Por Nancy Leigh DeMoss
Hace varios años, cuando estuve lista para comprar una casa, compre un solar con vista al río, e hice edificar allí una casa. Cuando la consturcción terminó, un arquitecto paisajista me hizo una propuesta. Ese otoño pagué lo que me pareció una fortuna a la compañía que haría el diseño de mi jardín, y luego me senté a ver que sucedía.
¡No pude creer lo que veían mis ojos! Las plantas que compraron eran pequeñas, flacuchas, y poco impresionantes. Más de una vez me dije a mi misma, “¿Pagué tanto dinero por esto?”
Sintiendo mi falta de entusiasmo, el paisajista me animó diciendo “espera y verás". La siguiente primavera el escenario era aun menos espectacular. ¡Y las malas hierbas—oh, las malas hierbas!
Espera un poco más. Sacamos más malezas y aplicamos fertilizante a todos lo sembrado y continuamos esperando.
Cada año un jardinero podaba las plantas, arbustos y árboles. Esto no me parecía exactamente un gran progreso. Pero lo que no podía ver era como la luz del sol, la lluvia, el fertilizante, las podas y aun la nieve en el invierno estaban ayudando a aquellas plantas a aumentar su tamaño y hacerse mucho más fuertes.
Han pasado más de diez años desde que hice ese jardín. Ahora puedo salir en cualquier momento entre abril y octubre, y ver una gran variedad de hermosas flores y plantas.
Tomó años de cuidadosa supervisión, pero ahora mi jardín está cumpliendo el propósito para el cual fue diseñado. Es un lugar de gran belleza y dulces aromas que proporciona deleite a todos los que lo visitan—un lugar donde los corazones se elevan hacia el Creador.
Ahora bien, el punto por el cual te dije todo esto es que Aquél que te escogió para que fueras Suya anhela deleitarse en el jardín de tu corazón. En la medida en que camines en unión y comunión con Él, destilarás un aroma fragrante y darás exquisitos frutos—la fragancia y los frutos de Su Espíritu.
¿Cómo puedes hacer de tu corazón un jardín para Dios? Cuidándolo con esmero, en la medida en que pasas tiempo con Él en oración e íntima adoración.
La Personificación de la Serenidad
En su libro Como Adorar a Jesucristo (How To Worship Jesus Christ), Joseph Carroll nos habla de una madre cuya vida de devoción y comunión con el Señor Jesús hizo que su espíritu fuera bello y fragante. Carroll le preguntó, ¿“a qué hora te levantas a buscar al Señor?”
A lo que ella respondió: “Oh esa no es mi decisión. Hace mucho tiempo escogí estar disponible en cualquier momento que Él quisiera tener comunión conmigo.” No importa la hora, cuando esta mujer se percataba de que Dios la estaba llamando, ella salía de la cama, iba a la banqueta del piano y adoraba a Su Señor.
Carroll le siguió preguntando, ¿“Y por cuánto tiempo se queda usted allí”?
A lo que la mujer respondió, “Oh, eso depende de Él. Cuando me dice regresa a tu cama, yo regreso. Y si Él no quiere que duerma, simplemente me quedo despierta.”
Ella era la personificación de la serenidad, comenta Carroll. “Ella era de Cristo y de Cristo solamente.”
Las Bendiciones de la Comunión con Dios
S.D. Gordon dijo, “La oración aclara la visión de manera maravillosa, estabiliza los nervios, define el deber, afirma los propósitos, y endulza y fortalece el espíritu.”
No es de extrañar, entonces, que la efectividad con la que Jesús ministraba las necesidades de otros naciera de Su tiempo de comunión con El Padre (Lucas 5:16-17). De hecho, siempre que Jesús se retiraba por un tiempo a orar, las multitudes eran luego atraídas hacia Él como un imán, porque veían en Él la semejanza con Su Padre (Marcos 6:46, 54-56).
Cada una de nosotras tiene la oportunidad de cultivar la belleza de una vida devocional diaria. El tiempo que pasamos diariamente en la Palabra y la oración dará frutos en nuestras vidas, en la medida que experimentamos una intimidad cada vez más profunda con nuestro Padre celestial.
Aquellas que están dispuestas a deshacerse del clamor y las demandas de la actividad de cada día para sentarse a los pies de Jesús y escuchar Sus palabras, experimentarán una intimidad que la mayoría de los creyentes desconocen. El fruto de esa devoción se manifestará en una vida ordenada y apacible.
Si decides cultivar tu corazón como un jardín del Señor, estarás bendecida y otros serán bendecidos. Y es todo, todo, todo por el Amado.
© Usado con permiso. Adaptado de En la Quietud de Su Presencia por Nancy Leigh DeMoss. Moody Publishers, 2000. https://www.avivanuestroscorazones.com