Creciste en la iglesia, asististe a la escuela dominical y sabes todas las historias bíblicas. En tu forma de hablar hay palabras que te identifican con los cristianos y probablemente creas que lo eres.
Pero es probable que muy profundo en tu corazón sabes que tu vida no está rendida al señorío de Cristo y que tu experiencia de «conversión» se limitó a pasar al altar y repetir una oración. Fue algo mecánico, como los pasos para resolver un problema matemático. Tu corazón no estuvo involucrado, solo palabras repetidas en tu boca. Eso pasó hace años, y desde ese momento fuiste catalogada «parte de la familia de Dios» y has tratado muy duro de ser la «cristiana» que todos esperan que seas. Tus pies han estado en la iglesia pero tu corazón está muy lejos de allí.
Sabes que cuando estás en la intimidad de tu habitación y piensas en Dios, es como si existiera un problema de conexión entre ustedes dos. Como cuando te quieres conectar al internet pero pierdes la señal del wifi o tu teléfono se queda sin batería en la mitad del día. La línea está muerta.
Desconexión.
Eso es lo que siente tu alma cuando intentas hablar con Dios. Te preguntas por qué y siempre regresas al mismo pensamiento... ese día en el que caminaste para recibir a Cristo. Y te cuestionas, ¿fue real? ¿no funcionó para mí?
Hay un problema
Existe un gran problema que impide que el ser humano se presente delante de Dios. Ese problema no se puede resolver con solo repetir palabras, tampoco se soluciona simplemente caminando hacia un altar. Ese problema es más complejo de lo que jamás te hayas podido imaginar. No se arregla adoptando un comportamiento moralmente aceptable ni tratando de esconder lo torcido de tu corazón al enseñar una sonrisa a los que te rodean, mientras les dices: «Dios te bendiga».
El problema es que en realidad estás muerta. La línea entre tu Creador y tú está rota. Esto no se originó contigo; cuando Adán y Eva pecaron, los cables de comunicación entre ellos y Dios se cortaron. Es por el pecado que tú y yo fuimos separadas por completo de Dios. No existe wifi o chat disponible. La línea murió. El pecado rompió toda conectividad.
Pero algo peor sucedió, llegamos a ser enemigas de Dios, separadas de Él por nuestros pensamientos y acciones de maldad. ¡Imagínalo por un momento! Lejos en oscuridad pero también enemigas del Creador del cielo y de la tierra. ¡Enemigas de la bondad misma! Y puedes pensar: «Sí, soy una pecadora, pero ¿enemiga de Dios? ¡No!».
Tengo que decirte que tu pecado te constituye en enemiga de Dios:
«Y aunque ustedes antes estaban alejados y eran de ánimo hostil, ocupados en malas obras» (Col. 1:21).
Estábamos en la peor situación; no hay lugar para un enemigo de Dios en el mundo de Dios. ¿Puedes imaginar esta horrible situación? ¿Qué podría ser peor que eso? Te diré lo que es peor, no solo estábamos alejadas, éramos enemigas de Dios, sino que también estábamos espiritualmente muertas, el pecado absorbió toda la vida que había en nosotras y nos dejó en completa oscuridad y alejadas de Dios.
Mira como Efesios 2:5 lo dice:
«Aun cuando estábamos muertos en nuestros delitos, nos dio vida juntamente con Cristo (por gracia ustedes han sido salvados)».
¡Estábamos muertas! Pero, espera, leámoslo nuevamente:
«Aun cuandoestábamos muertos en nuestros delitos, nos dio vida juntamente con Cristo (por gracia ustedes han sido salvados)».
Pero en esas líneas se puede ver una luz de ESPERANZA allí. Léelo nuevamente y trata de encontrarla.
Hay una solución
Y en esa misma escena en donde Adán y Eva fueron arrojados a un abismo de pecado, Dios prometió traer una solución: Él prometió que mandaría un Salvador, quien nos libraría de nuestra terrible condición. La solución no iba a venir de unos pasos al frente con un corazón muerto y sin arrepentimiento, tampoco vendría de esfuerzos por tratar de ser la «chica cristiana» que todos esperan ver. La solución vino de Dios mismo. Cristo, el hijo de Dios, se acercó al altar del sacrificio, caminó con pasos firmes a la cruz y lo entregó absolutamente todo. Ocupó el lugar que nos correspondía a ti y a mí y venció el poder de la muerte al resucitar en victoria.
Jesús es la solución a nuestro más grande problema, Él dejó la comodidad de Su trono y descendió, Él se hizo hombre y vivió la vida perfecta que ni Adán ni Eva, ni tú ni yo, jamás podríamos vivir, y aceptó el castigo que tú y yo merecíamos por nuestros pecados. Su vida y Su muerte perfecta en nuestro lugar eliminaron la ira de Dios. Y las buenas noticias son que si tú crees en Él y confías en Él como tu Salvador, tendrás acceso a Él por toda la eternidad. Estarás conectada por siempre a Su bondad.
Tú, que tienes años en la iglesia y te das cuenta de que no tienes una relación con Dios. ¡Ya no tienes por qué estar desconectada de Él!
- Arrepiéntete de tu pecado. Pídele a Dios que abra tus ojos a lo perverso de tu corazón y al mismo tiempo a la asombrosa gracia capaz de perdonar toda maldad. Reconoce tu condición delante de Dios y confiesa tu pecado, porque si lo haces, Dios ha prometido cubrirlo con Su justicia y limpiarte de toda maldad.
- Cree la buena noticia del evangelio.
Cree que lo que Cristo hizo al vivir una vida perfecta, al morir en la cruz y al resucitar; fue por ti. Abraza esa buena noticia y experimenta la libertad y la plenitud que solo se encuentran en Él. - Disfruta de la conexión ininterrumpida con Dios que Cristo ofrece.
- Cuando crees en la obra de Jesús en tu lugar y Él produce el milagro de la salvación en ti, el camino a Dios es restaurado para siempre. Su trono siempre estará disponible para ti porque ya no hay condenación (Rom. 8:1), solo gracia y amor por toda la eternidad. ¡Una conexión segura y estable por siempre!
¡Jesús es la solución a nuestro problema de conexión con Dios! ¿Correrás a Él?
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