Escritora invitada: Karla de Fernández
Cuando alguien nos pregunta: «¿Cómo estás?», solemos responder: «bien». Rara vez respondemos mencionando la emoción o el sentimiento que estamos experimentando en ese momento. Rara vez responderemos que estamos tristes, enojadas o que sentimos soledad o culpa, pero el que no lo expresemos no quiere decir que no lo estemos experimentando.
Haríamos bien en proponernos un día observar las emociones que experimentamos con el paso de los minutos y horas. Con seguridad nos daremos cuenta de que en un solo día podemos experimentar alegría, enojo, miedo, tristeza; pero también podemos experimentar soledad, culpa y vergüenza. ¡Todo en un solo día!
Tenemos emociones, Dios nos creó con la capacidad de experimentarlas. Son una bendición porque en los altibajos emocionales podemos ir a Dios. Todas y cada una de ellas debería dirigirnos hacia los pies de la cruz porque en todo y con todo debemos glorificar a Dios (1 Cor. 10:31).
¿Cómo podemos inclinar nuestros afectos a Dios cuando estamos siendo emocionales? ¿Qué pasa cuando las emociones sepultan en lo profundo de nuestro corazón lo que Dios dice de nosotras? ¿Por qué nos es difícil ver la obra de Dios en nuestra vida cuando experimentamos algunas emociones o sentimientos?
Es una realidad que en ocasiones las emociones llegan a dominarnos tanto que corremos el riesgo de olvidarnos de Dios o de pensar que Él se olvidó de nosotras. Sin embargo, cuando más lejos escuchamos la voz de Dios, más debemos correr hacia Él, antes de que dejemos de escucharlo por completo. No permitamos que las emociones como la tristeza, la soledad, el enojo o la culpa ahoguen la voz de Dios.
Menciono esas emociones porque son las que con frecuencia nos mantienen enfocadas en nosotras y no en el Señor. Por eso quiero compartir contigo cuatro verdades para informar con la Palabra de Dios a esos sentimientos que a menudo nos llevan a muchas a olvidarnos de Dios.
Para la tristeza: el Consolador
Cuando experimentamos tristeza solemos compadecernos de nosotras mismas, de alguna manera queremos que otros estén conscientes de nuestro dolor. Es como si quisiéramos que otros se sientan mal porque nosotras estamos mal. Sin embargo, el que otros se sientan mal por nosotras no nos ayudará a que la tristeza desaparezca.
Lo que necesitamos cuando experimentamos tristeza es el consuelo de Dios (1 Cor. 1:3-4). Es a Él a quien necesitamos, es Su consuelo lo que nuestro corazón anhela y necesita porque nadie más que Él sabe con exactitud lo que necesitamos. Haríamos bien en recordar al salmista que cuando más triste y hundido en depresión se sentía, su clamor a Dios fue escuchado por el Dios que consuela.
«De tristeza llora mi alma; fortaléceme conforme a Tu palabra». -Salmo 119:28
Para la soledad: Alguien que nos conoce
¿Cuántas de nosotras hemos experimentado soledad a lo largo de nuestros días? Con seguridad todas. Lo que me sorprende es cómo cuando nos sentimos solas tendemos a aislarnos de los demás, nos mostramos desinteresadas o desconectadas de la realidad.
Sin embargo, Dios no nos creó para vivir aisladas, nos creó para vivir en comunidad, y una de las formas en las que usa la comunidad es para que seamos conocidas por otros, para dejarnos conocer y hacernos cercanos.
Pero lo más hermoso e importante es que somos conocidas por Dios, podrá el mundo entero no saber de nosotras, pero Dios sí nos conoce, sí sabe nuestro nombre, sí sabe quiénes somos. Cristo nos ha dado a conocer al Padre, somos conocidas por Él.
«Tú conoces mi sentarme y mi levantarme; desde lejos comprendes mis pensamientos. Tú escudriñas mi senda y mi descanso, y conoces bien todos mis caminos. Aun antes de que haya palabra en mi boca, oh Señor, Tú ya la sabes toda. Por detrás y por delante me has cercado, y Tu mano pusiste sobre mí. Tal conocimiento es demasiado maravilloso para mí; es muy elevado, no lo puedo alcanzar». -Salmo 139:2-6
Para el enojo: Alguien que escucha
Esta emoción nos embate con todo su poder cuando no sabemos cómo frenarla. La Biblia no nos prohíbe enojarnos, pero nos instruye a cuando nos enojemos, no pequemos, que no se ponga el sol sobre nuestro enojo (Ef. 4:26). Con esta emoción podemos responder de diferentes maneras, desde mostrarnos apáticos y distantes a, si damos rienda suelta, agresión verbal y en ocasiones físicas.
Justo eso es lo que queremos evitar, llevar esa emoción al extremo y pecar de alguna forma. ¿Cómo la verdad de Dios informa esa emoción antes de que salga de control? Recordando que Dios nos escucha, que Él está presente en nuestra vida diaria, que conoce lo que nos lleva al límite, lo que nos enoja, lo que nos hace estallar.
Somos escuchadas por Él por medio de Cristo. Nada hay oculto a Él, podemos ir ante Su trono y clamar misericordia para nosotras. Podemos ir en humildad siguiendo el modelo de Cristo y abrir nuestros corazones para derramarlo ante Él.
«Amo al Señor, porque oye mi voz y mis súplicas. Porque a mí ha inclinado Su oído; por tanto le invocaré mientras yo viva». -Salmo 116:1-2
Para la culpa: El que perdona
La culpa nos dice que hemos hecho algo malo, que no hemos cumplido con nuestros objetivos, que hemos fracasado en algo. Nos lleva a sentir que no somos suficientes ni capaces de hacer lo que se esperaba de nosotras.
La culpa en un corazón que está rendido al Señor, nos lleva al arrepentimiento. Pero no siempre es así porque, recordemos que aún estamos en un cuerpo que está manchado por el pecado y no siempre nuestros corazones nos informan la verdad de Dios.
¿Cómo informamos a nuestra culpa de manera que nos lleve a arrepentirnos, pero a vivir en libertad también? Debido a que la experimentamos cuando hemos fallado en algo, necesitamos recordar que eso no nos identifica, hemos sido perdonados por Dios. El sacrificio de Cristo fue suficiente para cubrir nuestra culpa y la vergüenza que de eso pueda generarse.
Somos perdonadas por Dios, somos amadas y nos ha atraído a Él para restaurarnos y hacernos saber que hay esperanza para todos aquellos que hemos fallado. Dios no solo quiere quitarnos la culpa, sino que también quiere restaurar nuestra relación con Él. Recordemos:
«Si confesamos nuestros pecados, Él es fiel y justo para perdonarnos los pecados y para limpiarnos de toda maldad. Hijitos míos, les escribo estas cosas para que no pequen. Y si alguien peca, tenemos Abogado para con el Padre, a Jesucristo el Justo». -1 Juan 1:9; 2:1
Siempre podemos, como el hijo pródigo (Lc. 15:11-32), regresar a casa y ponernos a cuenta con nuestro Padre que nos espera con los brazos abiertos. No tardemos.
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