He crecido en una generación en la que los términos “liberación de la mujer”, “feminismo”, “igualdad de derechos” e “igualdad matrimonial” son términos bien familiares y establecidos.
Nuestra sociedad ya no promueve los valores que Dios diseñó para la mujer. La feminidad, la modestia, la discreción, la virtud y la gracia parecen ser reliquias de una era pasada; tan pasada de moda como las carrozas tiradas por caballos .
En su lugar, la mujer ideal de hoy es glamorosa, sofisticada, agresiva, poderosa, abierta, profesional, independiente, auto-suficiente y sensual. Ella no necesita nada ni a nadie. Ella está en control de su vida al igual que de las personas y circunstancias que la rodean.
El movimiento feminista, en sus formas más radicales, es fácil de identificar. Lo asociamos con los esfuerzos por eliminar toda distinción legal entre hombres y mujeres. Vemos el intento de abolir la estructura tradicional de las familias (matrimonios monógamos, esposos como proveedores, mujeres como encargadas de nutrir y criar) y sustituirla con alternativas desviadas (sexo libre, matrimonios homosexuales, divorcios exentos de sanciones, etc.) Vemos a mujeres estridentes y rabiosas marchar por la legalidad del aborto y la igualdad salarial.
Como mujeres cristianas, reconocemos esos esfuerzos por lo que son y deploramos y censuramos el ataque, más que obvio, a los estándares bíblicos.
Sin embargo, la filosofía que promueve la liberación femenina, no se circunscribe al mundo secular. Muchos factores, no-tan-obvios de esta filosofía, han permeado nuestros hogares e instituciones cristianas. Un grupo de publicaciones (supuestamente cristianas), de escritores y oradores han ido promoviendo de manera sutil la filosofía de la defensa de los derechos, algo que está muy en el centro del movimiento feminista. Muchas de nosotras, como mujeres cristianas, junto con nuestros hogares e iglesias hemos sido influenciadas por esta forma de pensar mucho más allá de lo que imaginamos.
Desafortunadamente, las tácticas del “tentador” no han cambiado mucho desde aquel primer encuentro con Eva en el jardín. Con la misma sutileza con la que sedujo a Eva, él nos presenta su filosofía hoy en día de maneras sutiles y engañosas, de formas aparentemente inofensivas.
Él trabaja a través de nuestra cultura y se aprovecha de nuestra debilidad. Nos persuade de que debemos defender nuestros derechos “porque nadie más lo va a hacer; porque tenemos el derecho de sentirnos felices y realizadas; porque el dar y servir a otros no es más que esclavitud.”
Pero, por el otro lado, nos provoca ciertas imágenes en nuestra mente de “mujeres virtuosas”, tímidas, desvalidas, insulsas, incapaces y no pensantes —un estilo de vida que hay que evitar a toda costa.
El problema es que, no importa lo atractivas que parezcan sus ofertas, él es un mentiroso. Él es un engañador. Él es un destructor.
Por muchos años he viajado, ministrado y escuchado a mujeres hablar desde el fondo de sus corazones. He sido testigo de la devastación física, emocional, mental y espiritual que han sufrido aquellas que han sido engañadas. Quizás, inconscientemente, han rechazado el plan de Dios para sus vidas y se han dejado arrastrar por el mundo y su forma de pensar. Han sido embaucadas por las mentiras de Satanás. Ahora pagan las dolorosas consecuencias en sus conciencias, en sus cuerpos, emociones, espíritus, en sus matrimonios, hijos y nietos.
Les sugiero que empecemos por aceptar el hecho de que Dios nos hizo mujeres. Él nos hizo muy diferentes a los hombres desde el punto de vista psicológico, mental, emocional y hasta espiritual. Nuestra condición de mujer es un regalo para ser atesorado, valorado y debe ser recibido con gratitud. Ahora bien, ese privilegio trae consigo responsabilidades no negociables. Esas responsabilidades están arraigadas en el propósito para lo cual Dios nos creó.
Desde que empezamos a considerar nuestro propósito de vida, descubrimos la diferencia fundamental entre el plan de Dios y la forma de pensar del hombre. La filosofía feminista proclama que la mujer existe para satisfacerse, para ser independiente y para tener la libertad de hacer lo que le plazca.
