Por Nancy Leigh DeMoss
Hace algún tiempo en una conferencia una mujer vino al micrófono y contó cómo hacía 14 años que su hija adulta había sido acechada y luego cruelmente asesinada por un hombre. La mujer se volvió a mí, enfrente de toda la congregación y comenzó a vaciar su corazón. “He odiado a ese hombre por 14 años, ¿y usted dice que yo puedo perdonar?” preguntó. Quebrantada dijo, ¿Cómo puedo perdonar? ¿Cómo? Los detalles de nuestras vidas son diferentes, pero en algún momento todos hemos hecho esa pregunta: ¿Cómo puedo perdonar?
Veamos algunas consideraciones acerca del tema del perdón.
Todos nos hieren
Primero, necesitamos entender que todo el mundo tiene heridas. Es inevitable. El dolor no puede ser evitado.
Tal vez tú hayas sido herido por un amigo en quien confiabas, que mintió sobre ti. Puedes haber sido herido por un profesor que te avergonzó en frente de tu curso. Puedes haber sido herido por un padre que fue rudo o abusivo, o que no supo cómo expresar amor. Puedes haber sido herido por alguien que hirió a tu hijo. Puedes haber sido herido por un hijo que se reveló y te dio la espalda. Puedes haber sido herido por un empleador que te explotó a ti o a tu pareja. Puedes haber sido herido por alguien que robó tu inocencia moral y te usó sexualmente en formas que fueron pecaminosas e inapropiadas. Puedes haber sido herido por un esposo que rompió sus votos matrimoniales y no ha sido fiel a ti. La lista de heridas potenciales podría seguir y seguir.
En muchos casos, el dolor se manifiesta en ira. Se dice que el animal más peligroso del bosque es aquel que ha sido herido. Yo creo que es una buena ilustración de lo que estamos viendo en nuestros hogares, en nuestras comunidades, y en nuestras escuelas hoy día. Las personas que han sido heridas tienden instintivamente a herir a otros.
Hoy las mujeres hablan sobre cuan enojadas están –enojadas con sus esposos, sus hijos, sus padres, sus pastores, y finalmente con Dios. Al albergar esas heridas, esa amargura latente se torna en ira, odio, venganza, y en ocasiones en violencia.
A pesar de que no podemos evitar ser heridos, lo importante es que recordemos que el resultado de nuestras vidas no está determinado por lo que nos sucede. Nada de lo que te hayan hecho o te vayan a hacer determina en quien te conviertes. Puede que sí afecte tu vida, pero no puede determinar su resultado. Nuestras vidas no son determinadas por lo que nos sucede sino por cómo respondemos a ello.
Dos formas de responder a las heridas
La primera forma de responder, y la que la mayoría de la gente escoge, es lo que yo llamo un colector de deudas. La mentalidad del colector de deudas es “Esta persona me hizo daño; ella me debe, así que la voy a mantener prisionera hasta que me pague”. Esta forma de responder termina en resentimiento, amargura e ira —así es la venganza. Esa es la forma en que mucha gente vive hoy día. El desquite es un deseo sutil y secreto por venganza. Tal vez no nos desquitemos con pistolas, pero sí con miradas, actitudes y palabras.
Eventualmente, esas semillas de amargura y resentimiento van a crecer y a producir una cosecha múltiple, no solamente en tu vida sino también en la de tus hijos y nietos, y la siguiente generación.
La segunda forma de responder es elegir liberar al ofensor de la prisión. Escogemos perdonar, no porque el ofensor lo merezca o haya siquiera pedido perdón, sino por la gracia que Dios ha derramado en nosotros, la cual podemos derramar en otros. Esa es la vía de la reconciliación.
Nuestro Dios es un Dios de reconciliación. Él tomó la iniciativa de reconciliarse con nosotros. Nosotros éramos sus enemigos, estábamos apartados, odiábamos a Dios, no le buscábamos. Nosotros no buscamos a Dios sino que Él vino a buscarnos a nosotros como el Buscador Celestial, persiguiendo nuestros corazones, buscando reconciliación. Y es Él que nos llama en Su nombre a iniciar la reconciliación en nuestras relaciones.
¿Qué es el perdón?
