Cuando no puedo callar mi conciencia

Aunque la conciencia no es «tendencia» hoy en redes sociales, debería serlo en nuestras vidas porque el costo de ignorarla es muy alto. 

Imagina que vas en auto con música a todo volumen y tus amigas están cantando. Escuchas un ruido extraño, pero lo ignoras y sigues disfrutando. Unos minutos después, se desvía el auto en plena avenida, provoca un choque y lo demás es historia. ¿Qué hubiera ayudado a prevenir el choque? Atender ese ruido antes, disminuir el volumen de todo lo demás para saber de dónde provenía y estacionarse para arreglarlo.

No es la imagen perfecta pero seguro imaginas a dónde voy, a la similitud con nuestra conciencia. Detenernos a escuchar eso que nos ha inquietado desde hace tiempo es una buena idea.

Nuestra conciencia actúa tanto en calidad de juez como en calidad de guía, «…juzga las acciones hechas u omitidas y trae sentimientos de culpa y conocimiento de la necesidad de arrepentimiento. Guía y dirige antes de que actuemos, de manera que podamos actuar correctamente en buena conciencia». 1

¿Y quién no ha vivido períodos llenos de culpa? Puesto que todas hemos pecado, no hay día en que no haya culpa en nuestra conciencia. Como necias nos resistimos a escucharla e intentamos silenciarla. A veces negamos la ley santa y los mandamientos de Dios, inventamos «otra ley», o simplemente evadimos nuestra responsabilidad, añadiendo pecado sobre pecado.

Nuestros esfuerzos humanos por callar la conciencia solo empeoran su estado. Ni aun la ciencia la puede explicar, entonces ¿cómo nos pretende ayudar? ¡Tenemos ayuda divina! Nuestro Creador, el que nos diseñó, no nos dejó sin guía.

Recuerda a Jesucristo

Dios nos regaló la palabra profética más segura, Su propia Palabra está escrita en la Biblia, a la cual hacemos bien en prestar atención como a una lámpara que brilla en el lugar oscuro (2 Pedro 1:19). En Su palabra nos enseña que fuimos creadas por Él y que todos hemos pecado y hemos fallado en cumplir el estándar requerido. No hay ni justo ni aun uno (Romanos 3).

También nos enseña que habrá un juicio, seremos juzgadas. Toda nuestra vida será juzgada incluyendo los secretos de nuestro corazón (Romanos 2:16). ¡Y va más allá! Dios nos enseña que la paga del pecado es la muerte (Romanos 6:23), lo cual nos hace literalmente dignas de muerte; eso merecemos por lo que hemos hecho… tú y yo merecemos la muerte eterna.

¡Pero Dios! Ese asombroso Dios que nos creó, tuvo compasión y nos mostró Su gran amor al enviar a Su Hijo Amado para que el mundo sea salvo por Él, y Él nos amó. Jesús, el perfecto Hijo de Dios que no cometió pecado alguno, entregó Su vida por nosotros, derramó Su sangre para salvarnos, sangre como de un cordero sin mancha que puede limpiar nuestra conciencia (Hebreos 9:14). 

Hoy, Jesús, que resucitó al tercer día, está sentado a la diestra del Padre y tiene el oficio de Sumo Sacerdote. Tal oficio conlleva interceder por pecadores delante de Dios para que sean perdonados y limpiados. 

Leí en un libro que Jesús fue elegido a ejercer el oficio de Sumo Sacerdote no por Su profunda sabiduría, gran poder o carácter sagrado, sino por la misericordia y compasión que había en Él.2 Jesucristo posee un corazón que tiene poder para perdonar y ofrecer ayuda al pecador. Múltiples historias en los evangelios nos muestran Su corazón:

  • Jesús, el que perdonó a un pecador que estaba a su lado mientras sufría y estaba a punto de entregar su vida para pagar por el pecado (Lucas 23:39-43).
  • Jesús, el que se acercó al paralítico desesperanzado para sanarlo (Juan 5:1-8).
  • Jesús, el que no rechazó al leproso que se le acercó y quiso sanarlo (Mateo 8:1-4).
  • Jesús, el que rogó por la fe de aquel discípulo que iba a negarlo (Lucas 22:32).
  • Jesús, el que nos enseña a orar por el perdón de nuestros pecados (Lucas 11:1-4).
  • Jesús, el que entregó Su vida para que muchos fueran justificados (Isaías 53:11).

