Como hijas de Dios somos llamadas, no simplemente a sobrevivir, sino a disfrutar de libertad, plenitud y abundancia en Cristo. Para lograr esto necesitamos un fundamento estable; un ancla, una esperanza segura y firme para nuestras almas que resista los embates de las diversas corrientes de estos tiempos, de las inestables y cambiantes filosofías de este mundo y los engaños de nuestro propio corazón. Necesitamos estar arraigadas en Él, en Su Palabra, en Su amor, en Sus promesas.
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