Por Nancy Leigh DeMoss
A medida que crezco en años y más me adentro en las riquezas de la Palabra de Dios, más la valoro, mas me asombra y mas me deleito en ella "como el que halla un gran botín" (Salmo 119:162).
Según la Biblia, la Palabra de Dios es verdad (Salmo 33:4; 119:160), es pura (Salmo 12:6; 19:9; 119:140, NVI, Proverbios 30:5, NVI); es justa y sumamente fiel (Salmo 119:138), es eterna y firme en los cielos (Salmo 119:89), ha sido divinamente inspirada (2 Timoteo 3:16, 2 Pedro 1:21), es provechosa para nuestra vida y caminar (2 Timoteo 3:16), es perfecta (Salmo 19:7), es más valiosa que cualquier cantidad de oro o plata (Salmo 119:72), es dulce al paladar (Salmos 19:10; 119:103; Ezequiel 3:3). El poder y la autoridad de la Palabra de Dios es infinitamente mayor que la de cualquier otro libro que se haya escrito.
Martin Lutero, un atribulado joven profesor del seminario que se sentía perseguido por el "Sabueso del Cielo", experimentó el poder sobrenatural y transformador de la Palabra, que más tarde lo llevó a escribir: "La Biblia está viva, me habla, tiene pies que corren detrás de mí, tiene manos que se apoderan de mí ".
Cuándo sostienes un ejemplar de la Biblia, ¿te das cuenta de qué es lo que tienes en las manos? ¿Alguna vez te detienes a pensar que es realmente la Palabra de Dios? Como Agustín nos recuerda: "Cuando la Biblia habla, Dios habla" En el mundo Occidental hemos sido bendecidos con un acceso tan fácil a la Palabra que es difícil no darlo por sentado.
Margaret Nikol recuerda vívidamente lo que era no tener acceso a una Biblia. Margaret una concertista de violín, creció en Bulgaria bajo uno de los regímenes más represivos del comunismo. Aunque su padre era pastor, él no poseía su propia Biblia. Cuando ella era una niña, los comunistas confiscaron prácticamente todas las Biblias del país.
Sin embargo, una mujer de edad avanzada en la ciudad natal de Margaret logró guardar una Biblia, la cual se convirtió literalmente en un tesoro compartido por todos los creyentes de la ciudad. Cada página de la Biblia se arrancó con cuidado y se distribuyó una a una.
Margaret sintió la bendición de recibir una página que contenía Génesis 16 y 17, una página que ella valoró y estudió diligentemente. Su hermano, un pastor en Bulgaria, tuvo como su única "biblioteca" un par de páginas de la Biblia que él había copiado a mano.
Cuando Margaret estaba entre sus 30 y 40 años, se exilió en los Estados Unidos. Poco después de su llegada a América, algunos amigos le preguntaron qué le gustaría de regalo para Navidad. Margaret no tenía que pensar mucho. Quería una Biblia más que nada.
Margaret describe el día en que sus amigos la llevaron a una librería cristiana para hacer la compra. Era la primera vez que había visto una Biblia completa: "Las había rojas, negras, verdes, azules y marrones, de todos los tamaños, de todas formas, había Biblias por todas partes"
Abrumada por lo que veía, la mujer de treinta y siete años de edad, de pie en el pasillo de esa librería "sollozó, sollozó y sollozó de alegría".
Es imposible para la mayoría de nosotros imaginar lo que Margaret sintió en ese momento. Un conteo reciente en mi biblioteca personal reveló más de treinta ejemplares de la Biblia (rojo, negro, verde, azul y marrón— de todos los tamaños y de todas las formas) en no menos de ocho traducciones diferentes. Eso no incluye una gran cantidad de comentarios, concordancias, libros de referencia, libros devocionales, e himnarios.
Proverbios 27:7 nos dice que " El hombre saciado aborrece la miel, pero para el hombre hambriento todo lo amargo es dulce”. Para las almas que padecen hambre en algunas partes del mundo que nunca se les ha permitido tener una Biblia, la Palabra de Dios es sumamente valiosa.
Pero para aquellos de nosotros que podemos encender la radio y escuchar la Palabra predicada a cualquier hora del día, que podemos entrar a cualquier librería y encontrar la Biblia de nuestra elección, que se nos han colocado Biblias cubriendo cada pulgada del respaldo de los bancos en la iglesia, que tenemos estantes llenos de Biblias, algunas de ellas sin haber sido usadas, podríamos estar en peligro de adoptar una actitud indiferente hacia la Palabra de Dios.
Si alguna vez has viajado al Medio Oriente, probablemente estés familiarizada con la máxima reverencia que los musulmanes profesan a su libro sagrado, el Corán.
Tú nunca los verás colocar una copia del Corán en el suelo o tratarlo de manera casual. Más bien, el Corán se debe mantener por encima del nivel de la cabeza y por encima de todos los otros libros en la habitación. Tratan a su libro sagrado con gran cuidado, manteniéndolo envuelto en una tela especial y lo colocan en un soporte especial cuando desean leerlo. Ellos creen que todas las palabras del libro son sagradas y que deben ser respetadas.
La Escritura dice que Dios ha exaltado Su Palabra por encima incluso de su propio nombre (Salmo 138:2, RV). Si Dios da tanto valor a Su Palabra, ¿cuál debería ser nuestra actitud hacia ella?
En el Salmo 119, David habla de que debemos amar la Palabra, reverenciarla, deleitarnos en ella, anhelarla, confiar, y temerle a ella. Dios dice a través del profeta Isaías: "Pero a éste miraré: al que es humilde y contrito de espíritu, y que tiembla ante mi palabra”. (Isaías 66:2, Salmo 119:161.).
¿Qué significa temblar ante la Palabra del Señor? Significa tener una actitud de asombro y temor reverente. Es lo opuesto a una actitud arrogante hacia la Palabra.
Mi padre tenía un gran respeto y amor por la Palabra de Dios. Como una manera de demostrar este respeto, cultivo el hábito de nunca colocar nada encima de la Biblia, una práctica que he adoptado, no porque la pulpa y la piel tengan alguna propiedad místicas o algún valor intrínseco, sino como una manera visible de honrar el contenido de esas páginas.
© Extraído del nuevo libro de Nancy “Un Lugar de Quietud” (Moody Publishers) por Nancy Leigh DeMoss. Usado con permiso.
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