Pero debemos aceptar que —desde su creación— la mujer fue hecha del hombre, para el hombre y fue dada al hombre como ayuda y para satisfacer sus necesidades. Una mujer realizada es la que cumple con la función para la cual Dios la creó: la de ayuda idónea.
Todo en nosotras — nuestra apariencia, actitudes, acciones, palabras — o le son de ayuda al hombre o le son de obstáculo a los hombres que Dios ha colocado a nuestro derredor. Los ayudamos cuando los edificamos. Los obstaculizamos cuando los derribamos, cuando nos levantamos por encima de ellos. "La mujer sabia edifica su casa, pero la necia con sus manos la derriba." Proverbios 14:1 (LBLA)
Ya sea que construyamos o derribemos nuestros hogares, estamos influenciando a una esfera mucho mayor a la compuesta por los hombres que viven entre las cuatro paredes de nuestras casas. Nuestra actitud, palabras y conducta (ya sean la de una mujer sabia o la de una mujer necia) imprimen una marca indeleble en nuestras iglesias, nuestra sociedad y en nuestras futuras generaciones.
Actitudes que Edifican
1. Un hogar sólido debe construirse sobre una zapata hecha a base de un compromiso permanente e incondicional. “Ella le trae bien y no mal todos los días de su vida.” Proverbios 31:12 (LBLA) El mundo dice, “No tienes por qué aguantarlo. Tienes que encontrar a una persona que te trate bien.” Pero la mujer cristiana está en su matrimonio para dar, no para obtener ella sigue dando sin importar el costo.
2. La mujer, que le ha rendido todas sus expectativas a Dios, tiene un espíritu agradecido. Por otro lado, la mujer demandante, orientada a defender sus derechos, siente que se le deben ciertas cosas y sus expectativas nunca son satisfechas. Ella esclaviza a su esposo a sus hijos y a los demás a expectativas que ellos no pueden llenar.
3. La mujer piadosa se viste de humildad, esa es la actitud de corazón que la hace estimar a otros por encima de ella misma. La mujer orgullosa derriba su casa, así como a otros, al poner sus necesidades y deseos por encima los de los demás.
4. Una mujer sabia construye su casa con mansedumbre, rindiendo todos sus derechos a Dios. La mujer necia se incomoda fácilmente cuando siente que se le han violado sus derechos.
5. La mujer que confía en Dios, será capaz de responder a la autoridad de su esposo con sumisión y obediencia. La mujer que se resiste a seguir la directriz de “la cabeza que le fue dada por Dios”, ya sea por rebelión o terquedad, pone en riesgo la seguridad de su casa. El deseo de control que la mujer tiene sobre el hombre es parte de la maldición que resultó de la caída del hombre (Génesis 3:16). Un hogar puede ser destruido cuando una mujer dominante y manipuladora tiene el control. La sumisión construye un hogar.
6. El espíritu de un hogar es edificado por una mujer que irradia gozo — un gozo arraigado no en circunstancias externas, sino en la confianza de que Dios es “el Bendito Controlador” de todas las cosas. Una mujer centrada en sí misma infecta a quienes le rodean con su descontento y su amargura.
7. La mujer misericordiosa y perdonadora cubre una multitud de pecados con su amor. Es rápida en olvidar y en pasar por alto las transgresiones cometidas contra ella. La mujer necia, por el contrario, derriba su casa llevando registros e insistiendo en retaliación.
8. La mujer piadosa reverencia a su esposo, no necesariamente porque es merecedor de ese honor, sino porque está de acuerdo con que Dios lo ha designado como cabeza. La mujer que derriba a su esposo (con una actitud irrespetuosa) se exalta a sí misma y termina destruyendo su hogar.
9. La mujer leal eleva a su esposo e hijos hablando bien de ellos. Una actitud crítica destruye el espíritu del hogar. La mujer necia compara a su marido desfavorablemente, ante los demás, y se permite fantasear con el hombre ideal con el que “querría estar casada”.
