Rechazada y juzgada era como me sentía cuando pecaba. No podía cumplir con las expectativas de algunas personas, y aunque crecí en un ambiente cristocéntrico, esta idea de ser perfectos en nuestras propias fuerzas se introdujo en la enseñanza de tal manera que se arraigó en mi corazón de una forma equivocada.
Sé que tú también te puedes sentir así y puedes pensar en Dios como esa figura autoritaria que infunde un sentimiento de miedo cada vez que pecamos. Estas confusiones nos llevan a pensar que tenemos que ser perfectas para poder ser aceptadas. Nos llevan a tener una idea equivocada de Dios de tal manera que nos da miedo acercarnos a Él y sentir que Dios no nos escuchará porque pecamos.
La realidad de nuestros pecados
Pecamos. Esa es la realidad. Somos seres humanos con una naturaleza pecaminosa, y nunca seremos perfectas. Tenemos pecado (Eclesiastés 7:20). Si tú has confesado a Cristo como tu Señor y Salvador, tal vez te puedas identificar con esta realidad de que por nosotras mismas no podemos dejar de pecar. Podemos esforzarnos y ser intencionales en no pecar, pero la realidad es que mientras estemos de este lado del sol será muy difícil dejar de hacerlo.
Sin embargo, esto no quiere decir que debamos dejar de intentarlo. Al contrario, debemos seguir esforzándonos, no para «no pecar» sino para estar dispuestas a llevar nuestras faltas y pecados a Cristo.
Llevando nuestros pecados a Cristo
Cristo pagó por nuestros pecados, podemos estar seguras que Él cargó cada uno de ellos en la cruz. Y si Él lo hizo así, ¿por qué no se las entregamos a Él?
El Padre ahora nos ve a través de Su Hijo Jesús. Podemos acercarnos al trono de la gracia confiadas en que este acto de amor y obediencia que Jesús hizo cubre cada uno de nuestros pecados.
«Por tanto, acerquémonos con confianza al trono de la gracia para que recibamos misericordia, y hallemos gracia para la ayuda oportuna». -Hebreos 4:16
La voluntad de Dios es que nos acerquemos a Él. Desde el Edén, Él busca tener una relación con Sus criaturas. El sentimiento que podamos tener de que el Señor no nos escucha es producto de una mentira que Satanás ha intentado que creamos: «Conque Dios les ha dicho…» (Gen. 3:1), y así nuestra mente y corazón comienzan a divagar. «¿Y si Dios no me escucha?» «¿De qué me sirve acercarme a Dios si vuelvo a pecar?» «¿Y si me rechaza?».
Satanás quiere que creamos la mentira de que Dios no nos escucha cuando fallamos, porque sabe que cuando nos acercamos a Dios confiadamente recibiremos misericordia. Y él no quiere eso, Satanás quiere un punto a su favor. A él le conviene mantenernos lejos de Dios.
La verdad de que Dios me escucha
En Lucas 15 Jesús relata la parábola del hijo pródigo. Vemos la reacción del Padre cuando el hijo vuelve a casa arrepentido. Me encanta la manera en la que Jesús describe la reacción del padre del hijo pródigo. Dice que el padre lo vió, sintió compasión de él, corrió hacia él, lo abrazó y lo besó. Después dice que se regocijó e invitó a otros a que se regocijaran con él. ¿No es esto lo que nuestro Padre celestial hace con nosotras?
Ahora que conozco más de Dios, he podido experimentar Su abrazo. Y realmente he podido comprender la reacción de este padre porque mi Padre celestial actúa de esa manera. Me abraza, me recibe en Sus brazos aunque peque. Él sabe mi condición y me ama a pesar de mis pecados.
Amiga, no temas acercarte al trono de la gracia. Dios muestra misericordia y gracia ante nuestros pecados, y si buscamos ser intencionales en estar más atentas a ellos y vamos al Padre en arrepentimiento, ten por seguro que Él te abraza, te recibe y se regocija.
¿Cómo puedes ser intencional en acercarte al Padre? ¿Cuales mentiras pueden estar alimentando el sentimiento de que Dios no te escucha cuando pecas? ¿Cómo puedes ver el abrazo de tu Padre celestial a pesar de tus pecados?
«Amo al Señor, porque oye mi voz y mis súplicas.
Porque a mí ha inclinado Su oído; por tanto le invocaré mientras yo viva».
-Salmo 116:1-2
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