Por Nancy Leigh DeMoss
En la primavera pasada, tarde en la noche, junto a otros millones de observadores de estrellas alrededor del globo pude ver, en cuestión de minutos, una luna llena brillante “desaparecer” detrás de una sombra oscura.
Por supuesto que sabemos que la luna no desapareció realmente. Ella no tiene luz en sí misma, sino que refleja la luz del sol. Pero cuando la luna dejó de brillar no fue porque la luz del sol ya no brillaba. El “problema” fue que la Tierra se interpuso entre el sol y la luna, haciendo que la luna se pusiera oscura. La luz del sol era eclipsada por la Tierra, haciendo imposible que la luna brillara.
Este suceso me hizo reflexionar en una nueva manera sobre el avivamiento y sus interferencias.
El “avivamiento” podría ser descrito como ese estado en el cual nuestras vidas, hogares, e iglesias están alineados con el Señor Jesús de una manera tal que nada se interpone entre nosotros y Él. Solo entonces nosotros seremos capaces de reflejar Su luz a nuestro mundo. Como lo dice el escritor del himno:
Nada entre mi alma y el Salvador,
Para que Su bendito rostro pueda verse;
Nada que prevenga el menor de Sus favores,
¡Mantén el camino limpio! Que nada se interponga.
Jesús es el Sol de Justicia, la Luz del mundo. Nosotros no tenemos luz propia – cualquier luz que brille en nuestras vidas es simplemente la que reflejamos de Él.
Sin embargo, cuando las cosas de esta tierra se interponen entre nosotros y el Señor Jesús, nuestra visión de Él se oscurece y nuestra luz disminuye. Y aunque un eclipse lunar sucede con muy poca frecuencia, al parecer nuestras vidas son más propensas a los “eclipses espirituales”. Por lo tanto, debemos estar continuamente alertas a cualquier cosa que pueda interponerse entre nuestra alma y el Salvador.
¿Cuáles son algunas de esas cosas que se interponen entre nosotros y el Salvador? ¿Qué nos detiene de tener una relación pura y sin obstáculos con Él, y reflejar Su luz al mundo? En mi vida, hay muchas cosas que comúnmente obstruyen mi mirada del Señor Jesús y amenazan con hacer que la luz de Su presencia no brille en y a través de mí.
(1) Una visión exaltada del “yo” hará que tengamos una visión disminuida de Jesús. Por el contrario, si “fijamos nuestros ojos en Jesús, lo terrenal irá perdiendo su valor”.
Cuando Él llena toda nuestra visión, el resultado es un corazón humilde que sabe que aparte de Él no somos nada. Ése es el corazón que Dios aviva. Pero se ve obligado a resistir al corazón orgulloso que nos hace vivir como si fuéramos el centro de nuestro propio mundo.
El orgullo se manifiesta en tantas formas sutiles pero letales. En mi vida, el orgullo a veces puede verse en un deseo oculto por la alabanza y admiración de los demás, una insistencia en tener la razón, el deseo de ser notada y apreciada, miedo al rechazo o sólo una preocupación conmigo misma —mis sentimientos, mis necesidades, mis circunstancias, mis cargas, mis deseos, mis logros, mis fracasos. Todos esos son frutos de una mortal raíz de orgullo.
Un corazón lleno de sí mismo será incapaz de contemplar la belleza de Jesús, y dejará de reflejar Su luz.
(2) Complacer nuestra carne, aún en lo que otros podrían considerar como cosas insignificantes, puede extinguir el libre fluir del Espíritu de Dios a través de nosotros, y levantar barreras en nuestra relación con el Señor Jesús.
Hace menos de 24 horas, en la privacidad de mi hogar, agotada por los días de intensa labor, me encontré a mi misma justificando una “pequeña licencia”. Desde el momento inicial de la tentación, a pesar de mi racionalización interna, yo sabía que lo que quería hacer ensuciaría mi espíritu y entristecería al Espíritu Santo que mora dentro de mí, y a quien pertenezco. Pero en ese momento, quería las cosas “a mi manera” más de lo que quería estar bien con Dios. No había nadie para verlo o saberlo. Nadie excepto Dios.
Al decirle “sí” a mi carne y “no” a Dios, estaba permitiendo que viniera una obstrucción entre mi alma y el Salvador. Rechacé la luz de Su rostro y abracé las tinieblas —todo por unos pocos momentos de placer terrenal. Qué agradecida estoy por la perseverante Gracia de Dios que tejió las circunstancias para que yo volviera mi rostro hacia Su luz, dándome el regalo del arrepentimiento y restaurando en mi corazón un renovado amor y deseo por la santidad.
(3) Las brechas en nuestras relaciones con otros, inevitablemente crean un “eclipse” en nuestra relación con Dios. No es posible que estemos bien con Dios y no estemos bien con otros. ¿Cómo podemos caminar en la luz de su perdón y misericordia si no estamos dispuestos a extender perdón y misericordia hacia aquellos que nos han hecho mal? ¿Cómo podemos caminar en armonía con un Dios santo si hemos pecado contra otros y nos hemos negado a humillarnos a nosotros mismos para arreglarlo?
