¿Alguna vez te has sentido profundamente abrumada al ver la maldad de tu corazón? Yo he estado ahí… desesperada porque entre más me examino, más pecado encuentro. Llegué a evitar el venir delante del Señor e incluso pensar: «¿Cómo voy a acercarme si acabo de pedirle perdón por esto y ya volví a pecar?». He orado sin fuerza ni esperanza diciéndole al Señor: «Ni siquiera puedo arrepentirme correctamente sin pecar, ¿cómo podré agradarte si mi arrepentimiento está manchado con mi pecado? Tal vez realmente no soy cristiana. Seguramente, el Señor ya se dio por vencido conmigo… he llegado muy lejos».
No podría contar cuántas mañanas y noches de mi adolescencia lloré porque no podía cambiarme a mí misma. Tenía tanto temor porque me habían enseñado que mi salvación dependía de mí. Me esforzaba por comportarme correctamente, hacer mis devocionales y orar cada día; pero entre más leía la Biblia, más veía mi pecado y mi carga se volvía más pesada. Vivía con mucho temor y tristeza porque anhelaba amar a Dios con todo mi corazón, pero no podía lograrlo.
¡Qué pesada y dolorosa carga llevaba! Creía que dependía de mí, pero ¡qué dulce fue a mi corazón cuando Dios, en Su gran bondad y misericordia, abrió mis ojos para conocer Su gracia en la obra perfecta de Su Hijo a mi favor!
Amada hermana, si cargas con este dolor en tu corazón, te invito a que caminemos juntas para tomar del delicioso manantial de la gracia en Jesús y hallar descanso para nuestras almas.
La gracia del dolor por el pecado
«Señor, si Tú tuvieras en cuenta las iniquidades,
¿Quién, oh Señor, podría permanecer?». -Salmos 130:3
El dolor que experimentamos al ver nuestro pecado es una muestra de la gracia de Dios en nuestras vidas. Nosotras estábamos muertas en nuestros delitos y pecados, no éramos capaces de ver nuestra condición como hijas de ira, pero Dios por su gran amor con que nos amó nos dio vida juntamente con Cristo… por gracia. Míralo en Efesios 2:1-3.
Ahora tenemos vida, y eso significa que podemos ver y dolernos por el pecado que aún lucha por dominar nuestro interior. Que hayas nacido de nuevo no significa que ya no tendrás que luchar con el pecado, ¡todo lo contrario! Esa lucha es la evidencia de que el Espíritu de Dios mora en ti (Gálatas 5:17).
Al inicio te decía que mientras más leía la Biblia, más consciente era de mi pecado y eso me abrumaba mucho. Recuerdo cuánto sufría al leer Hebreos 4:12-13 donde habla sobre cómo la Palabra de Dios es como una espada que penetra nuestra alma y discierne nuestros pensamientos e intenciones, los cuales están expuestos delante del Señor.
Yo conocía mi pecado, Su Palabra me lo revelaba, el problema era que no había entendido que así como el Señor nos concede Su gracia para ver el pecado; también nos da Su gracia para ser conformadas a Su imagen cada día.
¡Así de torpe es esta oveja! La solución siempre estuvo ahí justo en los siguientes versículos y, ¡así de paciente es mi buen Pastor!; abriendo mis ojos para ver donde estaba la fuente de agua para este corazón cansado, triste y abrumado.
«Teniendo, pues, un gran Sumo Sacerdote que trascendió los cielos, Jesús, el Hijo de Dios, retengamos nuestra fe. Porque no tenemos un Sumo Sacerdote que no pueda compadecerse de nuestras flaquezas, sino Uno que ha sido tentado en todo como nosotros, pero sin pecado. Por tanto, acerquémonos con confianzaal trono de la gracia para que recibamos misericordia, y hallemos gracia para la ayuda oportuna» (Hebreos 4:14-16, énfasis añadido).