10. “Sobre todo, sed fervientes en vuestro amor los unos por los otros, pues el amor cubre multitud de pecados” I Pedro 4:8 (LBLA). Una de las cosas mas importantes que las mujeres mayores y piadosas debe enseñar a las mas jóvenes es a aprender a amar a sus esposos e hijos (Tito 2:4). Una mujer amorosa no busca sus propios intereses, tiempo, privacidad y realización, sino que se entrega totalmente a las necesidades de otros sin esperar nada a cambio. En cambio, el egoísmo es una influencia fea, cancerosa y destructiva en el hogar.
Palabras que Construyen o Edifican
1. La mujer sabia levanta el espíritu de su casa alabando a Dios y hablando con palabras de apreciación, gratitud y admiración hacia otros. Las palabras de desprecio hieren el espíritu y destruyen la atmósfera apacible del hogar.
2. Siempre que sea necesario, la mujer humilde debe ser de ejemplo para aquellos que le rodean, siendo rápida en admitir su falla y buscar el perdón de la persona agraviada. La mujer orgullosa es rápida en identificar las fallas de los otros y se muestra renuente a confesar las suyas.
3. Quizás el medio más poderoso que tiene una mujer para influenciar a su familia a que abrace la justicia es orando fielmente por ellos. De hecho, un autor sugiere que “es posible que el destino de nuestra nación sea decidido mas bien por una mujer que ora en secreto frente al fregadero de su cocina que por el Gabinete del Presidente.”
4. Un hogar, una iglesia y una nación son construidas cuando las mujeres hablan palabras de sabiduría (Proverbios 31:26). Por el contrario, la mujer insensata no frena su lengua y es rápida en dar su opinión independientemente de si sus argumentos son avalados por las Escrituras o no.
5. La mujer cristiana ministra a quienes ama con palabras bondadosas. Con palabras tiernas y de aliento levanta el espíritu quebrantado, fortalece el débil y ayuda a sanar las heridas producto del rechazo y el dolor. La mujer necia, en cambio, inflige heridas dañinas con su lengua. Palabras de menosprecio, ásperas, demandantes e impacientes destruyen las vidas de aquellos a quienes toca. Es posible que el daño más perjudicial de todos sea en su matrimonio al responder con ofensas verbales y amenazas de abandonar a su pareja. Esas amenazas, incluso sin llevarse a cabo, desintegran el matrimonio y sólo pueden ser removidas con humildad y arrepentimiento.
Acciones que Construyen o Edifican
1. Un hogar es construido por actos de obediencia que fluyen de un corazón sometido y confiado en Dios. Quizás es en esta área, más que en ninguna otra, donde la desobediencia u obediencia de la esposa influye significativamente en las vidas y el comportamiento de los hijos. Pablo hizo la advertencia cuando afirmó que, cuando las esposas no obedecen a sus esposos, la Palabra de Dios sería blasfemadas. Tanto las personas en el hogar como las de afuera rechazarán la Palabra que han visto ser rechazada por una mujer resistente y rebelde.
2. Una mujer sabia es diligente en servir y en llenar las necesidades de su familia y las de los demás. “Ella vigila la marcha de su casa y no come el pan de la ociosidad” (Proverbios 31:27 LBLA). Ella ha dedicado su vida a servir a aquellos que ama al tiempo en que ha confiado en Dios para que supla sus propias necesidades. Para la mujer el servicio la coloca, de manera muy peculiar, dentro del ámbito de su rol de “ayuda idónea”. De hecho, la relación de Jesús con las mujeres que le seguían era notablemente distinta a las relaciones que sostenía con sus discípulos: Él ministraba a los hombres; pero las mujeres eran las que lo ministraban a Él. En los Evangelios, cuando se menciona que Jesús estaba siendo ministrado, se refiere a ángeles o mujeres.
La actitud del corazón de una sierva está bellamente ilustrada en la respuesta que da María al ángel cuando le dice que ha sido escogida para llevar en su vientre al Hijo de Dios. A sabiendas de los inconvenientes y sacrificios que iban a serle requeridos, María humildemente responde: “He aquí la sierva de Dios; hágase en mí según tu Palabra”. La mujer que busca ser servida y que resiente su llamado al servicio, derribará su hogar.