El perdón no es un sentimiento sino una decisión; un acto de mi voluntad. Si espero sentirme en ánimo de perdonar antes de hacerlo, probablemente nunca lo haga. No debemos esperar por nuestras emociones sino elegir obedecer a Dios. Luego, con el tiempo, Dios hará que nuestras emociones se alinien a nuestras elecciones correctas.
Segundo, Dios nos ordena que perdonemos, independientemente de cómo nos sintamos y sin importar lo que nos hayan hecho. Jesús dijo en Marcos 11:25 “Y cuando estéis orando, perdonad si tenéis algo contra alguien, para que también vuestro Padre que está en los cielos os perdone vuestras transgresiones.”
“Si tienen algo contra alguien”—eso encierra bastante bien cualquier ofensa, ¿no? Cuando vienes a ofrecer tus oraciones a Dios, antes de empezar, hay un paso que dar si tienes algo contra alguien: Perdonar. Jesús dice que debemos hacer eso para que nuestro Padre que está en los cielos nos perdone a nosotros nuestros pecados.
Tercero, perdonar como Dios nos ha perdonado a nosotros por la forma en que hemos pecado contra Él. ¿Cómo nos perdonó Él por tomar la vida de Su Hijo? Salmo 103:12 dice “Como está lejos el oriente del occidente, hizo alejar de nosotros nuestras rebeliones.” Él no trata con nosotros como merecen nuestros pecados; más bien nos trata con misericordia y bondad. Su misericordia hacia nosotros es infinita, incondicional, completa, e inmerecida.
La sangre de Jesús limpia todo pecado. Así es como Dios nos perdona. Él no esperó a que lo mereciéramos para extendernos el perdón. Él no esperó a que entendiéramos nuestra necesidad de perdón. Él nos perdonó antes de que pensáramos siquiera en buscarle a Él.
Tan infinito, incondicional y grandioso como es Su perdón para con nosotros, así mismo podemos nosotros extender el perdón hacia otros. La persona que no es cristiana no tiene la capacidad para perdonar a alguien que nunca ha experimentado el amor y el perdón de Dios. Pero si tú eres un hijo de Dios, si has sido lavado por la sangre de Jesús, si tú has experimentado Su perdón, entonces tú puedes extender esa misma clase de perdón a otros.
Cuarto, el perdón es una promesa. Es la promesa de nunca traer a colación ese pecado en contra del ofensor –a Dios, a él, o a otros. Es una promesa de limpiar el récord del ofensor.
Sé lo suficiente sobre las computadoras para ser peligrosa. Pero una cosa he aprendido de la forma más difícil y es el significado de la tecla “borrar”. He pasado por la triste experiencia de pasar mucho tiempo trabajando en un documento, y luego presionar la tecla de borrar accidentalmente. ¿Qué sucede con el documento? Desaparece. El perdón es presionar la tecla de borrar. Es limpiar el record de la persona que ha pecado contra nosotros.
Ahora, eso no significa que la persona nunca pecó. Lo que significa es que estás limpiando su record para que ya no te deba por esos pecados. Estás prometiendo nunca más sostenerlo en su contra.
¿Cómo podemos esperar que el mundo crea que la gracia de Dios es tan maravillosa y su perdón tan disponible si nosotros, que decimos ser perdonados, rehusamos perdonar a otros? Nuestra falta de perdón nos roba la credibilidad. No es de sorprender que la gente no esté derribando las puertas de nuestras iglesias para entrar. Ellos nos conocen. Ellos trabajan con nosotros. Ellos viven cerca de nosotros. Ellos escuchan la forma en que hablamos acerca de aquellos que hieren a otros y que nos han herido a nosotros. Ellos oyen la amargura, ira, y resentimiento que sale cuando surgen esos nombres o situaciones. Ellos no ven en nosotros la gracia y el perdón de Dios. Como resultado, no tienen interés en lo que les estamos ofreciendo.
Sin perdón, tú y yo no somos muy diferentes del mundo incrédulo. Yo creo que cuando comenzamos a demostrar el perdón bíblico, nuestro mensaje finalmente será creíble a nuestro mundo.
© Moody Press. Adaptado de Las Mentiras que las Mujeres Creen y la Verdad que las Hace Libre por Nancy Leigh DeMoss. Usado con permiso. www.ReviveOurHearts.com www.AvivaNuestrosCorazones.com