Levanta la mirada hacia tu Salvador
«Oh Israel, espera en el Señor,
Porque en el Señor hay misericordia,
Y en Él hay abundante redención;
Él redimirá a Israel
De todas sus iniquidades».
-Salmos 130:7-8
Jesús murió en la cruz para reconciliarnos con el Padre, por Su obra ya no somos hijas de ira porque: «Al que no conoció pecado, lo hizo pecado por nosotros, para que fuéramos hechos justicia de Dios en Él» (2 Corintios 5:21).
Cuando el Espíritu Santo en Su misericordia y por gracia nos redarguye de pecado, no tenemos por qué caer en desesperanza de condenarnos a nosotras mismas sino que podemos acercarnos con confianza al trono de la gracia porque nos acercamos cubiertas de la justicia de Cristo. Nuestro amoroso Hermano Mayor (Jesús), que nos entregó Su perfecta justicia y quien intercede por nosotras delante del Padre, nos recibe con amor y nos provee de la gracia que necesitamos para la ayuda oportuna. Él nos redime de todas nuestras iniquidades.
La gracia de nuestra debilidad
«Y Él me ha dicho: “Te basta Mi gracia, pues Mi poder se perfecciona en la debilidad”. Por tanto, con muchísimo gusto me gloriaré más bien en mis debilidades, para que el poder de Cristo more en mí».
-2 Corintios 12:9
Nuestra debilidad es también parte de la gracia de Dios para nosotras. Cuando pasamos por pruebas o sufrimiento y nuestra fe se ve sacudida o cuando nos abrumamos de ver las áreas de nuestro carácter en las que somos débiles y pecamos, entonces vemos con mayor claridad que nunca hemos sido nosotras mismas, sino que es Él quien nos sostiene (Salmos 94:18). Dios hace brillar Su poder en nosotras y logra que dejemos de mirarnos a nosotras mismas y volteemos a ver y a admirar a la Roca Eterna (Isaías 26:4).
Cuando Dios en Su bondad permite que las olas de las pruebas y dificultades nos golpeen, recuerda que Él ha prometido estar con nosotras hasta el fin del mundo (Mateo 28:20). Podemos confiar en Él cualquiera que sea nuestra situación porque cuando somos débiles entonces somos fuertes (2 Corintios 12:10), no por nuestra fuerza, sino porque Él nos provee de Su gracia para que Su poder se perfeccione en nuestra debilidad.
Nosotras somos débiles, pero Él es fuerte.
Él proveerá la gracia necesaria para cada situación y sí, ¡eso también incluye tus caídas y fracasos en la lucha por el pecado! Cuando sientas que vas a desmayar, recuerda que es Su gracia la que te sostiene y es una gracia que Él se goza en derramar abundantemente sobre nosotras.
El dolor por el pecado o nuestra debilidad no tienen por qué ser algo que nos desanime creyendo que no merecemos la gracia de Dios ¡Todo lo contrario! Es una muestra de Su gracia que nos hace reconocer nuestra gran incapacidad y correr a nuestro Salvador.
Si estás cansada, triste, sin aliento o débil, te animo a que por último medites en este próximo versículo y recuerdes que es Dios quien obra en nosotras por medio de Jesucristo. Permite que esta verdad traiga descanso a tu alma y da gracias al Señor conmigo por esa gracia que no merecemos.
«Y el Dios de paz, que resucitó de entre los muertos a Jesús nuestro Señor, el gran Pastor de las ovejas mediante la sangre del pacto eterno, los haga aptos en toda obra buena para hacer Su voluntad, obrando Él en nosotros lo que es agradable delante de Él mediante Jesucristo, a quien sea la gloria por los siglos de los siglos. Amén». (Hebreos 13:20-21, énfasis añadido)
Por último, me gustaría recomendarte dos libros que han traído gran consuelo a mi corazón al apuntarme a la perfecta obra de Cristo: «Manso y Humilde» de Dane Ortlund y «Gracia Desbordante» de Barbara Duguid.
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