La maternidad es el mejor trabajo del mundo, y el trabajo más difícil que me haya tocado hacer. Me ha llenado de gozo y me ha mostrado un nivel de amor que nunca había conocido. También ha llevado mi mente, mi cuerpo y mis emociones al límite. He sobrevivido con menos sueño del que es humanamente posible. He aprendido más de lo que quisiera de insectos, de ciencia y de cómo funcionan las máquinas (tener un par de varones le hace eso a cualquiera). Las marcas físicas puedan desvanecerse, pero hay marcas en mi corazón que quedarán para siempre.
Aunque el gozo es abundante, hay días donde la maternidad me agota hasta los huesos. Hay veces que no estoy segura de si voy a aguantar hasta el final del día. Cuando por fin llega la noche, mi cabeza se hunde en mi almohada, y no estoy segura de qué logré en todo el día. Mi corazón suspira porque sé que mañana probablemente sea igual. Como el trabajo nunca termina, sé que me levantaré mañana a una casa que arreglar y platos que lavar. Y por los estornudos que he estado escuchando, puedo ver una enfermedad que se avecina.
Algunas temporadas se sienten más intensas que otras. Es fácil sentirme desanimada luego de un ciclo sin fin de desastres- físicos y emocionales. El gozo puede llegar a sentirse como algo del pasado y que está fuera de mi alcance. Podemos sentirnos aisladas y solas. Pudiéramos poner en duda nuestras cualidades como madres o llegar a pensar que le hemos fallado a nuestros hijos.
Es cierto: la maternidad es difícil, y no podemos solas. Como dijo John Piper en su libro A Godward Life (Una vida que va hacia Dios): “Necesito ayuda. Siempre. En todo. Me estoy engañando a mí mismo si creo que puedo moverme una pulgada sin la ayuda de Dios”. Así como no podemos vivir sin agua, no podemos hacer nada apartados de Cristo, incluyendo el ser madres. “Yo soy la vid, ustedes los sarmientos; el que permanece en Mí y Yo en él, ése da mucho fruto, porque separados de Mí nada pueden hacer” (Juan 15:5).
En vez de nadar en un mar de culpabilidad o desear que la vida sea diferente, debemos ir a la Fuente de nuestra fuerza, gozo y paz. Debemos beber del agua viva que solo Cristo provee. Allí encontraremos que las verdades del evangelio están siempre a nuestro alcance, siempre listas para refrescar, recordar y restaurar.
Jesús murió para liberarnos de tratar de vivir por nuestra cuenta. Él vino a redimirnos de la esclavitud al pecado y a restaurar nuestra relación con el Padre. Él enfrentó toda tentación y angustia que nosotros podamos enfrentar, pero a la vez vivió una vida sin pecado. La muerte no lo pudo contener, garantizando una futura resurrección para todo el que confíe en Cristo. Cuando estas verdades saturen nuestra alma sedienta, encontraremos el alimento y la fuerza que desesperadamente necesitamos.
Y es por Cristo que podemos venir ante el trono de la gracia para encontrar la ayuda que necesitamos (Hebreos 4:16). Si tú, al igual que yo, te sientes agotada, esta oración es para ti:
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Amado Padre que estás en los cielos:
Vengo a ti cansada y abatida en este día tan largo. Ser una madre puede ser tan difícil. Tantas veces me siento impotente e inadecuada. Una parte de mí se quiere quejar, pero entonces recuerdo hasta qué punto fuiste abatido y sé que no puedo hablar. Recuerdo que eres el Varón de Dolores y que entiendes qué tan difícil puede ser la vida. También recuerdo que tú guardas cada una de mis lágrimas y que te importan mis problemas, mis pruebas y mis temores.
El libro de Hebreos me dice que puedo acercarme con confianza y encontrar la gracia y la misericordia que necesito. Así que vengo donde ti para entregar estas cargas a tus pies. Me siento sobrecogida por los detalles de mi vida. Siento como que nunca puedo avanzar. Desde que limpio un desorden por un lado, encuentro otro por otro lado. Algunos días me pregunto si es que no estoy hecha para ser mamá.
Yo sé que hoy no te he glorificado como es debido. He fallado en amar como tú me amas. He fallado en extender a otros la gracia que me has extendido. Perdóname por luchar con mis propias fuerzas. Perdóname por no encontrar mi satisfacción completa solo en ti y estar buscándola en otro lugar. Cada una de estas fallas me recuerdan cuánto necesito de un Salvador. El día de hoy me recuerda que necesito a Jesús más de lo que lo necesité ayer, y mañana lo necesitaré más todavía.
Estoy tan agradecida de todo lo que me das. Tú nunca te cansas ni desmayas. Aun mientras estoy dormida, tú sigues trabajando. Nada pasa fuera de tu conocimiento y voluntad. Tú nunca estás en el punto que no puedes aguantar más. Y el pozo de tu gracia nunca se seca.
Por lo que Cristo hizo por mí, yo te pido que pongas en mí un corazón limpio. Renueva mi alma dentro de mí. Dame la fuerza del evangelio para cada día. Abre mis ojos para que pueda ver tu mano obrando en los desastres de mi vida. Sé tú mi constante en medio de mis fluctuaciones. Mantén al evangelio siempre delante de mí y hazlo realidad en mi vida como madre.
Yo oro que mañana estés conmigo en el medio del lodo y el fango de la maternidad. Ayúdame a encontrar mi gozo en ti y no en mis circunstancias. Que yo pueda recordar que aun cuando no lo sienta, tú estás conmigo, nunca me dejarás ni me desampararas. Esta noche dormiré en paz sabiendo que cuando yo no pueda más, tu me sostienes en tu mano. Y abriré mis ojos en la mañana encontrando misericordia, nueva y fresca, lista para mí.
Es por Cristo y en Cristo que oro, amén.
Christina Fox es una consejera, bebedora de café, escritora y madre de niños que estudian en la casa, no necesariamente en ese orden. Ella vive con su esposo desde hace 16 años y sus dos hijos en el sur de la Florida. Puedes leer sobre su caminar en la fe en www.toshowthemjesus.com y en Facebook en www.Facebook.com/ToShowThemJesus.
Tomado de: Coalición por el evangelio
Publicado originalmente el 18 de Junio para The Gospel Coalition. Traducido por Jairo Namnún.
Usado con permiso
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