Yo solía pensar que la desilusión era una palabra a usar en frustraciones menores.
Estoy desilusionada porque ella canceló nuestra cita para un café.
Él está desilusionado porque perdió su vuelo.
Estuvimos desilusionados de la comida en nuestro restaurante favorito la noche de nuestra cita.
Pero estoy descubriendo que la desilusión es algo más profundo. La desilusión puede percibirse como una molestia que no es bienvenida, pero también puede sentirse como destrucción absoluta. Un dolor que exprime tus entrañas. El quebranto de corazón por lágrimas que no cesan. La confusión del «¿estará todo bien alguna vez?». «No sé cómo atravesar esta desesperanza.»
La desilusión viene en todas las formas y tamaños. Puede que inicie pequeña y gane fuerza con el pasar del tiempo o sencillamente te aplasta de repente como si fuese un yunque que cae desde el cielo.
La desilusión, venga como venga, sin importar cómo esté envuelta, siempre es un visitante no deseado.
A nosotras sencillamente no nos interesa tener conversaciones frecuentes con la desilusión. No queremos que nos llame, nos mande un mensaje de texto, que llegue de visita, ni que se quede con nosotras en una estadía extendida.
Porque el dolor de la desilusión cruje con una marcada pena ante la pérdida de «lo que pudo haber sido». Es el momento en que enfrentamos la muerte de una expectativa, una esperanza, un sueño.
Cuando la desilusión empieza a cavar zanjas
Si nuestras expectativas –nuestro ideal de cómo deberían lucir nuestras vidas– son como la de un jardín exuberante, donde florecen las flores de las variedades más hermosas, entonces la desilusión es como esa pala que con crueldad saca de raíz toda la belleza del follaje, dejando zanjas lodosas a su paso.
Nosotras vemos esas zanjas, estupefactas y disgustadas, y nos duele la pérdida del hermoso verdor y de los pétalos. Gemimos porque cada golpe de la pala se siente como si en realidad estuviera lacerando nuestro propio corazón.
¿Por qué querríamos que nuestra vida luciera de esta manera? ¿Desolada, desordenada y oscura?
Nosotras cuidamos de esos jardines. Nosotras amamos cada pétalo delicado, sosteniéndolos cerca, asegurándonos de que crecieran, la fructificación de nuestras esperanzas, ese «algún día» con el que tanto hemos soñado.
¿Y ahora cada raíz está arrancada de su hogar en la tierra y dejada sin vida? ¿Nuestros planes, nuestra emoción y nuestros esfuerzos son desechos abandonados y fijamente contemplamos su destrucción? Las zanjas de lo que pudo haber sido.
Las ruinas que deja la desilusión
La desilusión puede realmente doler con esta magnitud. De hecho, la desilusión tiene el potencial de arruinarnos. Si nosotros atesoramos ese jardín de expectativas tan intensamente, las zanjas que la desilusión deja pueden abrumarnos, aplastarnos y destruirnos si nosotros no buscamos la perspectiva de Dios en todo ello.
Si tan solo pudiéramos mirar el desorden sin vida, si solo sentimos el dolor de lo que se ha perdido, si seguimos creyendo que merecemos cosas mejores que esas zanjas, somos entonces el blanco principal para la amargura, para la tentación y para creer que Dios en realidad no es bueno.
Ninguna de nosotras es inmune a la pala de la desilusión; todas experimentaremos la tristeza a causa de deseos no cumplidos en este nuestro mundo lleno de pecado. La difícil verdad es que el dolor vendrá por nosotros. Pero no importa la forma que tome el dolor, Dios es siempre la Fuente de nuestra sanidad y esperanza. (Salmos 25:5, 32:7, 73:23, 147:3; Isaías 12:2; 2 Corintios 1:3-7)
Aunque rara vez se siente así de simple. Cuando nuestra normalidad nos es arrebatada y las emociones empañan nuestras mentes, nuestros corazones se descarrilan, buscando respuestas, preguntando todo, buscando aferrarse a algo estable, algo que pueda llenar el vacío de las expectativas rotas, las zanjas.
Nosotras queremos sumergirnos en el enojo a causa de lo que nos fue quitado. Ese enojo produce amargura. (Hebreos 12:15)
Queremos encontrar un reemplazo barato y fácil que anestesie el dolor y que pueda, de alguna forma, cumplir ese anhelo. Esa búsqueda normalmente nos lleva a morder el anzuelo de la tentación de nuestro enemigo. Queremos plenitud, pero lo que obtenemos es algo falso y de corta duración.
Nosotras queremos cuestionar todos los caminos de Dios y acusarle de no aparecerse a detener la excavadora de zanjas. Concluimos que Él prefiere destinarnos a una vida de angustia en lugar de vernos prosperar.
Cuando las zanjas se convierten en terreno sagrado
Es en estos momentos, mientras estamos de pie en esas zanjas de desilusión, necesitamos desesperadamente la perspectiva de Dios.
Orar por la perspectiva de Dios no significa necesariamente que obtendremos todas las respuestas a nuestras circunstancias específicas o que veremos llegar ese desenlace por el que tanto hemos esperado. Orar por la perspectiva de Dios se trata de creer y aferrarse a la verdad de Dios y de sus promesas para:
... que podamos descansar en Él para confortarnos cuando duela.
... que podamos ver Su fidelidad en acción en medio de situaciones no bienvenidas.
... que podamos alabarle por cada pequeño regalo de gracia en cada día.
... que podamos estar llenos de esperanza, sin importar el resultado.
... que podamos preparar la tierra lodosa en esas zanjas y pedirle que haga crecer algo nuevo en ellas. Algo mejor para nosotras. Su «mejor» porción para nosotras.
A veces es allí –en las zanjas de la desilusión– donde descubrimos que Dios ha estado con nosotras todo el tiempo. Es en esas zanjas que experimentamos las maneras en que Él es mucho mejor que cualquier expectativa o sueño que hayamos tenido. Es en esas zanjas en donde nosotras mismas nos convertimos en tierra manejable, listas para plantar raíces profundas en Jesús. Es en esas zanjas en donde encontramos esperanza únicamente en Él.
Al Señor esperé pacientemente, y Él se inclinó a mí y oyó mi clamor.
Me sacó del hoyo de la destrucción, del lodo cenagoso;
asentó mis pies sobre una roca y afirmó mis pasos.
Puso en mi boca un cántico nuevo, un canto de alabanza a nuestro Dios;
muchos verán esto, y temerán, y confiarán en el Señor.
Cuán bienaventurado es el hombre que ha puesto en el Señor su confianza,
y no se ha vuelto a los soberbios ni a los que caen en falsedad.
Muchas son, Señor, Dios mío, las maravillas que tú has hecho,
y muchos tus designios para con nosotros; nadie hay que se compare contigo; si los anunciara, y hablara de ellos, no podrían ser enumerados.
Salmo 40:1-5 LBLA (Lee el resto del salmo aquí)
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