Los cristianos queremos ser como Jesús. Él nos muestra cómo es Dios y al mismo tiempo nos muestra cómo fuimos creados para ser. Sin embargo, los cristianos sabemos que no podemos ser exactamente como Jesús. Nuestros esfuerzos son insuficientes para llegar a Su santidad y perfección.
Por eso, Cristo vino a ser y hacer todo lo que nosotros no éramos ni hacíamos. Él es nuestro salvador por su muerte y por su vida; pagó por nuestros pecados y nos vistió de su santidad. No solo nos rescató del castigo de nuestra maldad, sino que también nos dio un nuevo corazón y envió a su Espíritu para que pudiéramos ser transformados en nuevas criaturas.
Si has nacido de nuevo, ya no eres la misma persona que antes. Pero el trabajo que Dios comenzó en ti todavía no ha terminado. Fuimos hechos santos por los méritos de Jesús, pero todavía estamos siendo santificados —hechos cada vez más a su imagen— durante todo nuestro caminar en esta tierra.
¿Cómo sucede esto? “Disciplinas espirituales para la vida cristiana” de Donald Whitney tiene mucho que decir al respecto. Estas son solo cinco de las muchas cosas que aprendí leyendo este libro.
“Las disciplinas espirituales son aquellas prácticas que se encuentran en las Escrituras que promueven el crecimiento espiritual entre los que creen el evangelio de Jesucristo. […] La manera bíblica de crecer para ser más como Jesús es mediante el hacer las disciplinas espirituales bíblicas con la motivación adecuada” (p. 5-6).
1. La disciplina para la piedad es fruto de la salvación, no un requisito para ella.
“[Este libro] nos llama a buscar la piedad practicando las disciplinas con gratitud por la gracia que nos ha salvado, no como un esfuerzo para buscar la justicia propia o mejorar nuestra condición” (p. x).¹
Entender este punto es la clave para abordar correctamente el tema de las disciplinas espirituales. ¡Entender este punto es entender el evangelio! Sí, Dios ha decidido que nuestro esfuerzo sea no negociable en nuestro proceso de santificación; sin embargo, esto no quiere decir que somos santos por nuestros esfuerzos.
Nos esforzamos porque somos salvos, no para ser salvos. Practicamos las disciplinas espirituales —leer la Escritura, orar, congregarnos, servir, ofrendar, entre otras— con un corazón agradecido porque ya fue rescatado, no con un corazón afanado buscando su rescate.
Además, jamás debemos olvidar que Dios es quien da el crecimiento (1 Cor. 3:6-7). Aunque nosotros trabajamos activamente en colocarnos en los lugares donde Dios imparte su gracia, el crecimiento sigue siendo por gracia.
No pierdas esto de vista mientras vives una vida de disciplina. Si hay afán, angustia, y culpa en tu corazón, estás confiando en tus esfuerzos y no en la obra de Dios en ti.
2. Aunque la santidad es obra de Dios, Él nos usa para producirla en nosotros.
“No debemos simplemente esperar la santidad; debemos buscarla” (p. 3).
Quizá podrás decir, “Bueno, si Dios da el crecimiento, ¡yo no tengo que hacer nada!”. Es fácil pensar eso… a menos que empieces a leer la Escritura. La Palabra nos llama una y otra vez a disciplinarnos y a buscar la santidad (1 Tim. 4:7; Heb. 12:14; 1 Pe. 1:15-16).
Dios es quien nos trae de muerte a vida, y lo hace a través de la predicación de su evangelio; Dios es quien nos hace crecer en santidad, y lo hace a través de nuestra perseverancia en las disciplinas espirituales.
3. Si no estás practicando la disciplina, estás practicando la idolatría.
“Abandonar la oración es pelear la batalla con nuestros propios recursos, en el mejor de los casos, y perder el interés en la batalla, en el peor de los casos” (p. 91).
Esta frase puede ser aplicada a cualquiera de las disciplinas espirituales. Cuando estamos en continua comunión con el Señor, recibiendo su gracia a través de los medios que Él ha dispuesto para ello, estamos reconociendo que nosotros no podemos. Estamos reconociendo que dependemos de Él.
Cada día es una lucha, y si no estamos buscando nuestra fuerza en Dios, la estamos buscando en otra cosa. No se trata de disciplinarnos cuando “tengamos tiempo”, se trata de ser conscientes de que necesitamos la gracia de Dios a cada momento de nuestra existencia.
4. Si quieres crecer, tienes que leer.
“Los cristianos que crecen son los cristianos que leen” (p. 311).
Dios se ha revelado a través de la Palabra. Pudo haberlo hecho de cualquier otra manera, pero en su soberanía determinó que un libro contenga todo lo que necesitamos saber acerca de Él, de nosotros, y del mundo en que vivimos. Es imposible crecer sin leer este libro.
Además, la vida cristiana no es para vivirla solo. Dios ha bendecido a su Iglesia con maestros que nos ayudan a crecer en nuestro entendimiento de Él y su verdad. Algunos están en nuestra iglesia local, pero otros están muy lejos. Tenemos la dicha de poder ser enseñados y crecer leyendo lo que ellos nos han dejado impreso en el papel.
5. Cada minuto es un regalo, y cada minuto cuenta.
“Dios le ofrece el tiempo presente para que usted se discipline para la piedad. […] Si usted hace mal uso del tiempo que Dios le ofrece, él nunca le ofrecerá ese tiempo otra vez” (p. 179).
Esta es una severa y reveladora advertencia sobre el uso de nuestro recurso más valioso. La excusa más común de por qué no nos disciplinamos para la piedad es que “no tenemos tiempo”. Sin embargo, todos tenemos la misma cantidad de minutos en el día, ¡y ninguno de ellos nos pertenece!
Somos del Señor y nuestro tiempo es del Señor. Él nos regala cada minuto para que le glorifiquemos a Él mientras cumplimos el propósito para el que fuimos puestos en esta tierra. ¿No tienes tiempo para eso?
Whitney nos invita a no desanimarnos, recordándonos que a través del evangelio “Dios perdonará cada milésima de segundo de tiempo desaprovechado” (p. 179); el llamado es a ser intencionales y a caminar aprovechando bien el tiempo (Ef. 5:16).
El evangelio nos libra de la culpa por cada mala decisión que tomamos, pero también nos da el poder para tomar decisiones que honren a Dios y nos lleven a buscarlo con todo nuestro ser a través de las disciplinas espirituales.
[1] DEL PRÓLOGO, POR J. I. PACKER.
Publicado originalmente en Coalición por el Evangelio.
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