Era una calurosa tarde de verano, profundamente en el corazón de Texas. Tenía veintiún años y era extremadamente consciente de mí misma y de verme bien delante de otras personas. Habría hecho casi lo que fuera para impresionar a otros. (¡Incluso extraños!) Quería ser aceptada.
Así que imagina cómo me sentía manejando un carro tan antiguo como yo. Sí, no me emocionaba nada la idea. Pero el carro era gratis (me lo regalaron mis abuelos), y funcionaba perfectamente. Era práctico y me llevaba donde necesitaba.
Aun así, estaba demasiado consciente de mí misma al manejarlo. Cuando salía con mis amigos, lo estacionaba lo más lejos posible para que nadie me viera.
Pero entonces se salieron las llantas de mi orgullo. Iba manejando por la avenida después de comer con una amiga. Hacía mucho calor afuera, y el aire acondicionado de mi carro parecía que no podía con tanto calor. Estaba sudando mientras mantenía mi pie en el acelerador, intentando llegar a mi casa cuando me atoré en el tráfico. De pronto mi carro empezó a sacudirse y se apagó. ¡Estaba avergonzada!
Rápidamente le di vuelta a la llave, y el motor volvió a la vida. Y entonces sucedió otra vez. Los carros comenzaron a tocar el claxon mientras yo lentamente me salía de la avenida. Llamé a mi papá, y él me explico que mi carro se había sobrecalentado. Me dijo, “Prende la calefacción lo más alto que puedas y el carro va a avanzar y ve rápidamente a un lugar donde te puedas estacionar”.
Ya de por sí estaba completamente avergonzada, sudando y nerviosa de estar atorada el tráfico. ¿Ahora, tenía que prender la calefacción en medio de un abrasador día de verano? Pensé que me iba a morir de vergüenza y/o derretirme justo allí.
Algo que abrió mis ojos
Dios usó esa experiencia para abrir mis ojos a lo ingrata y orgullosa que había sido. Estaba basando mi valor en lo que otros pensaran de mí. Estaba demasiado preocupada por verme bien en frente de mis amigos y mucho menos preocupada por vivir para la aprobación de Cristo.
Ahora me doy cuenta que mi valor se encuentra solo en Cristo.
● Cristo es mi esperanza (1 Cor. 15:54-58).
● Cristo es mi satisfacción (Sal. 17:15).
● Cristo es mi estándar (Mateo 16:24).
● Cristo es el Único a quien debo agradar (2 Cor. 5:9).
● Cristo se preocupa por el estado de mi corazón, y no el tipo de carro que manejo (1 Sam. 16:7).
Avanza rápidamente varios años hasta el día de hoy, y aún manejo ese carro viejito. La única diferencia es que ahora ya no me estaciono lejos y ya no me siento apenada o avergonzada.
Ambicionamos
Tal vez nunca has estado escurriendo en sudor, arrastrando tu carro a la orilla de la calle, pero apuesto que puedes relacionarte con mi historia. Quieres ser aceptada por las personas. Quieres impresionar a otros. Quieres que las personas quieran estar a tu alrededor. ¿Estoy en lo correcto?
Querer ser aceptada no es algo malo, pero sentir que debes tener la aprobación de otros y hacer cosas locas para poder alcanzarlo eso si es un problema.
El apóstol Pablo lo dijo de la siguiente manera, “Porque ¿busco ahora el favor de los hombres o el de Dios? ¿O me esfuerzo por agradar a los hombres? Si yo todavía estuviera tratando de agradar a los hombres, no sería siervo de Cristo (Gal. 1:10).
Quiero animarte a detenerte ahora mismo y orar. Pide a Dios que te revele cualquier área en tu vida que estés viviendo para agradar a otros. Pide que Él te ayude a ponerlo a Él de regreso en el trono y hacer que el vivir para Él sea tu prioridad número uno.
Me encantaría escuchar de ti, escríbenos en la sección de comentarios.
● ¿Luchas con vivir para la obtener la aprobación de otros en lugar de la aprobación de Dios?
● ¿Cómo puedes rendir esa área a Dios y hacer que Él sea la persona más importante en tu vida?
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