De la oscuridad a la luz | El testimonio de Alisson

Mi nombre es Alisson Medal, tengo dieciocho años y nací en Nicaragua, pero desde los quince meses vivo en un pueblo de Cataluña llamado Vilafranca del Penedès, en Barcelona. Llevo toda mi vida en la iglesia, rodeada de un ambiente cristiano con mi familia. Crecí conociendo y aprendiendo de Dios. 

Mis padres no estaban firmes en el Señor cuando era pequeña. Ellos trabajaban mucho y no pasamos mucho tiempo en familia ni alrededor de la Palabra de Dios. Mis tíos Dani y Kenia tienen un papel muy importante en esta historia ya que fueron y son como mis padres, Dios los ha usado para guiarme a la Verdad y me han tratado como una hija. Tuve una buena relación con mi mamá, sin embargo con mi papá no fue igual. Crecí guardando mucho rencor y hasta llegué a pensar que era un mal padre. 

Crecí en la iglesia rodeada de mucho amor, pero sin darme cuenta me asignaron un prototipo de persona: «la chica perfecta». Recuerdo que cuando íbamos a comer a casa de algunos hermanos recibía comentarios cómo: «¡Wow qué buena es Alisson!», «Si pudiera la adoptaría», «Vuestra hija es perfecta»... Creo que hasta para mis padres era complicado responder a este tipo de comentarios sabiendo que después en casa me comportaba de una manera diferente. 

Empecé a sentir presión para ser «la chica perfecta», así que siempre intentaba comportarme muy bien. Cuando tenía doce años, en un campamento cristiano oré para que Dios entrara en mi vida. La iglesia entera conocía mi decisión y me empezaron a preguntar cuándo me bautizaría, así que un año después con muchas preguntas y dudando de mi salvación, tomé la decisión de bautizarme.

A partir de mis quince años empecé a juntarme con mis compañeras y compañeros de clase inconversos, esto me apartó tanto de la iglesia que empecé a adoptar costumbres mundanas que ocultaba a mis padres y a todas las personas cristianas que me conocían. Mientras pasaba todo esto, también servía en mi iglesia, en el ministerio de la alabanza. 

Estaba viviendo una doble vida. En la iglesia era la «niña cristiana», pero afuera era todo lo contrario. 

El año pasado empecé el bachillerato en un nuevo instituto, y sin saberlo, ese sería mi peor curso académico, y a la vez el mejor año de mi vida. Al pasar de un instituto privado a uno público, empecé a despreocuparme por los estudios. Además de estudiar, también jugaba en un club de volleyball, y el deporte empezó a ser un ídolo muy grande en mi vida que empeoró mi asistencia a la iglesia y mi relación con mi padre.

Mis notas del instituto fueron un reflejo de lo mal que estaba mi vida, empecé a suspender muchas asignaturas, me saltaba muchas clases para poder dormir más en la mañana o para estar con mis amigos.

Mi madre, al pasar el tiempo, fortaleció mucho su fe, y empezó a ser un gran ejemplo para mí. La veía leer la Palabra y la escuchaba hablar de Jesús. Yo no estaba cultivando una relación con Dios. Le mentía a mi madre y a mi tío Dani cuando me preguntaban si estaba leyendo la Biblia. También le mentía a todos acerca de cómo usaba mi tiempo y comencé a hacer lo que mis amigos del mundo hacían. 

Me iba de fiestas a escondidas y lo peor es que, al volver, servía en el ministerio de alabanza en la iglesia. En medio de todo esto, yo clamaba a Dios para «sentirlo» y así acercarme a Él, pero «sentía» que no me escuchaba. Me sentía perdida. Pero mi orgullo me mantenía en la oscuridad aparentando que todo estaba bien porque no quería decepcionar a la gente que me amaba.

Llegó el verano y con él una de las consecuencias de mi supuesta «libertad». Debía contar a mis padres que había suspendido cuatro asignaturas y que debía recuperarlas para poder pasar de curso. Al contárselo, acompañados de la Palabra, me mostraron mi pecado y decidieron que no debía salir tanto de casa para así poder estudiar y recuperar las asignaturas que había suspendido. 

Allí empecé a ver que yo no podría seguir sola, pero otra vez, por mi orgullo, decidí intentar seguir adelante y no contar a nadie este tema, y decir que todo iba bien. 

Durante el verano tampoco me responsabilicé de estudiar, en cambio decidí salir mucho con mis amigos, desperdiciar el tiempo y «divertirme». 

A medida que el verano acababa, mi tío Dani estaba muy pendiente de mí porque él notaba que me estaba comportando como una chica del mundo. Él me preguntaba si estaba bien, me alertaba que me estaba alejando de Dios. Me daba mucha rabia que él estuviera tan pendiente de mí. Me cansaba escuchar que me estaba perdiendo. No quería escuchar esa verdad.

Llegaron las fiestas de mi pueblo y tenía muchísimas ganas de ir al «baile de fuego», un baile tradicional que sigue un recorrido en el pueblo mientras los personajes, que van vestidos de demonios, llevan un tridente con fuegos artificiales que tiran chispas por todas partes en ellos; además de que vas pasando por las calles mientras te caen cascadas de fuego, literalmente . 

