeres son buenos, Dios nos creó con ellos. Tenemos papilas gustativas que nos brindan placer al degustar una comida o postre con buen sabor; tenemos órganos sensoriales que en determinados momentos y circunstancias nos provocan placer. Todo eso es bueno, Dios lo creó. 

Sentir placer es un regalo de parte de Dios. Podemos maravillarnos de los sabores, de la textura de nuestra piel, de lo que nuestros ojos observan en una noche estrellada, de lo que leemos y de lo que sentimos, entre otras cosas más. El placer es idea de Dios. 

No obstante, tenemos la capacidad de hacer que todo lo bueno que Dios creó se convierta en malo, o bien, que nos dañe. Esto es a causa del pecado que es parte de nuestra naturaleza caída que, aunque es cierto que en Cristo hemos sido perdonadas por nuestros pecados, también es cierto que todavía tenemos residuos en nosotras. De manera que, todo lo bueno que Dios creó, por el pecado que mora en el ser humano, puede ser usado para su propio mal.

Te mencioné que uno de mis placeres es el azúcar, es algo bueno ¿no es así? Le da un sabor agradable a los postres, endulza lo que está amargo, quita la acidez a algunos platillos, pero, aunque me duela reconocerlo, es sumamente dañina para nuestros cuerpos. 

Así que, aunque es un placer bueno, si lo llevo al extremo de su consumo, en lugar de ser bueno para mí, podría enfermarme a largo plazo; luego entonces, el placer en exceso no es bueno. 

Sucede lo mismo con cualquier otro placer. La Biblia nos menciona con claridad cuáles son esos placeres que pueden separarnos de Dios, esos placeres que fueron creados para nuestro deleite, pero que con el uso indebido nos llevan a nuestra perdición, pero también daña nuestra relación con Dios.

Quiero que leas con detenimiento Gálatas 5:19-21; Colosenses 3:5-10; 1 Corintios 6:12-17 y medites en cómo el placer desenfrenado nos lleva a pecar, daña nuestra relación con Dios, pero también nuestra santidad. Sin embargo, aun cuando hemos llegado al extremo de nuestros placeres, hay buenas noticias para nosotras.

Dios extiende su gracia para todos aquellos pecadores que se arrepienten de sus malos caminos y vuelven a Cristo para restaurar su relación con Dios. ¡Qué buena noticia! Dios no nos deja perdidas ni hundidas en los placeres que nos están alejando de Él y dañando nuestras vidas. 

«Encomienda al Señor tu camino, confía en Él, que Él actuará». -Salmos 37:5

Por eso es que aquí te presento tres formas de evitar los placeres peligrosos.

  • Háblalo con Dios.

Siempre puedes ir delante de Dios en oración a contarle lo que estás pasando. Puedes ir con confianza al trono de la gracia y derramar tu corazón (Heb. 4:16). Cristo está hablando cosas buenas de ti delante del Padre; así que, aunque sientas vergüenza, culpa o tristeza por haber llevado tus placeres al extremo, recuerda que no hay pecado tan grande que Dios no pueda perdonar. 

Dios te conoce, sabe tus debilidades, tus fortalezas también, y nunca, nunca, nunca echa fuera a aquellos que se presentan a Él con humildad, con un corazón que anhela el perdón y la restauración. No temas, no tardes, ve en oración delante de Él.

  • Rodéate de personas sabias.

Siempre es bueno recordar que Dios no nos ha dejado solas en esta tierra. Tenemos al Espíritu Santo que mora en nosotras y nos ayuda en nuestras debilidades cuando no sabemos orar (Ro. 8:26), pero también cuando estamos experimentando placeres pecaminosos. 

Otra buena noticia es que, además del Espíritu Santo, también nos ha dejado a la iglesia para caminar juntos. Puedes buscar en tu iglesia local alguna hermana madura en la fe, tu mamá o alguna otra mujer en la que puedas confiar, para que te sinceres y pidas ayuda cuando te sientas débil en cuanto a los placeres que experimentas. 

«Lleven los unos las cargas de los otros, y cumplan así la ley de Cristo». Gálatas 6:2

Una mujer fuerte en la fe, madura, que pueda orar contigo y por ti; que te ayude cuando más vulnerable te encuentres. Una mujer que sabes que no te juzgará, no te avergonzará, sino que te ayudará a encontrarte con Cristo por medio de la vida cotidiana, pero también a través de la lectura de la Palabra y la oración. 

  • Da pasos de fe.

Esto es muy importante porque necesitas poner manos a lo que ya aprendiste en tu mente y se ha instalado en tu corazón. Si has entendido que los placeres en exceso son pecaminosos y dañan, si además entendiste que hay perdón para los pecadores que se arrepienten, entonces ahora busca de manera práctica cómo caminar en pos del cambio, de dejar esos placeres.

Será un camino largo, los placeres siempre estarán presentes, los experimentarás toda la vida. ¡Dios los creó para nosotras! ¿Recuerdas? Pero lo importante es que ahora estés consciente de que puedes disfrutarlos en su tiempo, con moderación y sin salirte del orden de Dios en cada placer en el que seas tentada. 

Ve un día a la vez, caminando, no intentes correr o llegar a la meta de manera inmediata. No lo conseguirás. Acompáñate de esa mujer madura a la que rindes cuentas para que puedas cada día ser animada a no ceder a los placeres pecaminosos, sino a deleitarte en Cristo, en Su presencia, en Su santidad. Cada día, conforme conozcas más a Dios, más encontrarás deleite en Él. Comienza hoy y algún día verás el fruto de tu esfuerzo y la ayuda del Espíritu Santo. ¡No te rindas!

«Me darás a conocer la senda de la vida; En Tu presencia hay plenitud de gozo; En Tu diestra hay deleites para siempre». -Salmos 16:11

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