Esta mañana, cuando estaba en la presencia del Señor, el Espíritu Santo trajo a mi mente algo que había sido minúsculo para mí, pero desde Su perspectiva, se había interpuesto entre mi alma y el Salvador. Recientemente, en el proceso de manejar un asunto de negocios por teléfono, fui impaciente con la persona que me atendió porque su respuesta no me satisfizo. Antes de poder continuar buscando Su rostro, tuve que tomar el teléfono, llamar a la compañía, y arreglar el asunto con la señora con la cual me había enojado. Mi conciencia estaba en paz con Dios y con los hombres; la luz de Su presencia podía brillar otra vez en y a través de mi corazón.
(4) “Preocupaciones, riquezas, y placeres de esta vida,” como los espinos en un jardín, tienden a asfixiar la vida de Dios dentro de nosotros. En el transcurrir de la vida diaria en este planeta, somos bombardeados incesantemente con “tareas, deleites, y diversiones” que buscan consumir nuestro tiempo y controlar nuestros corazones. Esas cosas, aunque no son malas en sí mismas, tienen una enorme capacidad de robar nuestros afectos por el Señor Jesús.
En una cultura que insiste en que necesitamos todo “ahora”, es demasiado fácil perder nuestra visión de la eternidad, del pronto retorno de Cristo, y de que rendiremos cuentas ante Su trono de juicio.
Estar totalmente ocupados, aún en el trabajo Cristiano, puede llenar tanto nuestra visión que no tengamos tiempo ni lugar para Cristo, y encontremos nuestra luz “eclipsada”. En el libro Cantar de los Cantares, la Sulamita lamenta haber atendido las “viñas” de otros y no haber atendido la suya propia al punto de echarla a perder. Sólo al pasar tiempo concentrado y extendido en la presencia y el abrazo de su Amado pudo ser restaurada su alma, permitiéndole volver a las viñas; esta vez en unión y comunión con Él.
(5) Contentarse con el status quo es uno de los obstáculos más sutiles para el avivamiento. Compararnos a nosotros mismos o a nuestros ministerios con otros tiende a crear un sentido de complacencia en nuestros corazones. Es mucho más fácil descansar en nuestros laureles y disfrutar las victorias que ya Él nos ha dado, que seguir avanzando para conocerle a Él de manera más profunda.
Un evangelista chino que ha sufrido mucho por su fe estuvo visitando los Estados Unidos por primera vez, y se le preguntó qué fue lo que más le sorprendió de la iglesia occidental. Sin dudarlo él respondió, “Lo que más me ha sorprendido es cuanto pueden lograr… sin Dios.”
Nos hemos enfocado en actividades y resultados que logren impresionantes notas de prensa, cuando lo que Dios quiere es romper las tinieblas y vencer las fortalezas de nuestro mundo, y establecer Su glorioso reino en los corazones de los hombres y de las naciones. Y refiriéndonos a un nivel más personal, nos hemos enfocado en vivir vidas ocupadas, productivas, y morales, cuando lo que Dios anhela es revelar Su grandeza y gloria a través de nosotros en formas que no puedan explicarse fuera de Él.
Leonard Ravenhill, ese apasionado siervo de Dios solía decir, “Mientras estemos contentos viviendo sin avivamiento, viviremos sin él.” Hasta el día de su partida al cielo a la edad de 86 años, el señor Ravenhill nunca perdió el sentido de necesidad desesperada y anhelo intenso por el avivamiento personal y corporativo.
Mientras estemos satisfechos con lo que nuestras propias manos y esfuerzo pueden producir sin el derramamiento del Espíritu Santo, no le buscaremos de todo nuestro corazón, ni mucho menos experimentaremos un genuino avivamiento.
¿Cómo están las cosas entre tu alma y el Salvador hoy? ¿Hay algún obstáculo que haya “eclipsado” tu vista de Él? ¿Hay algún obstáculo que esté impidiendo que Su luz se refleje en tu vida? Si es así, no pierdas tiempo en tratar con el asunto, sin importar cuan insignificante o enorme parezca. Ora como el salmista que Dios tenga piedad de ti y te bendiga, que haga resplandecer su rostro sobre ti, para que sea conocido en la tierra su camino, entre todas las naciones su salvación. (Salmos 67:1-2).
Entonces, con un corazón renovado y un rostro que irradie Su luz, podrás cantar:
Sol de mi alma, mi amado Salvador,
No es de noche si cerca estás;
¡Que ninguna nube mortal se levante
Para esconderte de los ojos de tu siervo!
Escrito por Nancy Leigh DeMoss, Abril 1997.
®Revive Our Hearts/Aviva Nuestros Corazones. Usado con permiso. www.AvivaNuestrosCorazones.com