Mi tío me advirtió de que no fuera, porque, ¿cómo iba a danzar y apoyar un baile donde la temática es el infierno? Yo le dije que iba solo para disfrutar de las fiestas con mis amigos, que yo tenía muy claro en lo que creía y que no se debía preocupar por ello. Así que me fui a escondidas.

Al estar allí, no me sentía cómoda. Las calles eran estrechas, los «demonios» danzaban con fuego a mi lado y yo no podía casi respirar por el calor y el humo. Tampoco me podía mover por la cantidad de gente que había. Allí, el Señor me recordó una frase de una predicación que había escuchado: «El mundo camina hacia una sola dirección, sin ellos saber que es hacia el fuego eterno. Nosotros, los cristianos, debemos caminar en dirección contraria a ellos».

Dios me habló clarísimamente. Estaba literalmente caminando en la misma dirección que todo el mundo y, para el colmo, rodeada de fuego. Y aunque el Señor fue tan claro, en ese momento no le quise escuchar. Evadí ese pensamiento e intenté disfrutar de aquella fiesta. 

Cuando todo el baile acabó, colgué una foto en mis historias en Instagram sabiendo que mi tío no lo podría ver porque él no utiliza redes sociales. Pero fue el plan perfecto de Dios que justo ese día mi tío le pidiera a mi primo Izan su teléfono para investigar, por curiosidad, un poco sobre instagram. Por lo tanto, vio mi foto e inmediatamente me envió un mensaje para poder hablar en persona sobre esto. 

En mi corazón la rabia y el orgullo iban aumentando, estaba enfadada con él, no quería hablar del tema, pero a la misma vez en mi interior clamaba por ayuda. Sabía que no podría evitar esa conversación, así que, dos días después del baile de fuego, fui a su casa. Y mientras subía las escaleras, mi corazón se empezó a romper.

Al abrir la puerta lo abracé y le pedí perdón. Entonces hablamos sobre mi vida, y fué allí donde el Señor me mostró mi pecado, entendí que necesitaba ayuda, entendí que me encontraba en la oscuridad; así que clamé a Dios, y Él me mostró su gracia y perdón. Literalmente rompió mi corazón para darme uno nuevo. Me quitó la carga tan pesada que llevaba, me rescató y me dió paz. 

Aunque creo firmemente que Dios me rescató en ese momento, mi vida continuaba llena de problemas que debía afrontar, pero ya no estaba sola, ahora contaba con Su ayuda. 

Repetí el curso. Mi padre reaccionó mal al saberlo, sus palabras me hirieron. Yo sabía que mi relación con mi padre no podía seguir igual y gracias a Dios los dos recibimos consejería. Aprendí a dejar de culparlo por su pecado y a ver el mío. Así que decidí abrirme mi corazón a él en una carta. Primeramente pedí perdón y después le expliqué todo aquello que llevaba arrastrando desde hacía años atrás. Él me pidió el perdón más sincero que jamás había escuchado, allí fue cuando sentí su amor verdaderamente. Con la ayuda de Dios aún seguimos trabajando cada uno en su carácter y seguimos luchando para amarnos como Cristo lo hace.

También empecé a verme con la libertad de actuar tal como soy en la iglesia, cuando estaba con los jóvenes y los adultos ya no sentía la carga de actuar según lo que los adultos querían ver, sino que ya era libre de ser genuina y de divertirme con ellos, mis amigos. Recuerdo frases que me llegaron a decir cuando por fin podía ser yo misma: «¡No sabía que eras así», «no conocía esa parte de ti». Por fin podía expresarme con total sinceridad y sin ese temor a lo que los demás pensarían de mí.

Durante ese proceso Dios restauró a nuestra familia que estaba rota. Al conocer personalmente a mi Creador no me he podido quedar igual y muchos aspectos de mi vida cambiaron radicalmente. Durante este año tampoco pude jugar voleibol por una lesión, pero gracias a esto, he tenido más tiempo para invertir en mi relación con Jesús. El Señor ha sido bueno, y me ha mostrado Su gracia de una manera increíble, he podido ver Su amor en medio de situaciones y personas. He hallado gozo eterno en Él (Rom. 5:1-5).

Y con mi testimonio quiero que se entienda que no solo se trata de llamarnos «cristiano», Dios conoce la realidad de tu corazón, Él sabe la necesidad que tienes de Él. No busques nada de este mundo, porque te aseguro que no te satisfará (Prov 21:2). Sin embargo, Jesús es el agua viva que te saciará eternamente (Jn. 4:13-14). Tu identidad no está en lo que los demás piensen de ti, tu identidad se encuentra en Cristo. La única opinión que importa es la de Dios. Deja tu orgullo atrás y reconoce que necesitas ayuda, porque te aseguro que por tus propias fuerzas nunca vas a poder cambiar (Mt. 5:3).

Espero que mi vida pueda reflejar la gracia de nuestro Señor y pueda llevar estas buenas nuevas a otras chicas en la oscuridad para que reconozcan al Único y Santo Dios que puede salvar.

«Pero Dios muestra su amor para con nosotros, en que siendo aún pecadores, Cristo murió por nosotros». Romanos 5:8

¿Ya escuchaste la serie basada en este testimonio? Hazlo aquí: Una «niña buena» en la oscuridad? 

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