Considera Su corazón al estar aquí en la tierra y recuerda que Él es el mismo ayer, y hoy, y por los siglos. Él es el Sumo Sacerdote que está en el cielo a nuestro favor, no uno indiferente, sino uno que entiende nuestra condición y se compadece (Hebreos 4:16).

Si estás en Cristo, considera al Espíritu Santo que con ternura te convence de pecado, considera también el amor y cuidado de tu Padre celestial al tratarte como hija. Pero si no has creído en el Señor Jesús, considera Sus palabras; Él vino a salvar a pecadores, no a justos. Considera también Su paciencia, pues tu juicio final está cerca.

Cree el evangelio

Por tanto, cuando no puedas callar tu conciencia, acércate al trono de gracia donde está el Señor Jesús. Confiésale con sinceridad tus pecados específicos, «ya sean de ignorancia, de hábito diario o incluso mayores y presuntuosos»2 y reconoce que sin Su ayuda no podrías salir del pozo en el que estás.

Después de confesar, puedes esperar con certeza y agradecimiento el cumplimiento de Sus promesas: 

  • Nadie que vaya a Él será rechazado (Juan 6:37). 
  • Si confesamos nuestros pecados, serán perdonadas y limpiadas de toda maldad (1 Juan 1:9).
  • Al acercarnos a Él recibiremos misericordia y hallaremos gracia para la ayuda oportuna (Hebreos 4:16).

Jesús es fiel, no fallará. Aunque tus sentimientos de culpa estén latentes, aunque sientas temor, cree en Su Palabra y acércate a Él. El cumplimiento de Sus promesas no depende de lo que sientas sino de en quién depositas tu fe.

No te alejes de la iglesia

Mi pastor ha compartido en la congregación esta frase: «La iglesia no es un museo de cera, sino un hospital para restaurar». A veces la conciencia está demasiado turbada, el corazón sobrecargado de culpa y de aflicción por el pecado. Si ese es tu caso, acércate al pastor de tu congregación o a una hermana en la fe, cuéntale tu situación y pide ayuda.

Recuerda que, si has creído en el Señor Jesús, eres parte de Su cuerpo y para tu restauración muy probablemente necesites la ayuda de otros miembros. No es coincidencia que en el cuerpo humano veamos cómo algunas células se encargan de reparar a otras células, y cómo ciertos órganos ayudan a la funcionalidad de los que han sido dañados o están enfermos. ¡No te alejes del cuerpo de Cristo!

Cuando no puedo callar mi conciencia, la cruz me llama a refugiarme en ella. 

La puerta para entrar se llama humildad, y al pasar, el olor no se puede soportar. 

Algo hiede, ¿qué será? El pecado a la luz de la verdad. 

Mas a la cruz llegar, la sangre de aquel Hombre crucificado caerá. 

La justicia y la gracia me rodearán. Una voz dirá y repetirá: «Justificada y hecha nueva». 

Y al final solo quedará un dulce sabor a paz.

Paz que no se puede comprar, paz que no se puede igualar. 

Paz que no se consigue en otro lugar, paz que Dios nos invita a disfrutar. 

Y tú, ¿irás?

Referencias:

1 Nuevo diccionario de teología, Sinclair B. Ferguson, David F. Wright, J.I. Packer. Pág. 197

2 El corazón de Cristo, Thomas Goodwin, Págs. 86, 87, 89.



 

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Sobre el autor

Adriana Salinas

Adriana es plenamente amada por Dios, es Su hija adoptada y hoy disfruta de la gracia abundante que viene solo por medio de Jesucristo, su Señor y Salvador. Vive luchando por contemplar la hermosura de Dios cada día y por … leer más …

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