Carta a un hijo

«¿Quién nos separará del amor de Cristo? ... ni ninguna otra cosa creada nos podrá separar del amor de Dios que es en Cristo Jesús Señor nuestro». Romanos 8:35, 39

Querido hijo:

Aunque siempre estás en mi mente, hoy me desperté pensando aún más en ti. Han desfilado muchos recuerdos de momentos que vivimos juntos y que quizás no vengan a tu memoria porque eras demasiado pequeño cuando ocurrieron.

Cuando eras un bebé, dependías totalmente de mí, de que mi cuerpo proveyera tu alimento para cada día. Más adelante, mi mano estuvo ahí, impidiéndote caer cuando aprendías a caminar.

En el primer momento de ir soltándote cuando te dejé en esa escuelita con personas desconocidas, Dios movió mi corazón a permanecer un momento a tu lado para infundirte la seguridad tan necesaria para los proyectos que has emprendido en el devenir de tu vida.

Cuando tu corazón fue lastimado por el rechazo, por el sufrimiento o por el miedo a lo desconocido, o ante los nuevos retos, Dios me mantenía a tu lado infundiéndote ánimo, despejando la confusión, recordándote el valor que tenemos para Dios a pesar de que otros no lo aprecien; pero sobre todo, repitiéndote: «Esfuérzate y sé valiente, Dios está contigo».

Llegaron los días en que aumentaban los deseos de alcanzar tus metas, lograr tus sueños; entonces empecé a darme cuenta que me estaba quedando fuera de tu universo; mendigaba unos minutos para que volvieras a mí; las manos me sudaban, mi corazón latía fuertemente pues quería ocupar el lugar de Dios para darte la respuesta o el consejo exacto; queriendo evitarte así toda equivocación.

Llegó el momento de partir… el nido quedó vacío, elegiste la mujer de tus sueños, formaste tu propia familia; entonces, Dios en Su Gran Misericordia, me regaló el consuelo de atesorar estos recuerdos en mi corazón haciéndome quererte más y más cada día. Por Su gracia, cumplí Su Propósito como madre; y, ahora, justo en el momento de empezar la retirada, Él me ha permitido ver el hermoso regalo de cada momento que compartimos desde que te puso en mi vientre hasta este día.

Al ver tu vida, me siento agradecida porque Dios me ayudó a llevar a cabo Su visión, a pesar de las cosas que quedaron en el tintero, quizás por falta de conocimiento o aun de exceso de amor, pero ninguna escapa de Su control.

Aunque ya no me necesitas como antes (pues aprendiste bien cada lección), aquí estoy como siempre, dispuesta a servirte. Te ruego que no me estropees el corazón, rechazando mis ofertas de colaboración.

Quiera Dios darnos la gracia de disfrutar nuestra amistad a pesar de lo ocupado de tu tiempo. Aunque sé que suplirás para mis necesidades materiales…¡y claro!, estaré feliz de tenerte a mi lado en mi lecho de despedida; te confieso que mi mayor anhelo es compartir como cuando eras niño la sencillez de un juego, las «complicaciones» de tu proyecto, también que me escuches y me brindes tu mano para caminar en la modernidad de estos tiempos.

Pero, ¿sabes algo? Ya sea que lo hagas o no; nada ni nadie cambiará la realidad de que eres mi hijo amado, y que, por lo tanto, mi amor por ti es incondicional aunque nunca como el amor del Padre por mí, en Cristo Jesús.

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Sobre el autor

Ivelisse Llibre

Ivelisse conoció al Señor hace muchos años; es miembro-fundadora de la Iglesia Bautista Internacional (IBI) en la ciudad de Santo Domingo, República Dominicana. Se siente satisfecha desempeñando cada uno de sus roles: esposa, madre, suegra y abuela. Tiene el firme … leer más …


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