Cristo es suficiente para tu necesidad más grande

«Aprende a amarte y valorarte para que así puedas amar y valorar a los demás».

«El amor propio es la clave para la vida feliz que estás buscando».

«Debes aprender a decir “me quiero” antes de decir “te quiero”».

«Si tú no te preocupas por ti misma, nadie más lo hará».

«El amor propio arregla lo que otros rompen».

«Dedícate a sentirte bien contigo misma, pues es con quien pasarás el resto de tu vida».

Estas son solo algunas de las frases que puedes encontrar en internet cuando escribes en el buscador «amor propio». Pareciera ser que la necesidad más grande que tienen las personas hoy en día es la de ser felices y nos están enseñando que eso se logrará cuando encuentres la manera de amarte a ti mismo más que cualquier otra cosa y persona.

No eres suficiente

Trato de encontrarle sentido a lo que llaman «amor propio», pero tales explicaciones me resultan muy contradictorias. ¿Cómo es posible que nos digan que la solución está en creer que nosotras podemos cuando cada vez que caemos, buscamos ayuda precisamente porque no podemos

No estamos contentas con nosotras mismas, con nuestro cuerpo, nuestro estilo de vida. Así que, inmediatamente llegan las voces que te dicen: «tú puedes, solo debes amarte más». ¿Entonces se trata de engañar mi mente y decir frente al espejo: «Crees que no puedes, pero siempre has sido capaz, solo tienes que sacar lo mejor de ti y amar todo lo que eres»? ¡¿En serio?!

Es como si un niño de 5 años te dijera que no sabe leer y tú le respondes: «Perfecto, la solución está en que leas este libro, hazlo en voz alta para corregirte si es necesario». Absurdo, ¿no? No harías eso, ¡el niño te está diciendo que no sabe leer!

Así que, vengo a decirte la verdad: no eres suficiente, y si tú eres el problema, es ilógico querer buscar en ti la solución.

¿Recuerdas por qué decidiste entregar tu vida al Señor? Personalmente recuerdo que nada de lo que hiciera para mantenerme feliz funcionaba. Buscaba divertirme con lo que hacía, pero al acabarse la emoción volvía a sentirme vacía, justamente porque nada de lo que hiciera era suficiente para «satisfacer mis necesidades». ¡Ni aunque me amara a mí misma!

¿Cuál es realmente tu necesidad más grande?

«Y Él les dio vida a ustedes, que estaban muertos en sus delitos y pecados, en los cuales anduvieron en otro tiempo según la corriente de este mundo, conforme al príncipe de la potestad del aire, el espíritu que ahora opera en los hijos de desobediencia. Entre ellos también todos nosotros en otro tiempo vivíamos en las pasiones de nuestra carne, satisfaciendo los deseos de la carne y de la mente, y éramos por naturaleza hijos de ira, lo mismo que los demás». –Efesios 2: 1–3

Este pasaje nos enseña cuál es nuestra condición cuando estamos sin Dios. Nosotras sin Cristo:

  • Somos pecadoras.
  • Estamos muertas en delitos y pecados.
  • Vivimos según la corriente de este mundo.
  • Vivimos en las pasiones de nuestra carne.
  • Vivimos satisfaciendo los deseos de la carne y la mente.
  • Somos por naturaleza hijas de ira.

¿Estás llegando al punto conmigo? El tema es que creemos que necesitamos muchas cosas y el mundo nos enseña que estas «necesidades» son suplidas cuando nos amamos más tal cual somos pues al hacerlo estamos en armonía con lo que nos rodea. Sin embargo, tenemos un problema que ninguna cantidad de amor propio soluciona. Se llama pecado y este nos separa de Dios y su perfecto amor. Amarnos o valorarnos a nosotras mismas no soluciona este problema. Tenemos una necesidad más grande que la «necesidad» de amarnos a nosotras mismas. Nuestra necesidad más grande es la de reconocer que sin Cristo no somos nada. Y que, a su vez, Cristo es suficiente para nuestra necesidad más grande.

Dios envió al único que es suficiente… Cristo

La Biblia nos enseña que el pueblo de Israel tenía un sistema de sacrificios, fiestas y ofrendas. Uno de los sacrificios que ofrecían era para ser limpios de pecado (ver Levítico 4). Era necesario que sangre fuera derramada, porque como nos enseña Hebreos 9:22 «… sin derramamiento de sangre no hay perdón».

Sin embargo, llegó un punto en que la maldad del pueblo era tan grande, que Dios estaba hastiado de sus sacrificios (1 Samuel 15:22, Isaías 1:11-18, Oseas 6:6). Todos los sacrificios que el pueblo de Israel podía ofrecer no eran suficientes, su corazón estaba alejado del Señor y la sangre de los animales solo cubría su pecado de forma temporal. 

Por esto el Señor envió a Su Hijo (Juan 3:16). Jesús dio Su vida para redimirnos por la eternidad, Él fue el sacrificio perfecto que necesitábamos (Hebreos 9:11–14). En Él somos lavadas, santificadas, justificadas (1 Corintios 6:11). Tenemos libre acceso al Padre gracias a la vida perfecta del Hijo (Hebreos 10:19–22). Cristo nos ha dado su vida para que de ahora en adelante viva Él a través de nosotras (Colosenses 1:27).

Cristo y solamente Cristo es suficiente, no solo para los pecados que cometimos en el pasado antes de conocerlo, sino también para los del presente que cometemos aun conociéndole, e igualmente para los que vayamos a cometer.

Colosenses 2:10 refiriéndose a Cristo, nos dice, «… ustedes han sido hechos completos en Él, que es la cabeza sobre todo poder y autoridad». En Cristo no eres solamente salva, sino también completa. No tienes necesidad de amarte más. Cristo fue suficiente para suplir tu necesidad más grande: redimirte del pecado y atraerte nuevamente al Padre. Y Cristo seguirá siendo siempre suficiente para satisfacer cada una de tus necesidades.

Si de alguna manera puedo resumirte este blog sería animándote a recordar 2 cosas:

  1. No hay nada que puedas hacer para estar bien contigo misma y el mundo, y así sentirte satisfecha y que has hecho lo suficiente. 
  2. Tu necesidad más grande es la de un Salvador, y Dios envió a su Hijo Unigénito para suplir esa necesidad. A través de Su sacrificio Él te limpia, redime, perdona, ¡tienes nueva identidad en Él!

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Sobre el autor

Débora Cázares de Rivera

Débora es originaria de Coahuila, México, pero actualmente reside en Nuevo Mexico, junto a su esposo Jordan Rivera y sus dos hijos.

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