“perdonándoos unos a otros, así como también Dios os perdonó en Cristo” Efesios 4:32
Tanto por mi propia experiencia como las de otras personas con quienes he compartido, sé que existen situaciones en nuestras vidas que dejan grandes heridas; en tal grado que en ocasiones llegan a convertirse en huellas en el alma. Son como una piedra en el zapato, que no nos deja avanzar, porque duele y lastima cada vez que intentamos caminar. Algo parecido es lo que ocurre cuando no sabemos o no podemos perdonar.
El perdón es la medicina esencial para sanar el dolor del alma. Es el sentimiento que devuelve la esperanza, el milagro que restaura. Es la gracia que nos permite recordar la ofensa sin sufrir y olvidar aquello que tanto nos hizo llorar o nos robó la fe en el amor, en la amistad, en Dios, en uno mismo, o en los demás.
Hay momentos en que el dolor es tan fuerte que tendemos a culpar a Dios de nuestros males, que la mayoría de las veces no son más que la consecuencia de nuestros propios errores. Hacemos de nuestras oraciones un muro de lamentos, quejándonos y alejándonos de Él, porque no logramos entender o discernir Su voluntad.
Para renovar nuestro interior, es preciso reconocer que la culpa no es de Dios y así aprender a descubrir y experimentar Su inmenso amor; y además, pedir y aceptar Su perdón. De lo contrario, nos culparemos de muchas cosas que ocurren a nuestro alrededor – esa odiosa culpa -, y nos atormentamos por aquello que dejamos de hacer o hicimos mal. Nos estancamos en el pasado, negándonos la oportunidad de empezar de nuevo, de Su libertad, de Su restauración.
Cuando aceptamos Su perdón, es como si indultáramos nuestra propia humanidad, pasando la hoja, y empezamos a escribir un nuevo capítulo de nuestra historia personal. Para encontrar la paz del alma es necesario perdonar.
Así liberamos sentimientos dañinos que nos encasillan en tormentas pasadas, en diluvios y terremotos y a veces hasta tsunamis, que aunque arrasaron con lo mejor de nosotros, por la Gracia de Dios, no se lo llevaron todo.
Pero hay algo que no podemos dejar de lado, y es que nuestra capacidad de perdonar nace de nuestra capacidad de amar Dios e imitarlo, Quien nos enseñó a perdonar saldando El mismo todas nuestras deudas; liberándonos de toda culpa, regalándonos una vida nueva en el amor que a diario nos manifiesta en esa cruz que, en lugar de condenarnos, nos redime y nos libera.
En este nuevo año, ¿Estás lista para empezar de nuevo? ¿Para experimentar Su Restauración, Su renovación? O por el contrario, ¿seguirás atada al pasado? ¡Resuelve perdonar!
Ayúdanos a llegar a otras
Como ministerio nos esforzamos por hacer publicaciones de calidad que te ayuden a caminar con Cristo. Si hoy la autora te ha ayudado o motivado, ¿considerarías hacer una donación para apoyar nuestro blog de Mujer Verdadera?
Donar $3
Únete a la conversación