Carta a la hija pródiga

A ti…

…que ni siquiera sabes por qué estás leyendo estas líneas. 

…que llevas la vergüenza tatuada en tu frente y el corazón atravesado por la decepción. 

…que no puedes imaginar el futuro sin que el pasado te persiga. 

…que no te das permiso de soñar porque las pesadillas que has vivido te aterrorizan. 

Sabes que estás perdida, pero ya ni deseas encontrar el camino de vuelta a casa. Has caído tan profundamente que no estás segura si jamás podrás levantarte. Has tocado fondo y la oscuridad ya acostumbró tus ojos a rechazar la luz. 

Estás huyendo, pero sabes que no llegarás a ningún lado sin que te abrume la verdad de que no puedes esconderte de la mirada de Dios. Te aterra, lo sé. Por eso te vuelves a hundir en el fango que tanto odias, para luego darte cuenta que Sus ojos siguen fijos en ti. 

La culpa te carcome y te preguntas cómo fuiste capaz. De todas las personas, ¡tú! «¿Cómo me dejé llevar? ¿Cómo llegué hasta aquí?». Quisieras volver atrás pero quemaste todos los puentes, y cuando miras atrás, todo luce tan distante. 

¿Te estás convenciendo de que esa eres tú? 

Sí, sabes lo que tienes que hacer. Pero no puedes. No quieres. Ni siquiera tienes las fuerzas para desear cambiar. Ya el lodo se siente tan familiar que hasta has llegado a pensar que te lo mereces. Y en eso tienes la razón. Nada más merecido que las consecuencias por el pecado cometido. Pero esa es solo una parte de tu historia. El otro lado solo lo puedes encontrar a través de la cruz de Jesús. 

No asumas que ya sabes lo que te voy a decir. No dejes que tu familiaridad con las «cosas de Dios» distorsionen tu percepción de la realidad. Regálame tu atención por un momento, mientras sigues leyendo, baja tus armas de defensa y deja de pelear dentro de tu corazón. 

Detente por un momento y considera la cruz. Imagina a Jesús, siendo inocente, recibiendo todo el castigo que la humanidad merecía (incluyendo el tuyo y el mío). Una vida obediente de principio a fin, sin pecado. El hijo perfecto, recibiendo el castigo de los malvados. ¿Para qué? Para salvar al perdido. Para que el hijo extraviado en el pecado encuentre el camino de vuelta a casa. 

La historia no se quedó en la cruz, lo sabes. Jesús murió y venció la muerte. Él resucitó. Esa es la cara de la moneda que no estás viendo. Es gracias a que Él se levantó de la miseria del pecado que tú tienes esperanza de salir de allí. Para volver a casa no necesitas construir un camino por ti misma. Esas piedras de obediencia son imposibles de cargar. No se requiere que encuentres la fuerza de voluntad para limpiar tu desastre.

Necesitas considerar a Jesús. Él se levantó en victoria y ahora puedes quitar la mirada de ti misma y fijarla en Él. 

¿Qué ves cuando contemplas Su obra? ¿Puedes ver Su vida de perfección? Él te ofrece un intercambio. Su justicia perfecta por tu injusticia. ¿Ves Su santidad? Él quita tus harapos pecaminosos por Su santidad. ¿Ves Su victoria? Él te corona con Su perdón y te toma de la mano de vuelta al Padre. ¿Ves a Jesús? Él es el camino de vuelta a casa.

Míralo por la fe. Vuelve en sí y arrepiéntete de tu pecado. Los brazos del Padre celestial están abiertos para abrazarte. Con el mismo agrado como si estuviera abrazando a Cristo mismo. 

Puedes despojarte de esas cadenas que te han mantenido atada porque, si estás en Cristo, en realidad eres libre. La cruz elimina el abismo que te impedía correr al Padre. Ya no hay distancia, ya no hay temor. Él no desprecia un corazón arrepentido y humillado (Sal. 51:17).

Corre al Padre en dirección opuesta a tu pecado. Él es experto en redimir la vergüenza y convertirla en testimonio. Él afirma los pasos de quienes han caminado por senderos torcidos. Él transforma la culpa en convicción y hace brotar el gozo del corazón más seco. Él torna el lamento en fiesta cuando uno de los suyos vuelve a casa. 

«Así que acerquémonos con toda confianza al trono de la gracia de nuestro Dios. Allí recibiremos su misericordia y encontraremos la gracia que nos ayudará cuando más la necesitemos». -Hebreos 4:16, NTV

No te demores, Él te espera. 

Con amor, 

Betsy

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Nota para quienes leyeron esta carta con otra persona en mente:

Si leíste hasta aquí y te gozas con la maravillosa noticia de salvación y gracia para el pecador, ¡comparto tu gozo! 

Si leíste hasta aquí y experimentaste un poco de indignación ante tanto pecado al punto que dudaste si en realidad la gracia de Dios opera de esa manera; si te hizo falta una lista de indicadores de arrepentimiento y evidencias prácticas que demuestren que esta chica en realidad ha cambiado para entonces abrirle la puerta y así evitar ser muy condescendiente, entonces es probable que esta carta también sea para ti. 

No solamente estamos perdidas cuando el pecado es visible en nosotras. Hay una lejanía de la gracia de Dios que pasa desapercibida; sobre todo si la disfrazamos de buen comportamiento. Es probable que tu tierra lejana se llame legalismo. Yo he estado ahí. Quizás necesites leer la carta de nuevo, ahora contigo en mente. ¡Te abrazo!


 

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Sobre el autor

Betsy Gómez

Betsy Gómez tiene una gran pasión por inspirar a otras mujeres a atesorar a Cristo en lo ordinario de la vida. Nació en la República Dominicana, y ahora vive en Irving, Texas, donde su esposo, Moisés, sirve como pastor hispano … leer más …

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