3. Un hogar piadoso requiere de una mujer moralmente pura en todos los aspectos. No puede estarse llenando la cabeza con literatura sugestiva, con libros, revistas, novelas, música o televisión, y así invitar a Satanás a atacar su hogar. Incluso novelas y artículos de revistas “cristianos” pueden detonar fantasías y causar que la mujer viva en un mundo de ensueño, en lugar de llenar su mente con pensamientos puros y leales hacia su propio esposo.
En sus relaciones con otros hombres, la mujer sabia debe ser discreta y nunca agresiva, atrevida o coqueta. Ella saldrá corriendo de cualquier situación o relación que pueda minar u amenazar su relación marital.
4. Finalmente, una mujer sabia reconoce y se deleita en su llamado de tener los hijos que Dios le conceda. Se complace en ser su maestra y en nutrirlos y cuidar de ellos. Ella cumple el mandato bíblico de “hacendosa en el hogar” (Tito 2:5), y está dispuesta a sacrificar su “realización personal”, el reto, la libertad o el ingreso extra que viene de una carrera fuera del hogar, para dedicarse de lleno a su papel de madre y esposa.
Lydia Sigourney, una educadora del siglo pasado, escribió acerca de la responsabilidad de las mujeres como madres. Ella les dijo a los hombres, “Háganlas responsables del carácter de la siguiente generación. La fuerza de una nación está en los hogares del pueblo.”
Jochebed nunca va a ser reconocida en libros de historia. Esta madre judía tuvo una influencia directa sobre su hijo por 4 ó 5 años como mucho. Pero con sus ojos puestos en la fe, visualizó el gran propósito de Dios para la vida de su hijo. Ella lo instruyó en los caminos, la voluntad y la Palabra de Dios. Ella le enseñó que los placeres del pecado eran temporales y que la obediencia rendía recompensas eternas. Ochenta años después, Moisés tuvo que escoger. Pudo haberse quedado en aquél palacio egipcio —por el resto de su vida— disfrutando de fama, lujos, facilidades y prosperidad. Escogió, en su lugar, identificarse con el estigma y la opresión del pueblo de Dios resultando en la salvación de toda una nación. Creo firmemente en que la raíz de esa decisión tuvo que ver con la educación provista por una madre comprometida.
Llamado al Arrepentimiento y a la Restauración
Como en cualquier otro aspecto de la vida, los caminos de Dios son diametralmente opuestos a la forma de pensar del hombre. Ahora, como nunca antes, es nuestro deber identificar dónde fue que nos equivocamos; comprometernos con el plan que Dios tiene para nuestras vidas y en ser diferentes, — dejar que nuestras vidas ofrezcan una alternativa a la manera egoísta de vivir, y vivir contrariamente a las poderosas voces de nuestros tiempos que tratan de negar y desafiar el orden establecido por Dios para los hombres y las mujeres.
Nunca ha sido fácil nadar contra la corriente, pero eso es exactamente lo que debemos hacer si queremos recuperar el terreno perdido por haber tomado caminos y decisiones pecaminosas.
En mi opinión —nuestras actitudes, valores y conducta como mujeres cristianas ha hecho un daño incalculable a la condición espiritual de nuestros hogares, iglesias y nación.
Fue la mujer, y no el hombre, la engañada; fue ella quien actuó independientemente de Dios y de Su representante sobre ella, y quien uso su influencia para hacer que su esposo pecara junto con ella.
Estoy convencida de que —antes de que podamos experimentar un avivamiento genuino en nuestros hogares e iglesias— nosotras, como mujeres que somos, debemos arrepentirnos y retomar el propósito para lo cual Dios nos creó.
¡Qué Dios derrame sobre nosotros humildad, quebrantamiento, obediencia y fe renovadas para que Él pueda usar nuestras vidas como instrumentos de justicia y de avivamiento para Su gloria!
© Nancy Leigh DeMoss Revive Our Hearts/Aviva Nuestros Corazones. Usado con Permiso.www.AvivaNuestrosCorazones.com